Calarcá: ladrillos de cultura
Por: Gustavo Páez Escobar
Calarcá, ciudad apacible y señorial, tierra de poetas y escritores, se da el lujo de inaugurar una de las mejores casas de cultura del país. La afirmación no es exagerada. Para llegar a tal convencimiento es necesario conocer esta obra que silenciosamente fue levantándose gracias al afán de una dama, hoy Gobernadora del departamento, que se propuso convertir en cultura los pesos que como parlamentaria le entregaba el presupuesto de la nación.
Demostración palmaria del significado de las obras calladas, las que se trabajan sin los pregones de la publicidad y logran imponerse cuando existe suficiente vocación de servicio. Es, además, un reto que se ofrece ante el país para que los parlamentarios, que no siempre saben dirigir los recursos del presupuesto, muestren hechos reales.
La importancia de las obras no está en sus primeras piedras. De primeras piedras está sembrado el inmenso cementerio de «sinfonías inconclusas», que ha bautizado el periódico El Espectador, y que se encuentran diseminadas en todo el territorio como vacuos homenajes a la vanidad del hombre.
El político, sobre todo, que es dado a alardes improductivos, se empeña en proyectos caducos, sin lógica ni planeación, que se dejan abandonados en mitad del camino y no logran impresionar a sus seguidores. Una de las mayores sangrías de los presupuestos —llámense nacional, departamental o municipal— se explica en tanto afán publicitario que se consume en proyectos que no cuentan ni con recursos suficientes ni con sentido alguno de fomento regional ni de bienestar social.
Admira, por eso, ver terminada esta mansión de la cultura que ha sido construida, paso a paso y esfuerzo tras esfuerzo, por la intrépida voluntad de doña Lucelly García de Montoya. Cuando sus coterráneos y seguidores no entendían del todo el significado del proyecto y acaso dudaban que llegara a su terminación, la dinámica parlamentaria del Quindío rebuscaba partidas para continuar adelante en su programa de mostrar algún día el fruto de su constancia.
Se inaugura esta sede de la cultura con la presencia del señor Presidente de la República. Justo es que se pondere, en toda su elocuencia, el sentido de estos esfuerzos que supieron dirigirse con prudencia, transitando por entre dificultades e incomprensiones, pero a todo momento con la mira puesta en su completa ejecución. El pueblo debería reclamar a sus caudillos el que no sean capaces de realizar los proyectos ofrecidos en vísperas electorales, o dentro de circunstanciales compromisos, cuando es mayor el afán de impresionar que real el propósito de servir.
En meses anteriores, cuando sobre el tapete de las discusiones se enjuiciaba el despilfarro de los auxilios parlamentarios, la Casa de Cultura de Calarcá no quedó excluida de sospechas y fue así como se inventarió la inversión realizada, para concluir que la obra valía más de lo que había recibido en partidas presupuestales.
La mole, que todos los días se imponía sobre la pacífica villa, no se detuvo, y hoy, al concluirse, se le entrega a Calarcá no solo un hecho material, valorado en cerca de $12 millones, según los entendidos, sino sobre todo la demostración de lo que rinde el dinero trabajado sensatamente.
Las obras humanas se distinguen mejor a distancia. Quizá el momento no sea el más indicado para que se dispense a la señora Gobernadora el reconocimiento a que se ha hecho acreedora. Con el correr de los días podrá distinguirse mejor cuánto representa su tesón. Ahí queda, clavado en el corazón de su tierra, el testimonio de largas jornadas de trabajo. Es un monumento a la perseverancia y a la vocación de servicio.
Fortalece el ánimo, en tiempos dominados por la superficialidad, hallar personas que se preocupan por la cultura. Cuando el ladrillo y el cemento consiguen estructurar tales dimensiones, es preciso admitir que no todo es despilfarro. La moneda de los auxilios también construye hechos positivos.
La Patria, Manizales, 29-I-1977.
El Espectador, Bogotá, 30-I-1977.