La tinta política
Por: Gustavo Páez Escobar
Hay algo de pintoresco en la arremetida con que las brigadas de los distintos sectores políticos se han dado a la tarea de embadurnar, en múltiples tonalidades, la cara del país. Cada partido, cada grupo, cada fracción de grupo tienen signos caracterizados para identificar, a veces con el simple brochazo estampado de afán y al filo de la penumbra, la omnipresencia de su candidato.
El país puede ser en gran parte analfabeto pero sabe leer de corrido estas reseñas que, como por obra de encantamiento, aparecen impresas por doquier, con velocidades desconcertantes. Recorriendo los senderos de la patria, la vista se detiene a cada momento en los frágiles pero nutridos mensajes electorales que buscan, con premuras nerviosas, conquistar los votos fugitivos. Nada se respeta en esta guerra de los barnices. Son los postes sitios predilectos para que la imagen del candidato fulgure en la pupila y penetre al subconsciente.
El árbol solitario, la bancada vistosa, la curva forzada, la piedra estratégica, todo resulta retocado, invadido por frases y consignas que se interceptan, hablan idiomas diferentes y terminan devorándose unas a otras, pues cuando apenas se está retirando la mano diestra del emisario que ha podido encaramar en el mejor sitio la efigie de su héroe, llegará el enemigo, que también medra en las noches, a superponer con sigilo las tintas de su devoción, que luego serán borradas o barridas por otras aves nocturnas.
A noventa días de las elecciones, cuando el país se mueve entre ideas, incertidumbres, programas y buenas intenciones, la batalla del papel es implacable. La tinta política no solo se riega por carreteras y veredas, atropella la vegetación y afea las ciudades, sino que se ha adueñado de las páginas de los periódicos.
Vivimos el apogeo de la palabra. Nunca el vocabulario, como en las jornadas electorales, es tan elocuente. Es el momento de las frases de impacto, de las ofensas, de las susceptibilidades, de los arranques huracanados, de las interpretaciones absurdas. Tal el impulso de estos días irritables, que, de no serlo, no impresionarían la epidermis del pueblo que reclama ser aguijoneado para responder con entereza y con cierta euforia a las proclamas de los partidos.
La tensión política se acelera conforme avanza el calendario hacia la hora cero, el día de la claridad y de las lamentaciones. Detrás de cada candidato se esconde un engranaje publicitario experto en lanzar carteles, en preparar fórmulas de combate, en ingeniarse máximas que calen en la conciencia del pueblo, y hasta en fabricar sonrisas, muecas y poses magnéticas, signos todos que, regados a lo ancho y largo del territorio, levantan el interés que despiertan estos rizos de la democracia
El país, pintorreado y medio bullanguero, juega a la farándula, con su corte de predicadores, de charlatanes y comediantes. Todo cabe en el sano debate electoral. Y es natural que los personeros de los partidos, animados a veces por propósitos sanos, aunque no siempre practicables, nos tienten con la vida barata, con la distribución de la riqueza, con la rebaja de impuestos, con la educación fácil, con la fertilidad de los campos, con el hallazgo de yacimientos petroleros y, en fin, con el engorde de nuestras pobres vacas flacas. Todo esto, y mucho más, a cambio del voto, del simple voto que se pide a gritos en la plaza pública, en el muro o en la carretera.
Cuando miro tanto barniz, tantos colorines, pienso en mi patria disfrazada y algo me dice que detrás del halago, si es tan profuso, debe haber mucho de farsa. Pero me alegro, al mismo tiempo, con estas policromías de la democracia que son capaces de inyectar saludables expectativas, confortables optimismos, así llegue más tarde el agua a borrar, de los muros y de las memorias, tantas promesas imposibles.
La Patria, Manizales, 27-I-1974.