La mala prensa
Por: Gustavo Páez Escobar
Cuando los periodistas extranjeros nos ponen el dedo sobre la llaga, suele el país reaccionar con la socorrida argumentación de lo que ha dado en calificarse como la mala prensa. Pero no siempre los despliegues periodísticos que recaen sobre Colombia son tan sensacionalistas como algunos los acusan, ni tan irreales como los quisiéramos.
Se exagera, es cierto, y a veces se le da cuerda a la fantasía, con algunos apuntes, sobre todo en la llamada prensa amarilla. De esta contingencia no está exento ningún país, y ni siquiera pueblos más civilizados que el nuestro. Vimos hace poco, en primera página de un periódico bogotano, la reproducción de un titular publicado en el exterior con gran despliegue y con énfasis sobre ciertas peculiaridades de la accidentada vida bogotana, y en general de Colombia. Se nos tilda de ser país inseguro y medio selvático, donde no solo peligra el bolsillo, sino también la integridad física. Es una advertencia al turista para que se defienda, si es que después de la lectura se arriesga a deslizarse por nuestras calles plagadas de angustias y de sobresaltos. ¿Será eso mala prensa?
Todos sabemos que vivimos sometidos de continuo al asalto, al engaño, a la intimidación y hasta la muerte, en el pequeño o gran Chicago en que se han convertido las ciudades colombianas. Para consuelo de tontos, cuando mencionamos a Chicago como el centro por excelencia del crimen, estamos jactándonos con ser menos delincuentes que otros. A Chicago no se le hace mala prensa destacándole —si eso es una manera de destacar— su vida azarosa, la mejor escuela del gangsterismo del mundo.
Una de las inclinaciones naturales del hombre es la de vivir haciéndoles apologías al delito y a las cosas absurdas, como ocurre en series de televisión, una de ellas, Las Calles de San Francisco, o en libros como El Padrino, ambos importados, con su fondo de atrocidades y de cosas ciertas.
En Colombia, como en cualquier país, existe delincuencia. No nos alarmemos del todo cuando nuestros visitantes regresan a sus lugares de origen con crónicas sobre lo que les ha ocurrido, o han visto, o les han contado. Detrás de esas noticias hay verdades imposibles de ignorar. Ciertas protestas no conducen a nada bueno, si no es a acentuar más nuestros defectos.
Bogotá es ciudad invivible, nadie lo ignora. Lo mismo ocurre con la mayoría de nuestras ciudades. En cada esquina, a cada paso, lo mismo en la oscuridad que a plena luz del día, amenazan el raponero, el estafador, el sádico, el asesino… Este articulista se refería, no hace mucho, a la violencia urbana que «asusta» en nuestras ciudades.
Antes que continuar viendo siempre mala prensa en las verdades que nos dicen desde el exterior acerca de nuestro agitado y a veces tenebroso vivir, clamemos a las autoridades por que se brinden mejores garantías; por que el turista no sea asaltado en la propia bajada del avión; por que el extranjero pueda recorrer nuestras calles sin miedo y con optimismo; y por que, al tomar el avión de regreso, se marche grato con la mala prensa que traía en la cabeza.
La mala prensa no es mala cuando es real. Y puede convertirse en buena, en constructiva, cuando es capaz de estimularnos el sentido patriótico para corregir los yerros de esta sociedad desquiciada.
El Espectador, Bogotá, 19-III-1975.