A propósito de chinches
Por: Gustavo Páez Escobar
Largos insomnios le costó a un científico parisiense descubrir que la chinche, ese vulgar insecto de los hoteles de mala muerte y de ciertos malolientes hogares, es el mayor depravado del mundo animal. Algo gana el hombre con estas investigaciones. Le ha aparecido un espécimen que no solo compite con la innata y a veces refinada ferocidad animal, sino que este «tigre de alcoba» o «bestia», como se le llama en dos tratados que tengo a la vista, va a resultar arrebatando títulos de que no quiere despojarse el hombre.
El insomne investigador demostró que se trata de un insaciable vampiro que ejercita sus armas en pájaros, murciélagos y seres humanos. Lo cual es ya bastante. Tanta es su sevicia, que no se conforma con ser un suplicio más, sino que se emponzoña en los otros exprimidores con que cuenta la humanidad. Ha sido el hombre, con todo, el mayor vampiro de los siglos, afirmación categórica, así resulte de pronto metido en los palos.
Asegura el profesor ante la Academia de Ciencias Naturales de Francia que este insecto es un vil carnicero. Esto no se opone a que el hombre sea menos bárbaro, en el extenso sentido de la palabra, y para sostenerlo basta repasar las páginas de los diarios, salpicadas con atrocidades y salvajismos. No solo es vampiro el que chupa la sangre, sino también el que en cualquier forma vive a expensas del prójimo.
Si media humanidad vive de la otra media, se deduce que medio mundo tiene características comunes con la chinche. Acertado enfoque que revela un símil del hombre. Si la investigación no ha dado un resultado consolador por el parecido que nos encuentra, se trata de un nuevo progreso científico al afirmar la teoría de Darwin sobre nuestros componentes animales, con la diferencia de que mientras estudiosos como Desmond Morris o López de Mesa nos asocian con el mono y el pez –atractivos representantes del reino animal–, el profesor francés nos rebaja a la categoría de repugnante chinche.
Quedan a flote, además, las aberraciones sexuales de esta bestia que no conoce el método normal de acoplamiento y resulta fecundando a la hembra con dolorosas inyecciones que le inocula en el abdomen. Y, lo que es peor, la chinche masculina no distingue demasiado entre ambos sexos y con frecuencia inocula a otro macho.
Se trata, sin la menor duda, de un consumado pervertido sexual, que no solo es torpe para hacer el amor, sino también ciego. ¿Acaso no es lo mismo que ocurre en nuestro mundo social? Es el vampiro humano más recalcitrante que el «tigre de alcoba», y si no que hablen muchas alcobas.
Plagado está el mundo de vampiros que succionan la honra ajena, que se enriquecen a costa de los demás, que inoculan gérmenes dañinos, que inyectan perversión y sadismo… Al profesor Jacques Carayon, que tal es el nombre del científico, le faltó reafirmar la teoría del origen de las especies para concluir que el hombre proviene también de la chinche, si son tantas sus afinidades.
El Espectador, Bogotá, 15-V-1974.
La Patria, Manizales, 27-V-1974.