Trescientos años de Medellín
Por Gustavo Páez Escobar
Con verdadero alborozo he recibido de Celanese Colombiana, de parte de su presidente Jaime Lizarralde L., el precioso libro editado como homenaje a la ciudad de Medellín en el tricentenario de su fundación. Digno del mayor encomio resulta este gesto de la entidad que entiende como una de las más significativas expresiones de aprecio la de lanzar, con ocasión de este aniversario incrustado en la nacionalidad del país, el refinado volumen que recoge vibrantes páginas de nuestra literatura. La ilustre Villa de la Candelaria recibe uno de los mejores tributos en este recuerdo que plumas maestras enaltecen con la fecundidad de sus inteligencias.
Colombia, país de letrados, no puede subordinar, ni siquiera en esta era moderna cargada de frivolidades y vanos alardes materialistas, su esencia de pueblo culto. Será preciso recordar una y otra vez que si por algo sobresale el país ante el concierto de las naciones es por su bagaje intelectual. Es ahora Celanese la que escruta fibras sensibles de nuestra idiosincrasia al poner en letras doradas, como mensaje para todo Colombia, escritos memorables que no perderán vigencia y que en ocasión tan propicia como la de la efemérides de Medellín es preciso exaltar para afirmar la vigencia del país amante de sus tradiciones.
Celanese da en el clavo cuando acomete la ponderada labor de armar una reliquia en este tomo que ingresa con honores —y cuyo ejemplo ojalá sea seguido por otras empresas— al patrimonio bibliográfico del país. Afortunado empeño este de conmemorar una fecha refrescando la memoria del pueblo a veces confuso entre mediocridades y sacudido otras por los vientos de la descomposición social, y que no puede ambicionar mejores días si se olvida de sus escritores y poetas.
Otto Morales Benítez, en semblanza de la ciudad «orquídea», evoca el significado de una raza que tanto lustre le ha dado a Colombia. «Y Medellín –dice– era el eje de esa gran aventura del antioqueño, que aún, por fortuna para el país, no ha terminado. La arriería tuvo dones esenciales: la honorabilidad del transportador; la puntualidad en los tiempos de recibo y entrega; la apertura de todas las rutas convergentes hacia un interés económico y social».
Más adelante anota, entre los muchos enfoques que contiene su ensayo sobre la raza antioqueña: «Se puede hacer un desafío a quien logre escribir un ensayo en el país sin tener que volver la memoria a Antioquia para situar su influjo». Otto Morales Benítez, testigo del tránsito del arisco poblado a ciudad poderosa, y que lleva en sus venas sangre de arrieros, le cuenta al país cuánto pesa la historia de este pueblo que ha jalonado la grandeza de Colombia a golpes de hacha, de ingenio y de temples creadores. El nombre de Medellín —agrega— se confunde con el de orquídea, esfuerzo y gloria. Cabe, en tan certera síntesis, todo el señorío de la ciudad preclara.
Ediciones Sol y Luna de Bogotá está a la altura de las circunstancias al presentarnos este libro bellamente elaborado donde alterna la pulcritud de la edición con la elegancia de los grabados. Fueron estos tomados de Le Tour du Monde, París 1872-1873. La diagramación corre por cuenta de Jorge Luis Arango, de la casa editora, y se pone de manifiesto en ella la capacidad artística de su autor, de que ya ha hecho gala en otras realizaciones.
La enumeración de los escritores que engrandecen estas páginas es suficiente para saber que se trata de un suceso destacado: Otto Morales Benítez, Guillermo Valencia, Francisco Villaespesa, Andrés Posada Arango, Charles Saffray, Emiro Kastos, Antonio José Restrepo, Baldomero Sanín Cano, Emilio Robledo, Luis López de Mesa, Tomás Carrasquilla.
La bibliografía del país queda en deuda con Celanese Colombia por este maravilloso presente. Palmaria demostración del interés con que la firma industrial está identificada con nuestro devenir histórico.
El Espectador, Bogotá, 13-X-1976.