Destinos Cruzados
No le había anunciado el regreso. Al llegar al apartamento, sintió miedo. Por debajo de la puerta salía un destello de luz. Estaba él ahí, no había duda. Tocó suavemente. Esperó a que la puerta se abriera de inmediato. Pero no fue así. Aplicó con cuidado el oído y en el interior sintió ruido. Volvió a golpear.
Prólogo
EL AUTOR Y LA OBRA
Gustavo Páez Escobar no es un desconocido en las letras nacionales. En el suplemento dominical de El Espectador nos sorprendió un día con el precioso cuento titulado El sapo burlón y en él hizo gala de su extraordinaria imaginación, del manejo de su sencillo léxico y de la profundidad de conclusión a la que desea llegar en sus escritos, con una sutil y fina ironía, ratificada más tarde en La corrida, crónica suya, aparecida, otro domingo, en el mismo suplemento.
No es sorpresa, pues, encontrarlo ahora como novelista.
Destinos cruzados refleja muchos aspectos de la vida contemporánea, en contraste con la descripción romántica, un poco aristocrática, narrada en su primera parte.
Maneja el autor muchas técnicas en la trama y el arte capitular, para lograr el interés de quien, al iniciar la lectura de la obra, encuentra amplio camino en la comprensión de las situaciones urdidas por él, y en el desenvolvimiento de sus personajes, a quienes moldeó de acuerdo con su múltiple experiencia de hombre acostumbrado a conocer a las gentes de todos los matices.
Destinos cruzados tiene un fin concreto en el propósito de su autor: entretener. En mi concepto lo logra. En contraposición a fenómenos literarios actuales, en donde se utiliza el vocabulario grosero, la escena erótica, la distorsión de la lógica, Páez Escobar enruta sus personajes dentro de la decencia, en busca de la reivindicación, de la lucha y del sufrimiento. Por esto, creo, hará impacto en los lectores de todos los matices, ávidos de encontrar algo nuevo en un mundo literario que sólo describe, en la mayoría de las veces, lo deplorable de la vida.
Love story causó impacto mundial cuando mostró la cara de la abnegación. Sin tratar de establecer paralelos, Destinos cruzados realiza lo mismo. Precipita sus personajes al abismo de la desesperación y los eleva finalmente a la sublime redención que el amor puro de una madre abnegada y el de una novia ideal logran con el poder del sufrimiento.
Sin duda alguna Destinos cruzados causará impacto en la literatura contemporánea del país, porque ofrece un escenario nuevo, que no es folclore, y que, siendo romántico, posee fuerza suficiente para elevar los sentimientos del lector que reclama de los novelistas obras que complementen su descanso y lo desglosen del cotidiano afán de vivir difícilmente.
ALIRIO GALLEGO VALENCIA
Un fragmento de la obra
Cristina penetró al edificio donde se hallaba situado el apartamento de Ricardo. Era como entrar a su propia casa. Allí había compartido las mejores horas de amor. Y se sentía ahora profundamente satisfecha al regresar. Pero esta vez llegaba insegura. Las dudas la atormentaban. El porvenir se le presentaba dudoso.
Con una pequeña maleta fue ascendiendo las escalas y, a medida que se aproximaba, su corazón palpitaba de emoción. Sabía, en el fondo de sí misma, que Ricardo era otro. Pero se esforzaba por no creerlo. Admitía que la reconquista era difícil. Sin embargo, estaba resuelta a librar una denodada batalla.
La atormentaban las dudas, la acosaba la incertidumbre. Todo cuanto había visto y oído la agobiaba. Y a pesar de que los celos la perseguían sin piedad, había logrado controlar sus impulsos y se había propuesto resistir al deseo de pedir cuentas, de interrogar. Ahora que subía las escalas, su único anhelo era el de estar a solas con su amante. Debía revivir las horas ardientes que había pasado a su lado. Pero… ¿cómo la recibiría Ricardo?
No le había anunciado el regreso. Al llegar al apartamento, sintió miedo. Por debajo de la puerta salía un destello de luz. Estaba él ahí, no había duda. Tocó suavemente. Esperó que la puerta se abriera de inmediato. Pero no fue así. Aplicó con cuidado el oído y en el interior sintió ruido. Volvió a golpear.
