Nuevos vientos en Armenia
Por: Gustavo Páez Escobar
Con un vigoroso y brillante discurso se posesionó de la Alcaldía de Armenia Hernán Palacio Jaramillo. Está llamada su administración a fijar un nuevo rumbo en los destinos municipales, y así lo ha anunciado. Pero, al margen de los programas de gobierno, la personalidad del ilustre médico y connotado dirigente cafetero, que conoce como pocos los problemas locales, pone una nota de sana expectativa.
Es Hernán Palacio Jaramillo personaje cívico por excelencia, intelectual definido, batallador del progreso de su tierra, condiciones a las que aporta su visión de hombre público, de que ha dado amplias muestras, y su constante deseo de acertar.
Más que un honor, es un reto el servicio público. Tal es su concepción sobre el difícil encargo de administrar esta ciudad en evolución, que por eso mismo exige alta cuota de sacrificio para poder sortear los obstáculos de todo orden que surgen espontáneamente, fuera de los inherentes a las relaciones con los partidos, que se convierten a veces en auténticos rompecabezas.
El progreso de las ciudades trae, como secuencia natural, el aumento de problemas. Las ciudades tienen una edad maravillosa, y es la que existe antes de comenzar a crecer. Cuando rompen, como Armenia, la barrera entre pueblo y ciudad y se vuelven mayores de edad, las dificultades se multiplican.
Conocí Armenia hace siete años como la villa plácida que despertaba de su sueño de adolescente. Era un lugar que se remodelaba a diario, limpio y sosegado. No había mayores apremios, por más que el prurito de hacerse grande comenzaba a golpear. Hoy es la urbe que camina aprisa, sucia y desordenada. Sus calles están destapadas y mugrientas. Cesó, de repente, y sin saberse en qué momento, el ritmo vertiginoso pero calculado con que se renovaban los cuatro costados: hoy el progreso es lento y en partes rezagado.
El tránsito de vehículos tenía fluidez: hoy es desesperante. Haba seguridad: hoy las señoras no pueden llevar un adorno para no exponerse al vejamen de ser asaltadas en la vía pública. Las residencias permanecían con las puertas abiertas: hoy se desconfía a toda hora. Los servicios públicos eran abundantes: ahora se vive bajo la amenaza del racionamiento, o del apagón, o de la carestía progresiva, que no progresista.
La marihuana era un artículo esotérico: hoy se consume en los colegios o en los parques. La vida era barata y liviana: hoy se anda con la inflación a cuestas, producto de la calumniada bonanza cafetera, y con el sofoco de una vida que se complica a diario.
No digamos que estamos en un infierno. Quedan sus gentes, amables y emprendedoras. Hay mucho trecho para llegar al alboroto de las grandes urbes. Pero tal es el precio con que se paga la entrada al progreso. Para que este impulso inevitable pueda administrarse, es preciso, como lo gestiona Hernán Palacio Jaramillo, contar con el concurso ciudadano y con la colaboración de las fuerzas políticas. Muchos son los problemas que deberá encarar. Los recursos presupuestales, siempre menguados, se convierten en freno para programas ambiciosos.
El desgreño administrativo; los pequeños o grandes vicios parroquianos; la politiquería; la inmoralidad; la desarticulación de organismos tan decisivos para el desarrollo, como las Empresas Públicas y Valorización; la pesada maquinaria, en fin, que supone la batahola de una ciudad que progresa en habitantes y en obstáculos, no se manejan fácilmente.
Alberto Gómez Mejía, el alcalde saliente, sorteó a su vez no pocos tropiezos. Se le abonan su disposición para entender las dificultades y su preocupación por el bien público. Resolvió de entrada el agudo problema político que vivía la administración por la duplicidad de funcionarios y que la mantenía asfixiada. Fue la suya una contribución de la juventud para aportar ideas en beneficio de la comunidad.
Llega ahora Hernán Palacio Jaramillo, por segunda vez, y por eso con renovados bríos, a manejar las riendas de su ciudad. Hombre estructurado y visionario, inteligente y perspicaz, a la par que ducho en cuestiones políticas, habrá de aplicar su veteranía para impulsar el desarrollo de un sitio destinado a ser cada vez más floreciente.
Se requiere, sin duda, un poderoso esfuerzo. Es el gran reto de que habló en su discurso de posesión, y bien sabe él que la ciudadanía y sus fuerzas representativas lo acompañan para estructurar la ciudad del futuro.
La Patria, Manizales, 5-XII-1975.