Los nuevos ciudadanos
Por: Gustavo Páez Escobar
Frente a las puertas de la Registraduría del Estado Civil vimos en los últimos días una muchachada atraída por la noticia de que, como nuevos ciudadanos, podía proveerse de un documento para depositar en la plaza pública su opinión sobre la conducción del país. Días atrás una ley había establecido el voto a los 18 años, circunstancia que lejos de despertar el interés que se esperaba entre la juventud, pasó casi inadvertida. Durante largo tiempo los políticos de todos los partidos han venido asignándose ese electorado con el que considera cada cual que cambiarán las reglas de juego, a su favor, naturalmente.
Ese electorado en cierne, que ni siquiera alcanzó a cedularse en mínima parte para los próximos comicios y cuya propiedad es disputada por todos los partidos, permanece al margen de la rebatiña electoral. Es una juventud sorprendida con la noticia de haberse vuelto, de repente, hábil para influir en los destinos del país.
Piensan unos que la juventud moderna camina hacia la izquierda, y sin más fórmula se apoderan del millón y medio de nuevos votantes; otros insisten en que la humanidad es derechista por tradición, y con ese argumento proclaman la victoria; el comunismo se siente robustecido con el inesperado refuerzo, quizá por considerar que la universidad solo produce extremistas; la Anapo confía en que las mentes jóvenes cambiarán las estructuras de una sociedad decadente. Y en cada ciudad, pueblo o vereda, los políticos de todas las denominaciones se lanzan a la caza de estos votos que suponen fáciles, pero que en realidad son los más complicados de descifrar.
En reciente entrevista entre estudiantes se notó un ánimo general de indiferencia, y casi que de repulsa, por la política. Casi todos los entrevistados no supieron su preferencia ideológica y poco entusiasmo les causó sentirse ciudadanos por obra y gracia de una ley que ignoraban. Signo inquietante para los nuevos tiempos el de encontrar una juventud desorientada que desconoce su propia definición ante la vida.
Un comentarista de Estados Unidos califica a la juventud moderna como «generación atormentada». Tal es, y no nos equivoquemos, el reto del porvenir. La época es más de tumulto, de vocinglería, que de firmeza. No hay convicciones. El estudiante pisa un terreno deleznable y se vuelve líder a la fuerza de ideas que apenas masculla, que no profesa ni entiende y que olvidará para siempre al día siguiente de abandonar el claustro.
Improvisados revolucionarios pretenden conquistar el mundo con el código de Marx debajo del brazo y con el cerebro vacío y la personalidad endeble. La sociedad necesita auténticos revolucionarios, pero solo encuentra rebeldes sin causa.
La juventud que destapa la ley de votación a los 18 años gobernará en breve al país. Está próxima a recibir los puestos de mando, pero ignora a qué partidos pertenece. Se ve manifiesta la apatía por las cuestiones políticas. Postura que debe hacer meditar a los líderes de la comunidad, antes que ponerlos a fabricar cuentas alegres sobre electorados tornadizos.
El Espectador, Bogotá, 30-I-1976.