La foto favorita de doña Sofía
Por: Gustavo Páez Escobar
Doña Sofía Ospina de Navarro ha preparado una suculenta receta matrimonial. La encantadora reminiscencia que nos entrega como su “foto favorita” en la edición dominical de El Espectador se convirtió en el plato fuerte del día. Fuerte, sobre todo, para los maridos, que solemos ser glotones.
Hay en su ameno y espiritual relato todo un manual de buena cocina doméstica. Y esta vez, rompiendo tradiciones, ha condimentado la fórmula con pequeñas píldoras de humor, sin faltar desde luego la sal y la pimienta, para hacerla digerible de nuestras caras esposas. Conste que no hablo de esposas caras. Que si así fuera, la sabiduría de doña Sofía no hubiera recomendado esta sazón al alcance de todos los bolsillos y al gusto de todos los paladares.
La costumbre, muy dominguera en mí, de saborear ciertos apartes de los periódicos, me llevó rápido a una de las secciones predilectas. Resultó fácil saludar en el recuadro a la admirable matrona antioquena, con su inextinguible sonrisa de bondad, con canas pero sin lentes; y sin el «bisnieto de gesto lloroso», que seguramente recortó la tijera del periódico, pues la cosa no era para llorar, si arriba, en las dos estampas fiesteras, los contornos tenían colorido.
Como quien juega a las adivinanzas, comencé a buscar puntos de referencia para acomodar a la ilustre dama entre el garboso traje flamenco. Regresé el almanaque lo suficiente para lograr el encaje perfecto. ¡Y allí quedó usted, doña Sofía, soberbiamente sevillana! Le quité –con perdón suyo, que quiere tanto su edad– los años necesarios para que un mal cálculo no echara a perder la arrogancia de la foto.
Pero se los restituí de inmediato, aunque a la inversa; es decir, los agregué a la sevillana, y aquí sí la cosa falló, pues ya no cupo usted en el cuadro. La actitud taciturna del corcel me hizo sospechar que había gato encerrado. Mirando mejor el animal, lo encontré rebelde, sin ganas de arrancar. Y usted estaba escondida, temerosa, como si alguien la estuviera espiando. ¡No podía ser usted! De serlo, se habría mostrado airosa. Y su Salvador no tendría esa mirada que llama usted desafiante (¡amor conyuga!), y que a mí se me ofrece asustada.
No hubo otro remedio que leer la solución. El truco quedó desarmado. El sombrero cordobés y el clavelito en la solapa desaparecieron en el acto. Y el bueno de su marido tuvo que trenzarse de nuevo la corbata que había escondido en el bolsillo trasero. Con sus 64 años a cuestas, y sin la linda sevillana agarrada a su cintura, regresó en busca de su media naranja. Allí estaba usted, detenida en el jolgorio, sonriéndole con risa franca y cómplice de su inofensivo esparcimiento.
Se rubrica la nota con un mensaje para las esposas celosas, recomendándoles que no confundan la sana alegría con la infidelidad. Ya llegando a esta parte de la dedicatoria, el teléfono me recordó el compromiso de visitar la feria artesanal de Cartago. Partimos eufóricos con un matrimonio amigo. Para matizar el viaje, me referí a la alegre historia fotográfica, que recibió amplio refuerzo por parte de mi amigo, también adicto a los platos bien condimentados. Pero no tuvimos suerte, estimada doña Sofía. Poca gracia causó a nuestras caras esposas tan ameno relato. Los maridos somos malos para los cuentos, o no sabemos explicarlos.
Preferimos callar. De todas maneras, íbamos para una feria y bien pedíamos hacer ciertos cálculos mentales, que no verbales, pues la conversación habla terminado en punta. En la feria buscamos la primera venta de sombreros y cada cual se caló de afán el atuendo, con la mala suerte de que nos habíamos embocado en una tienda que no tenía nada de flamenco y a la salida alguien nos retrató para mandar la muestra al exterior sobre una de las tribus del Putumayo que aún no se habla extinguido.
Nuestras queridas esposas nos recibieron con amplia mirada, esta sí desafiante, y nos encimaron algunos pellizcos. Y por más que nos esforzamos, respetada señora, no conseguimos corcel, ni clavel, y mucho menos sevillana, ni nada que se pareciera.
Pero como nuestras medias naranjas son grandes admiradoras de usted, al día siguiente sazonaron una de sus recetas, pero sin sombrero cordobés, ni faldas flamencas… Y por fortuna nos llamaron al entendimiento. Habían leído, despacio, la deliciosa aventura. Y descifraron el mensaje. Lo entendieron al pie de la letra, pues nos dieron libertad de hacer otro tanto, pero a los 64 años, edad ideal, según ellas, para que a nuestro turno les demos la oportunidad de rubricar otra foto histórica, no importa la flamante sevillana. Y de paso nos recomiendan que presentemos a usted su cariño y admiración.
El Espectador, Bogotá, 23-VIII-1972.
La Patria, Manizales, 26-VI-1974.
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Comentario:
Nos ha complacido mucho recibir su colaboración sobre la foto favorita de doña Sofía Ospina de Navarro. Ese estilo de lecturas es el que quisiéramos siempre ofrecer en nuestras páginas y en adelante estaremos atentos a prestar la mayor acogida a las colaboraciones que usted nos envíe. El Espectador, José Salgar E., subdirector.