Rodrigo Gómez y las causas quindianas
Por: Gustavo Páez Escobar
Cuando llegué al Quindío, en el año 1969, llevaba poco tiempo de creado el departamento. Se hablaba entonces del “Departamento Piloto de Colombia” en razón de la sólida organización que mostraba ante el país, y en el plano local se mencionaban los nombres de los líderes políticos y cívicos que habían hecho posible la independencia regional mediante obstinadas e inteligentes campañas nacidas desde muchos años atrás. Entre esas figuras estaba la de Rodrigo Gómez Jaramillo, senador de la República.
Hoy ya es historia la acción intrépida desarrollada por los parlamentarios de la región para conseguir la aprobación de la respectiva ley. Gracias a ellos, en primer término, se sortearon innumerables obstáculos que surgían en la vecindad (tanto por parte de Caldas como del Valle) para plasmar la idea segregacionista.
El plan inicial comprendía la integración a la nueva zona de los municipios aledaños de Caicedonia, Sevilla, Alcalá y Ulloa, los que por su esencia cafetera y los nexos comunes y fraternales que han mantenido con el Quindío, eran indicados para dicho propósito. Pero los políticos del Valle opusieron fuerte resistencia para permitir la reducción de su territorio, y esto hizo fracasar el primer intento separatista de Caldas.
Conformada años después una nueva batalla regional, el Quindío redujo su pretensión a solo diez municipios de entraña quindiana, y aun así se encontró con la rivalidad del senador valluno Hernando Navia Varón, duro contrincante en los predios parlamentarios.
Por aquellos días, una bella quindiana, Clarena Gómez Gómez, había obtenido el título de princesa en el reinado de Cartagena, y con ese carácter ejerció presión ante los políticos del Valle para limar asperezas. Navia Varón quedó impactado con la hermosura de Clarena. Y aquí viene la anécdota. Dándose cuenta Gómez Jaramillo de ese hecho, logró que la princesa les hablara a los miembros de la Comisión Primera del Senado, sabedor –como buen zorro de la política, y sobre todo como agudo intérprete del hechizo femenino de su paisana– de que su colega quedaría flechado por la belleza quindiana. Así sucedió. Desde entonces el senador valluno se volvió decidido defensor de la ley 2ª de 1966, que le dio vida al departamento del Quindío.
Gómez Jaramillo se vinculó desde muy joven a la vida pública. Fue diputado de Caldas, personero y alcalde de Armenia, representante y senador, diplomático de Colombia en el Perú, gobernador del Quindío. En todas las posiciones ha dejado huellas de absoluta probidad. No se le conoce el menor desliz en materia de moralidad, y por el contrario, ha sido implacable fustigador de la corrupción pública. Así lo demostró como director del diario La Crónica del Quindío, desde el cual ejerció firmes campañas contra los desvíos de la región.
Recuerdo el editorial que escribió el 8 de septiembre de 1998 en su periódico, a propósito de mi novela La noche de Zamira, presentada en la Universidad del Quindío y que tiene como fondo la descomposición moral que vivió la comarca por efectos de las bonanzas cafeteras que trastocaron los valores ancestrales de la sociedad quindiana. Dice allí:
“El escritor Gustavo Páez asume en su obra La noche de Zamira la original iniciativa de identificar los perfiles de una época mal llamada de ‘bonanza’, porque lejos de estimular la realización de ideales o de mejorar la calidad de vida de sus protagonistas, rompió los moldes tradicionales donde se han fraguado los valores espirituales y morales que han determinado el comportamiento amable de nuestra sociedad. La súbita irrupción del dinero a canastadas, provocada por la cotización exagerada de los precios internacionales del café, crea una cultura del despilfarro, del consumo irracional, de las inversiones exóticas, de la prostitución y el alcoholismo”.
Palabras proféticas, estas de hace once años, donde el político y periodista no solo enjuicia el manejo dañino del dinero fácil, sino que pone el dedo en la llaga sobre la quiebra de los principios éticos y morales que ha sacudido la paz regional.
Es el único sobreviviente entre los parlamentarios de hace cuatro décadas que lideraron el acto de independencia administrativa del Quindío. Este hecho lo hace fulgurar, en los tiempos actuales, con mayor admiración de sus coterráneos y de quienes nos preciamos de ser sus amigos. Nada tan justo, luego de una vida batalladora y digna, como la exaltación que le hace el Congreso de la República al conferirle la Orden de Gran Caballero.
El Espectador, Bogotá, 11 de diciembre de 2009.
Eje 21, Manizales, 18 de diciembre de 2009.