Ricardo apareció. Cristina intentó abalanzarse sobre él, abrazarlo, hacer, en fin, emocionante el regreso. Pero el hombre, sorprendido con la inesperada aparición, permaneció estático, con actitud seria y con semblante adusto. Su expresión era fría. Pareció contrariarlo el regreso de su amante y, repuesto de la sorpresa, no pudo evitar el interrogarla con severidad:
–¿Qué haces tú aquí?
Cristina quedó descontrolada. No se imaginaba que Ricardo la fuera a recibir en esa forma tan inexpresiva, tan dura, tan sin afecto, y a su vez preguntó:
–¿No te alegra que regrese de nuevo a tu lado?
–Has debido anunciarme tu visita –comentó secamente Ricardo.
–¿Pero qué te sucede? Te encuentro serio, poco afectuoso. Parece como si mi presencia te molestara. ¿Qué te sucede?
–¡Basta de tantas preguntas! –exclamó éste con indignación. Ya tengo bastantes problemas y no estoy en condiciones de fingir buen genio después de haber fracasado mi plan.
–¡Sí, ya sé! Por eso he venido a compartir contigo los malos momentos. El jefe me ordenó retirarme de la casa y aquí estoy. Pero… ¿ni siquiera me invitas a entrar?
–No. Lo siento mucho, Cristina. No puedes entrar… Hoy no es posible.
–¿Que no puedo entrar? ¿Acaso estás comprometido con… alguien?
Ya Cristina había advertido lo que sucedía en el apartamento. Sentada en un sofá, notó la presencia de una mujer. No logró verle la cara. Sus celos volvieron a explotar, esta vez en forma irrefrenable. Estaba demasiado susceptible. Sin pensarlo dos veces, retiró bruscamente el brazo de Ricardo, que sostenía la puerta entreabierta, y se arrojó al recinto.
Fue inmensa su sorpresa. Y no estaba preparada para ella. Quedó pálida, inmensamente ofuscada, al encontrarse frente a frente nada menos que con Graciela. Ella, desconcertada, llena de asombro, sólo acertó a exclamar:
–¡Cristina!…
–Sí, soy yo. Y míreme bien. Soy Cristina, la misma que hasta ayer desempeñaba el oficio de criada en su casa. No me da pena que mi condición sea humilde. Pero usted, la señorita aristocrática, la joven inmaculada, está aquí a escondidas haciendo el amor en la oscuridad de un apartamento.
Graciela, horrorizada, retrocedió unos pasos. Quiso apoyarse sobre la pared, pero sus piernas tambalearon y cayó en el sofá.
–¡Cállate! –gritó Ricardo–. ¡No te permito que le faltes al respeto a Graciela! Ella es digna y si está aquí es por motivos especiales. Tú no puedes entenderlos.
–¡Claro que los entiendo! ¡Y además lo sé todo! Anoche presencié el momento en que Ricardo, el hábil embaucador, halagaba a la inocente ‘señorita’ con palabras dulces. Esas mismas palabras me las ha dicho a mí muchas veces. Con las mismas palabras me sacó de mi casa, y después me perdió. Pero ya lo entiendo todo: ha caído usted en sus redes. Y ha sido una presa fácil.
Cristina, fuera de sí, escupió rabiosa el rostro de Graciela. Ricardo no pudo contenerse y golpeó furiosamente a Cristina.
–¡Vete de aquí!
–¡Muerta me sacarás! –contestó Cristina. Puedes continuar golpeándome, pero ni aun así me harás callar.
–¡Oh! –exclamó Cristina–. ¡No entiendo! ¿Qué sucede, por favor, Ricardo?
–Te pido disculpas por estas escenas grotescas. Y te ruego que no pongas atención a las palabras malintencionadas de esta mujer. Está celosa. Está celosa porque me encuentro contigo. Oye lo que voy a decirte y lo entenderás todo: esta mujer «era» mi amante. De ella te hablé anoche y de ella te estaba hablando hace unos minutos.
Graciela, en el colmo de la confusión, no acertó a hablar. La escena había sido demasiado intensa. Se sintió desfallecer. Las fuerzas le flaquearon y, cubriéndose el rostro con ambas manos, se echó a llorar. Quiso correr, desaparecer, esconderse. No pudo.
Comentarios
Fragmentos
El influyente diario capitalino El Espectador publicó hace poco un cuento de Gustavo Páez Escobar. Lo hemos leído con deleite porque nos pareció algo salido de lo común. Y aquí está en Destinos cruzados la ratificación de lo anterior. Sirvan estas frases para felicitar a su autor y expresarle nuestro sincero deseo de que continúe aportando riqueza a la literatura colombiana. Diario del Quindío, Armenia, 14 de octubre de 1971.
