“Yo y Tú” es Colombia
Por: Gustavo Páez Escobar
Con Yo y Tú desaparece el programa de televisión más sintonizado por los colombianos. No se entiende por qué esta diversión dominical, que durante muchos años llevó alegría a los hogares, se corta en su mejor momento. Queda flotando en el ambiente la sensación de que algo no funcionó en el reparto de nuevos espacios y, sobre todo, que se atentó en materia grave contra el talento colombiano.
La clausura del formidable elenco de los domingos, cuando mayor entusiasmo despertaba en el público gracias al donaire, el sentido del humor, la autenticidad de los artistas, el enfoque de los temas, es algo que deja, por lógica, motivos de insatisfacción. Se sostienen, entre tanto, programas de poca monta y se da entrada a otros que, por exitosos que pudieran llegar a ser, necesitan recorrer mucho camino para ganarse el aprecio dé los televidentes.
Yo y Tú, con una veintena de años rodando en los sentimientos de la gente, no necesitaba siquiera salir a competencia. Y no necesitaba, porque no tenía competencia. Si un programa de esta calidad, cada día más superado merced a las excelentes dotes artísticas de su fundadora y colaboradores, logra imponerse después de mucho tiempo y muchos esfuerzos en el difícil arte de hacer reír, es inconcebible que se derrumbe entre la letra de confusos papeleos.
Desintegrar, por obra de enredados mecanismos, todo un equipo humano intérprete de las costumbres, los vicios, las virtudes del pueblo, es propinarle duro golpe a la cultura. Algún poder debiera existir para salvar estas expresiones del arte contra la rigidez, si de eso se trata, de normas que parecen dictadas para desmontar lo que caminaba bien.
Dentro de la libre competencia todos tienen derecho a buscar oportunidades. Pero no es sensato que se extremen tanto los filtros para sacar de concurso a programas ya acreditados como el de Yo y Tú, solo por llenar requisitos menores, que tal parece ser el caso. De algo deben valer la trayectoria, el esfuerzo, la idoneidad y el beneplácito del público, al único que no se le consultó. Pero dichas circunstancias parece que no son digeribles por la dictadura de los pliegos de licitaciones.
Se dice que los comités, las juntas y las licitaciones, que se dan la mano, se inventaron para eludir responsabilidades. Echándole la culpa a estos organismos, todos quieren quedar bien. El papeleo, que frena y asfixia al país, y que tan colombiano es como Yo y Tú, es sinónimo de pereza, falta de inventiva, incompetencia, dictadura. Y las licitaciones, lo mismo que los comités y las pomposas juntas directivas, en la generalidad de los casos solo sirven para poner trabas, enredar lo que marchaba bien, sacarles el cuerpo a los problemas. Antes que juntas, se requiere buen juicio.
El pueblo despide con tristeza a Alicia del Carpio y su familia artística. Es un elenco incrustado en el sentimiento del pueblo, que se marcha, también triste, y se niega a separarse de su público. Alicita dice que no volvería a la televisión aunque el Consejo de Estado fallara a su favor la demanda presentada. Parece que el mal está ya hecho. El público, sin embargo, aún tiene confianza de que surja alguna fórmula salomónica.
Este escenario se mueve y se desbarata sin que el pueblo, que debería ser el mejor juez, haya opinado. Se proponen los artistas desaparecer de escena en silencio, sin dejarse ver las lágrimas. Pero hay lágrimas y silencios que no se pueden ocultar. Y si hay males que se vuelven irreparables, ojalá, por lo menos, de esta experiencia quede alguna lección constructiva.
El Espectador, Bogotá, 19-XII-1976.