Josefina Baker
Por: Gustavo Páez Escobar
Pocos artistas logran dirigir el talento hacia fines benéficos como esta rutilante negra que hirió el corazón de las multitudes con sus contorsiones voluptuosas. Mientras los teatros neoyorquinos la rechazan por su aspecto poco sugestivo, ella se impone más tarde en los centros nocturnos de París que la admiran como a una deidad extraída de leyendas fantasmagóricas. Estuvo en escena, siempre admirada y jamás olvidada, durante medio siglo.
Ella, como pocas, sintió a lo largo de su carrera el aplauso que nunca cesa y que llega al fondo del ser con caricias de palmera. Solo en las postrimerías de su existencia quiso descansar de las ovaciones y se retiró de la farándula en un pretendido afán por reposar lejos del bullicio que había despertado con sus revistas.
Se dice de ella que fue la creadora del «strip-tease» que le puso fuego a la vida nocturna parisiense. Sorprendió al mundo con un atrevido número, estrenado en 1925, en el que vestía solamente un cinturón de bananos, revista que se convirtió en piedra de escándalo para una sociedad que comenzaba apenas a ensayar el desnudismo furtivamente. Pero las expresiones de Josefina Baker nunca tuvieron el toque morboso de tanta comedianta de la escena barata que confunde el arte con la vulgaridad. Conforme hacía moverse en sus ritmos todo el sabor del trópico, inspiraba la delicadeza de las emociones que solo consigue el «gran estilo». Eso fue, en efecto, Josefina Baker: un gran estilo.
Por su vida cruzaron grandes figuras del mundo, y no de manera accidental, sino entrañable. En la última velada, cuando esta septuagenaria encendió de nuevo las luces del París que no podía olvidarla, y salió a escena, conservando aún los atractivos que los años no le habían desvanecido por completo, se vio rodeada por destacados personajes de las artes, de la política, de la literatura y de ese refinado mundillo social que colma los teatros de la fastuosidad.
«El corazón de Francia ha venido palpitando junto al vuestro «, le expresa el presidente Giscard. Están presentes luminarias como la princesa Grace de Mónaco, Carlos Ponti y Sofía Loren –el indescifrable binomio de la felicidad en la farsa de la farándula–, Alain Delon, Jeanne Moreau.
Josefina murió en su ambiente. Pocos consiguen no salirse de los linderos de su predilección. Muerte privilegiada la de esta negra, diosa de las multitudes, que se da cita con su mundo, que la lleva en el alma, conforme ella siente arder en sus arterias las noches de los aplausos y de las languideces, y que sube a escena entre las luces, entre el colorido, entre las ovaciones del público que llega de todas partes a demostrarle su imperecedero afecto, y que luego se va doblando con el adormecimiento de las sublimes convulsiones.
Luchando contra sus fuerzas, rompe su decisión de mantenerse aislada y promueve una brillante función para recaudar fondos con destino a su familia de niños adoptados en diversos sitios del planeta. Josefina Baker fue, por sobre todo, la gran mamá de los desamparados, a los que dedicó sus afectos y su fortuna. Sentía su enorme raza negra como el desafío con que debía contestarle a la sociedad, pero sobre todo al pueblo de los Estados Unidos, de donde era oriunda, y que un día la rechazó por no hallarla atractiva. En respuesta, dio de sí todo lo que fue capaz, y algo más, para exaltar el color de su piel.
Adoptó mulatos como clavando banderines sociales en los cuatro puntos cardinales. En Colombia halló, igualmente, un negrito que se llevó para seguir formando su familia.
Josefina, que fue arte, y fuego, y pasión, y alma, es la escogida de los dioses que entra a las páginas de la historia proclamando, serena y orgullosa, su gloria racial. Reúne a las celebridades y se despide de sus negros en un escenario vibrante como ella, en el París de sus esplendores, su patria auténtica, y declina con el ropaje del cisne que le envuelve su grandioso corazón de mulata que seguirá resplandeciendo en todos los confines.
Dos días después de la velada murió de una trombosis cerebral. La mató la emoción. Josefina Baker murió en su ambiente. A pocos es dado tan exquisito placer.
La Patria, Manizales, 8-V-1975.