Nos ha sorprendido Gustavo Páez Escobar con su elocuente y demostrada capacidad literaria, primero a través de los cuentos publicados en El Espectador y ahora con la presente novela. Carlos Botero Herrera, La Patria, Manizales, 21 de octubre de 1971.
Destinos cruzados constituye un tónico efectivo contra la desintoxicación producida por la execrable literatura de alcantarilla, fruto de la mecanización y maquinización de la época. Mario Sirony, La Patria, Manizales, 31 de octubre de 1971.
Descrita en un sencillo estilo, esta novela tiene el mérito de estar compuesta de elementos cotidianos y en ciertos trozos con excesiva elementalidad. AIUS, El Tiempo –Lecturas Dominicales–, Bogotá, 28 de noviembre de 1971.
La trama va bien hilvanada dentro de lo real y común de nuestro medio. Vale la pena leer esta descarnada novela. Revista El Niño, Armenia, noviembre de 1971.
Destinos cruzados es un libro que constituye una buena novela. Y entiendo por buena novela aquella que leemos desde la primera página hasta la última. La que sin desbordar la curiosidad del lector para conducirlo a saltarse hojas buscando el desenlace, sí lo lleva, a través de toda la lectura, con interés. Los personajes aparecen bien creados, bien delineados, y algunos, como Cristina, se roban el cariño del lector. Y los diálogos, esa cosa terrible de tan difícil manejo en la novelística, están muy bien traídos y mejor presentados. Euclides Jaramillo Arango, El Espectador –Magazín Dominical–, Bogotá, l9 de diciembre de 1971.
Nos atrevemos a afirmar que Destinos cruzados causará impacto en los círculos intelectuales del país en virtud del interés que despiertan todos los capítulos de la singular novela. Y es insólito el caso de que un funcionario de alto nivel bancario, dedicado a labores tan diferentes, tenga un sentido tan humanístico de la vida. Revista Bancos y Bancarios de Colombia, Bogotá, diciembre de 1971.
A pesar de que Destinos cruzados está escrita con agilidad y lucidez, desperdicia Gustavo la gran oportunidad de hacer una novela sociológica. Cómo nos gustaría leer a este joven novelista en un libro donde se vierta toda la realidad de la época. Y la época es de hambre, de transformación y gritos que claman pan. En todo caso, Gustavo Páez Escobar es un gran narrador y un gran observador. Su inteligencia como para ser un Vicente Blasco Ibáñez en Entre naranjos o un Conan Doyle en Sherlok Holmes y los monederos falsos de Londres. Adrián Acero, La Patria, Manizales, 25 de febrero de 1972.
Hay novela, fina novela, del principio al fin. De lo que se trata no viene a ser de falta de novela. Es decir: de trama. De tema. De ambiente para los personajes. De diálogo o de situaciones. Los problemas son de estilo. Superrecargo de adverbios. Yo me confieso enemigo del adverbio y de la conjunción «pues». Y, pasando a otro asunto, qué personajes, los de la obra, tan humanos, tan reales y con tanta y tan patética vida cotidiana. Juan Ramón Segovia, La Patria, Manizales, 25 de febrero de 1972.
Tiene el escritor talento y buena forma de descripción y, sobre todo, considero la obra interesante por la sencillez de su contenido y la forma como nos acerca a la realidad de la vida. Manifiesto sinceramente a Gustavo Páez Escobar que tomo en préstamo las palabras de Nekrasov en la revista periodística Sovremennik cuando le enviara su primera nota de editor a León Tolstoi con motivo de la primera obra del genio ruso: «Pueda ser que no sea usted un huésped de paso en la literatura. Cultura, Armenia, mayo de 1972.
Es visible en esta novela el logro del autor, Gustavo Páez Escobar, en el empleo del lenguaje usado por el común de la gente de las mismas condiciones de aquellas que caracterizan los protagonistas usados en ella, así como en la descripción adecuada de los ambientes. Se puede conceptuar que en esas páginas de Gustavo Páez Escobar se halla latente la presencia de un escritor de proyecciones literarias de gran valía. Ernesto Bustamante Uribe, Diario del Quindío, Armenia, 13 de julio de 1973.