Una cárcel sin presos
Por: Gustavo Páez Escobar
Salento, pintoresco municipio quindiano, celebró este año el día del preso en la más completa orfandad, vale decir, sin presos.
La fiesta de La Merced tuvo que ser festejada entre el director de la cárcel y el guardián. No hubo, como en años anteriores, visita de las autoridades civiles y eclesiásticas al lugar penitenciario, ni colectas en el comercio, ni almuerzo de camaradas. Agrega la noticia que, ante la falta de materia prima, se estudia el cierre del establecimiento, no solo como fórmula para reducir el déficit presupuestal, sino como un hecho que merece destacarse ante este país de delincuentes.
La idea, con todo, no ha recibido la suficiente aceptación. Parece que en Salento no gustan de los cierres temporales. Piensan algunos que ciertas clausuras serían formidables si fueran definitivas, y de inmediato entra a colación el caso de las universidades que viven en permanente estado de cierres e inauguraciones, y no solo de residencias estudiantes y ciclos académicos, sino también de rector y de estilos, con resultados desastrosos.
Opinan otros que con la supresión de los cargos vacantes se engrosaría el desempleo, y esto se presta para que la oposición monte sus baterías contra las autoridades que crearían así un problema social. No faltan tampoco los que critican la holgazanería social y se van lanza en ristre contra los funcionarios que, aparte de no hacer nada, no tienen funciones.
Ante esta situación compleja, por más honrosa que sea para el conglomerado que se quedó sin delitos, parece que lo aconsejable, para no causar traumatismos ni especulaciones, es que Salento tenga presos. ¿Cómo justificar, en caso contrario, los puestos del director y el guardián? Salento necesita presos, así sean prestados, para que los funcionarios consigan la subsistencia de sus hogares. Si se cierra la cárcel, ¿a dónde se mandarían los enemigos de la sociedad cuando se cansen de su letargo?
Como la imaginación callejera suele ser perspicaz, no faltan mentes sagaces que atribuyen el hecho a otra falla de la justicia. A otro típico caso de impunidad, de que tanto se duele el país. Muchos se preguntan si será que los jueces no aplican justicia. Esta clase de episodios se presta para que la gente piense al revés. La lógica indica que donde el hombre sienta sus reales, siempre existirá el delito.
A Salento le ha nacido, paradójicamente, un gran lío por la falta de presos. Es el eterno sainete de un mundo que no está conforme ni con la virtud ni con el pecado. Palo porque bogas, y palo porque no bogas. Salento, para que marque el paso de la civilización, va a tener que pedir prestados presos a otras atiborradas cárceles.
En el país hace eco en estos momentos un editorial de El Siglo que clama por la moralidad pública. Dice: «El juez noveno superior, Saúl Cortés González, de acuerdo con el fiscal noveno superior, decretó la libertad de los bandoleros Ricardo Lara Parada y Pedro Vargas Díaz, sindicados como coautores de varios asaltos en los que perdió la vida un buen número de inocentes ciudadanos y de abnegados miembros de la Fuerzas Militares. El Tribunal Superior de Cundinamarca declaró contraevidente la sentencia contra los condenados por el asesinato del general Rincón Quiñones».
Y lanza este grave interrogante: «¿En dónde está nuestro enemigo más peligroso, en el mundo de la delincuencia o tras la barra de los juzgados?».
Enhorabuena por saber que en el pintoresco predio quindiano se festejó sin presos la fiesta patronal. Es un hecho que merece elogio. Nada le disminuye a Salento si agregamos, para otros municipios y para otros funcionarios de la justicia, que las cárceles sin presos o a medio llenar no siempre convencen.
El Espectador, Bogotá, 24-XI-1976.
La Patria, Manizales, 21-XII-1976.