Capacitación campesina
Por: Gustavo Páez Escobar
El gerente general del Sena anunciaba, en su reciente visita al Quindío, el programa de capacitar al campesino cafetero en una forma productiva: enseñándolo a ser gerente de la tierra. Esto, a simple vista, suena como idea ilusa, acaso como un aliciente que llevan muchos altos funcionarios en su maleta de viaje.
En el presente caso, tanto por la seriedad del personero del Gobierno, como por la filosofía de la entidad que ha demostrado grandes realizaciones en la capacitación del hombre a todos los niveles, la factibilidad del programa no puede caer en terreno mejor abonado. El Quindío, al igual que todo el Viejo Caldas, ya que se trata del café, son tierras de minifundios donde las gentes nacieron para ser profesionales del agro.
Hablaba el doctor Eduardo Gaitán Durán sobre la creación de una finca piloto para rehabilitar al campesino de su simple condición de obrero que recoge cosechas espontáneas, a la de verdadero administrador de su propio fundo. Aprenderá en dicho centro principios de economía agrícola y técnicas de plantíos, y se le despertará el sentido de la responsabilidad. El campesino cafetero —e igual cosa sucede con el campesino en general—, por más ligado que se encuentre a la tradición de donde deriva su subsistencia, carece de iniciativa. Y aunque la tierra es su razón de ser, convierte esta actividad en algo rutinario que no requiere más miramiento que el propio que le depara la naturaleza.
Cuando este labriego asuma una concepción mejor dirigida y aprenda que el beneficio será mayor conforme aumenten su independencia y la capacidad de pensar por sí solo, con el riesgo que implica el hecho de ser gerente de la tierra, de su propia tierra, se sentirá más hombre. Se le inculcará la conciencia del auténtico gerente, formado no solo para mandar, sino también para producir.
Será una pacífica revolución del campo. Se requiere, en efecto, para que Colombia explote con provecho sus inmensas riquezas naturales, que la tierra sea removida hacia fines progresistas como este de hacer líderes a quienes, por lo general, no pasan de ser los capataces o los tradicionales recogedores de cosechas.
El campesino debe aprender a querer más la tierra. Es preciso que se sienta firme en su ambiente, al lado de la mata de plátano o de la siembra de caturra, como el marinero lo está en su barco, al que no abandona ni aun en los peores momentos de la adversidad, porque lo lleva en la sangre.
Y que no sea víctima fácil del transistor que le repica una confusa invitación, que al propio tiempo suena en sus oídos como algo atractivo, al éxodo hacia la ciudad, a engrosar esa frustrada y frustrante población rural que cree encontrar paraísos en los infiernos del concreto y termina ensanchando los abominables cuellos de miseria que no solo están creando grandes problemas sociales a las ciudades, sino asfixiando al campesino con dificultades de todo orden.
La Patria, Manizales, 3-V-1975.