Caprichos del alfabeto
Por: Gustavo Páez Escobar
Ser presidente del Senado, cono varias veces lo ha sido el señor Abuchaibe, es honor que busca la mayoría y que pocos consiguen. Es la suerte de apellidarse Abuchaibe. Este señor, de sobra conocido en su ámbito regional, por los caprichos del abecedario se convirtió pronto en personaje nacional, con repercusiones al exterior. No todos tienen la oportunidad de ser presidentes alfabéticos, aunque sus apellidos estén bautizados con los privilegios de la primera letra: No es lo mismo llamarse Aragón o Azula que Abuchaibe.
El Zuleta o el Zuluaga, para los mismos efectos, no pasarán de ser simples coleros, por más brillantes que puedan ser. El Barriga o el Calvo serán apenas lejanos aspirantes, pues la letra A nació prolífica.
Por fortuna, para equilibrar las cargas en otro campo, a los “másteres” de la Administración de Impuestos se les ocurrió este año establecer diferencias de clase para declarar la renta. Se acudió de nuevo al abecedario, la fórmula salomónica para borrar la sospecha de las discriminaciones. La A y la B tienen plazo hasta el 4 de abril, y la C y la Ch hasta el 7.
Por ahí vimos corriendo a última hora a confesar sus pecados tributarios a los Abuchaibes, a los Boteros, a los Caballeros, a los Chaves. En esto de pagar impuestos, las estadísticas o las naturales presunciones indican que el 90 por ciento somos unos caballeros. Si lo mismo ocurriera con el otro 10 por ciento, no tendríamos que estar pasándole puntos al cinturón en esta emergencia de los desequilibrios.
Podría pensarse en privilegio para las primeras letras del alfabeto. En modo alguno. Esta costumbre tan a la colombiana de dejar las cosas para el último minuto ha hecho refrescar a los Zuletas y a los Zuluagas, sin darse cuenta de que se les ha ido agrandando la úlcera.
Estos primeros puestos en el turno de emborronar los formularios tampoco resulta, a decir verdad, nada apetecible. A nadie le gusta servir de conejo de laboratorio. Por ahí se ve mucha gente cariacontecida. No dude usted de que el grado de depresión va ahora en proporción a la letra de su apellido. Aunque todos estamos perplejos; los que ya declararon. por no haber tenido tiempo suficiente para preparar mejor sus mentiras; y los que no lo han hecho, por haberlo tenido para leer las guías, los manuales o los tratados y darse cuenta de que no hay escapatoria.
Es la guerra del abecedario. Nos sentimos unos más tristes que otros. Unos más resignados. Llenar, de todas formas, el bendito formulario, no debe ser cosa tan simple, si el ministro de Hacienda tuvo que dedicarle la Semana Santa, con todo y asesor de cabecera, para no lograr de todas maneras bajar de $ 78 mil su cuota de tributación.
A declarar, se dijo. Y respete usted el alfabeto. ¡Cuidado con las adulteraciones! Si ha sido siempre Barón de la nobleza, no se le ocurra a última hora volverse Varón del machismo. Si nació Enríquez, no le anteponga la H, por más que no suene ni sirva para nada. Si es Báez, quédese para siempre con el rabillo y no trate de correrse al Páez, el autor de esta nota que ha gastado largos insomnios pensando si compra la guía de $ 12.oo, o el manual de $ 30.oo, o el tratado de $ 550.oo, para ver cómo declara, en conciencia, la pérdida que le ocasionó su última novela.
No pretenda usted, por otra parte, entender cómo puede sostenerse una familia corriente, y mucho menos la no corriente, con la irrisoria partida que le concede la ley de tributación. Pagar colegios, buses, arriendos, médicos, consultas del corazón y alzas de todos los órdenes, no es cosa que deban descifrar los cerebros electrónicos.
Bien que mal anote las cifras en el formulario. Procure no equivocarse, pues los errores se pagan. Es el mes de las taquicardias. Y que nadie se sienta de mejor familia en razón de su apellido. Todos debemos ser buenos patriotas para sufrir emergencias económicas. Hoy por hoy somos una letra del abecedario. Mañana nos convertiremos en una cuenta de cobro.
La Patria, Manizales, 11-V-1975.