Nuestro pobre billete de $ 500
Por: Gustavo Páez Escobar
El robo cometido en el Banco de la República de Cartagena suscita no pocas consideraciones. La atención del país, que solo parece impresionarse con hechos espectaculares, pues estamos en la época de la estampida y el sensacionalismo, estuvo concentrada en este acontecimiento insólito. No puede ser de otra manera cuando de la noche a la mañana desaparecen $42 millones en papel moneda.
Hoy, apenas tres meses después, la noticia ya no es noticia, y muy pocos se ocupan del desarrollo de los acontecimientos. Las páginas de los periódicos solo de vez en cuando, y como caso secundario, registran cualquier referencia sobre el sonado suceso que mantuvo en suspenso al país durante una efímera temporada de rumores y especulaciones. Al voluminoso expediente ha comenzado a caerle el polvo con que la opinión pública se olvida tan de las cosas trasnochadas.
Se refrescará quizás el caso cuando la justicia deje en libertad al gerente o encuentre motivos para enclaustrarlo definitivamente. Mi colega, entre tanto, que ayer fue noticia y hoy ya no lo es, estará acosado en este momento por angustiosas tribulaciones. Sobre su celda carcelaria está marcada ya esta regla de la vida: “Un instante más y habrás olvidado todo; otro, y todos te habrán olvidado».
Es tan aguda e insidiosa la imaginación callejera que, antes de pronunciarse la justicia en aquellos días de expectativa, se adelantó a acomodar ocultas maniobras, fabricando fantasías. Acaso la historia de Caribesa hizo despertar explicables suspicacias al repetirse en el mismo escenario otra danza de millones.
Los malhechores, que debieron sentirse confusos y deslumbrados con el tesoro que no cabía en sus manos, decidieron llevarse la mayor cantidad de dinero grueso para no enredarse con billetes extenuados. Pero nuestra mayor cifra monetaria, los rozagantes billetes de $ 500 escogidos para hacer menos pesada la huida, ha quedado bloqueada por las autoridades. Es una serie acorralada. Un billete avergonzado.
Los colombianos corrieron a los bancos (y aún hay muchos afanados) a cambiar las existencias por valores de libre circulación. El billete de $500 es, hoy por hoy, un papel desprestigiado. Los coleccionistas están en dificultades. Muchos preferirán esconderlos antes que prestarse a sospechas o someterse a preguntas incómodas. Otros pasarán necesidades antes que vergüenzas.
Portar en adelante un billete de $ 500 no es, como antes, signo de liquidez ni de distinción. Negro será el horizonte para los cargadores de este tesoro público cuando, borrados los caminos del libre comercio, se encuentren pobres (como ya sucedió con varios de ellos) en medio de la abundancia.
El Espectador, Bogotá, 17-VIII-1973.
La Patria, Manizales, 20-XI-1973.