Instituto Colombiano de Cultura
Por: Gustavo Páez Escobar
Bastante candentes las críticas que formula en La República Alberto Baldoví Herrera sobre la labor adelantada por el poeta Jorge Rojas al frente de Colcultura. El ataque es duro y deja la impresión de que al descalificar la idoneidad del funcionario se está ubicando su crítico en un plano personalista que lo hace subestimar los logros del instituto en los ocho años de su existencia. Apunta que «es mediocre director de la cultura colombiana y que durante su ya larga, inacabable, improcedente posición de director de Colcultura no ha hecho absolutamente nada».
Difícil compartir tal planteamiento. No es razonable, en efecto, enjuiciar en su conjunto a la entidad que en el sentir de muchos ha cumplido una misión ponderable, así falte mucho trecho por recorrer. Hacer cultura, a más de ser tarea ardua y medio quijotesca, con todos los bemoles y las incomprensiones que surgen en este país envidioso y criticón, es cometido ingrato.
Entre los varios aciertos que puede anotarse el instituto, bajo la orientación de su egregio director, existe el fundamental de haber formado lectores y de comenzar a inquietar a la gente con la música clásica. Pocos, y de pronto ningún país en el mundo, pueden ostentar el lujo –porque es erdadero lujo – de lanzar semanalmente un libro por el ínfimo precio de tres pesos, lo que vale una embolada, y perdóneseme la comparación. El largo centenar de obras a que ha llegado la Biblioteca Popular demuestra que el libro se abre paso en la conciencia de la gente.
Pero existen, y esto es manifiesto, críticas e insatisfacciones por la forma como se hace la selección de las obras. Se habla, no sé si con fundamento o sin él, de una «rosca» de escritores. Es, si se quiere, la clase privilegiada de la intelectualidad colombiana. Si se repasan los títulos publicados, se encontrarán nombres que, siendo brillantes, parecen ser los que acaparan todas las oportunidades.
No solo se dispensan privilegios a determinados escritores para que se hagan más vistosos a través de largos tirajes que penetran fácilmente al gran público, sino que de pronto sus producciones, que han sido divulgadas una y otra vez en revistas, en periódicos, en antologías, se recogen en nuevos acopios con repeticiones que sobran y empalagan. ¿Envidia? No. Es deseable que Colcultura brinde más oportunidades, que descubra nuevos valores, que abra más el círculo.
Coincido con Alberto Baldoví Herrera en que se ha tergiversado una finalidad básica al limitarse el acceso de los escritores al quehacer artístico del país. Colombia tiene escritores anónimos, indefensos, sobre todo en la provincia, carentes de recursos y de estímulos. En esto parece que Colcultura no se ha fijado mucho.
Se me ocurre una inquietud: ¿Por qué Canal Ramírez ha monopolizado el negocio editorial? En el país hay empresas que pueden competir con sobrados méritos. Sin embargo, en los 124 títulos el pie de imprenta ha sido exclusivo para esta firma. Por acá, en Armenia, funciona desde hace muchos años Quin-Gráficas, ejemplo de esfuerzo, de superación y de calidad, que ha lanzado al mercado libros a la altura de cualquier exigencia. Es apenas justo que se abran nuevos mercados, pues el país cuenta con otras excelentes casas editoras.
Leída la columna de La República, he tropezado con el escrito del Doctor Rayo en El Espectador, donde se queja de la crítica «pasional», tan común en el país, y dice que debe empezarse a «pensar menos en el autor y más en la obra». Alberto Baldoví Herrera advierte que si una y otra vez ha solicitado la remoción del «incapaz funcionario» no es por animadversión personal con el poeta-director. Por su estilo puede pensarse lo contrario.
En Colcultura, piénsese lo que se quiera, existe un balance positivo. Y como en todo balance, hay cosas a favor y en contra. Puede hacerse mucho más. Pero se ha logrado bastante. Si hay vacíos y yerros, que se corrijan. Queda sobre el tapete un interesante tema de controversia que ojalá tenga eco en el país y se ventile con el interés y la desaprensión que deben suscitar los actos públicos.
Por acerbas y pasionales que sean en ocasiones las críticas, dejan un fondo de dubitación que vale la pena discernir. La crítica en sí es constructiva, sobre todo si es desapasionada. La democracia del pensamiento no debe tener reticencias. Se dice que las obras positivas resisten cualquier embestida. ¿Resistirán Colcultura y su director la prueba?
La Patria, Manizales, 17-III-1974.