¡Mi libro!
Por: Gustavo Páez Escobar
Recortes. Mensajes. Fotografías. Todo permanece en reposo, en absoluta quietud, entre la silenciosa carpeta que se ha encargado de coleccionar los comentarios y referencias sobre mi novela Destinos cruzados. Al iniciar el archivo me impuse la disciplina de no repasarlo hasta tener alguna base para ensayar un balance, una conclusión, en torno a este acopio de crítica. Era recomendable que la obra se desdoblara ante la opinión.
Quedan 100 ejemplares. Miro la existencia y experimento tristeza. Podría ser alegría, en lenguaje mercantilista. Pero estoy triste. ¡Se van mis amigos! Me acostumbré a sentirme acompañado por mis libros y ahora quieren dejarme solo. Al empacar cada remesa, he dialogado con mis amigos a través de los libros. Estos han sido portadores de muchos mensajes de amistad. Han sido motivo de distracción, vínculo de enlace. He sentido más cerca la amistad.
La amistad, con todo, ha llevado a veces al desencanto, El libro, mi libro, desenmascaró cosas ignoradas. Delató falsas amistades. Y las actitudes débiles sucumbieron ante su poder. Coseché insospechadas experiencias. Nuevas amistades. Aprendí a vivir más. Por todo esto me hallo triste. Mi escurridizo compañero quiere irse. Se ahuyenta poco a poco.
Sobre mi escritorio he depositado el contenido de la silenciosa carpeta. Repaso las críticas, los comentarios. Encuentro elogios. Mido el alcance de cada uno. Sé valorarlos, a cada cual por separado. No confundo la lisonja con el encomio. Ni el acuse de recibo con el examen verdadero. No falta, desde luego, la censura. Desde quien está contrariado porque la bella Cristina se haya enloquecido –por amor, afortunadamente–, hasta quien se declara una vez más enemigo irrevocable del adverbio. Malos momentos, sin duda, le ha jugado el adverbio, si acentúa tanto su encono para con este noble recurso gramatical.
No falta lo pintoresco, Se desdobla la carta de un amigo distante que me acusa recibo del libro y me cuenta que la carátula le llegó invertida, pero la consideró correcta, como parte de Destinos cruzados. ¿Broma? ¿Ingenuidad? Prefiero que tome nota el ilustre editor.
En el revuelto escritorio está mirándome la nota de Juan Ramón Segovia, de La Patria. Me persigue, definitivamente, el adverbio. Acaba de escapárseme uno rimbombante en presencia, nada menos, que de su acérrimo enemigo. Releo sus elogios y censuras. Los respeto. Repaso, para infundirme ánimos y proseguir la marcha, las palabras de Jorge Luis Borges a un aspirante a escritor: «Mi primer consejo sería que no se olvidara nunca de ese personaje un poco olvidado que es el lector y tratara de distraerlo y no de asombrarlo. Luego le aconsejaría el empleo de un vocabulario sencillo. Escribir en un lenguaje escrito que se pareciera un poco al lenguaje oral.»
Otro recorte de periódico salta en esta danza del papel. Adrián Acero fortalece mi ánimo desde su columna de La Patria. Espera encontrarme en un libro de clamor, de protesta. Quiere situarme en la temática del momento y empujarme a tumbar imperios y monarcas. «Quizás no es mi especialidad», me consuelo.
Han regresado a su quietud los recortes, los mensajes, las fotografías. ¿Está hecho el balance? ¿Existe la conclusión? ¡No! La vida del libro es incalculable, misteriosa. Hay quienes sostienen que nunca muere. Algún día espero volver a mis archivos. Sopesaré de nuevo las opiniones. Es posible que para entonces encuentre defectos que no se habían descubierto y, de pronto, alguna cualidad. Si la época no es de transformación y angustia, ni de exploraciones del espacio, ni de narcóticos, ni de barbudos, quizás alguien me invite a escribir sobre el amor de las palomas. Por ahora déjenme regocijado con mi libro, mi inmejorable amigo.
Armenia, 28-II-1972.