El destino trágico de Arias Trujillo
Por: Gustavo Páez Escobar
Leo ahora, 79 años después de su publicación, los editoriales que escribió Bernardo Arias Trujillo en El Universal, único diario liberal de Caldas en 1930, fundado y dirigido por él con el fin de apoyar el gobierno de Enrique Olaya Herrera, iniciado ese año tras una larga hegemonía conservadora.
Esos editoriales fueron recogidos en 1991 en libro auspiciado por la Biblioteca de Escritores Caldenses, obra prologada por Néstor Gustavo Díaz Bedoya. El diario tuvo una efímera existencia de tres meses, del 3 de julio al 30 de septiembre de 1930, y aunque en la edición final dice el escritor que volverá a imprimirse cuando empiecen las jornadas electorales, nunca más volvió a circular.
En la despedida periodística, Arias Trujillo manifiesta lo siguiente: “Para esos días volveremos nuevamente a la carga, con los mismos ímpetus que han hecho de estas columnas una hoguera constante y con los títulos que hemos obtenido por haber batallado valerosamente y de buena fe a favor de nuestras ideas”. Como se ve, la expresión “a la carga” ya existía en labios del escritor caldense, mucho antes de que Gaitán la pusiera en boga en el panorama nacional.
Quien lea hoy tales editoriales, con la desaprensión con que yo lo hago, hallará una marcada pasión política, con acento sectario, que al tener como mira la defensa del régimen liberal que acababa de instaurarse, atacaba con vehemencia al partido contrario. Por eso, el editorialista define sus columnas como “una hoguera constante”, que en verdad lo fue, y anuncia su regreso a la brega partidista para el tiempo electoral.
Estos hechos reflejan la fiebre política que se vivía en aquellas calendas, y que ya había iniciado la larga y devastadora época de la violencia movida por el morbo del sectarismo, común a los dos partidos. Desde la página editorial del diario manizaleño se atizaban temas pugnaces dentro de la política regional, y en lo nacional sucedía lo mismo, sin dejar de tratar, en forma aislada, algunos asuntos de interés común, como el problema agrario o la carrera administrativa.
Llama la atención que Arias Trujillo, que ya había escrito sus primeras novelas cortas, no dijera ninguna palabra sobre la literatura. Ese no era el propósito de su periódico. De todas maneras, es importante la recolección de dichos editoriales por el carácter testimonial que tienen. Eso es historia.
El fugaz periodista estaba a pocos años de escribir su novela cumbre, Risaralda (1935), obra que lo inmortalizó. Debido a ella, su nombre adquirió alta resonancia nacional, aunque también gracias a su espíritu rebelde y contestatario, muy dado al choque con sus paisanos y con las altas figuras del país. Tradujo, de Óscar Wilde, Balada de la cárcel de Reading, y armó tremendo altercado con el maestro Valencia por la traducción que este hizo del mismo texto, ante lo cual expresó lo siguiente: “Merece más la horca don Guillermo Valencia por haber adulterado tan criminalmente la Balada de Wilde, que el propio soldado Carlos T. Wooldridge ajusticiado en Reading”.
Otro gran alboroto lo produjo el libro En carne viva, crudo análisis de la vida nacional y de célebres personalidades, elaborado con lenguaje fustigante y ácido. Esta obra le hizo ganar el ostracismo. Alejado cada vez más de la gente y víctima de su enorme talento y su punzante inteligencia, se entregó a la vida bohemia y libertina.
Su declarado hedonismo, tan grave en aquellos días, lo volvió un réprobo de la sociedad y la religión. En este terreno se fue lanza en ristre contra las sanas costumbres de la época con el libro Por los caminos de Sodoma, subtitulado Confesiones íntimas de un homosexual, lo mismo que con el poema Roby Nelson. Además, hacía circular entre sus amigos sonetos de encendido erotismo.
Esta agitada existencia no podía causar sino insufrible desajuste emocional. Su rebeldía congénita chocaba con todo y contra todos. Nombrado secretario de la Legación de Colombia en Buenos Aires, el embajador plenipotenciario, José Camacho Carreño, lo pinta con estas palabras el día que lo conoció: “Tras de unos malhumorados aldabonazos, encontré un mozo dejativo y rudo, de franco mirar que sesgábase a veces con cierta cólera oblicua”.
Su existencia fue tan breve y tormentosa como la del huracán que se destroza contra las rocas a poco tiempo de haber nacido. Tenía 34 años cuando la muerte le dio en Manizales, el 4 de marzo de 1938, la estocada final. Sobre la causa de su muerte leo lo siguiente en los datos biográficos anotados al final del libro que guarda sus editoriales: “Derrame cerebral a consecuencia de su fuerte temperamento le originó el deceso, así como la afición que tuvo por un consumo maldito como el de la morfina. No faltaron las versiones comadreras que atribuían la muerte a un posible suicidio tal vez realizado en busca de emociones indescriptibles por parte de nuestro personaje”.
Ignoro quién es el autor de esta ficha biográfica, ni la fecha en que se escribió. Lo cierto es que las “versiones comadreras” de hace siete décadas, cuando ser homosexual representaba una afrenta social que había que ocultar, pueden considerarse el manto piadoso con que se arropó el cadáver del impío homosexual. El sudario con que se cubrió la vergüenza pública.
La verdad es esta: el escritor se suicidó con una sobredosis de morfina. Así lo certifica el médico Jaime Robledo Uribe, su amigo, quien lo atendió en la agonía: “Arias Trujillo se fue por la borda. El golpe lo dio con morfina en una dosis tan maciza que cuando el médico llegó no había posibilidad de hacer nada. Ya había puesto los dos pies en los estribos de la muerte (…) su complejo sexual lo estaba llevando a crueles ángulos de misantropía, por su lado, y de aislamiento, por parte de la sociedad. No le valieron ni consejos, ni súplicas, ni efectivas ayudas morales y materiales. Todo lo veía con criterio de náufrago”.
Si Bernardo Arias Trujillo no hubiera escrito Risaralda, hoy sería un don nadie, un pobre diablo. Lo salvó la literatura.
El Espectador, Bogotá, 20 de noviembre de 2009.
Eje 21, Manizales, 21 de noviembre de 2009.
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Comentarios:
Verdaderamente, sin Diccionario de emociones o Risaralda, Bernardo Arias sería lo que tú dices: un don nadie. He ahí la grandeza de la literatura. Iván de J. Guzmán López, Medellín.
He leído la nota sobre Arias Trujillo, ¡qué buena! Quiero contarle que con ocasión de los 75 años de la muerte de Arias Trujillo se está terminando de imprimir una bellísima edición de Risaralda en la cual he colaborado revisando textos, escogiendo fotografías y haciendo la nota de contraportada. Ferretería Electra, propiedad de sus sobrinos los Michaelis Arias, ha asumido todos esos gastos y se encuentran en negociaciones para comprarle a la curia la casa donde Arias se cuadruplicó la dosis de morfina para convertirla en un Museo. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.
Bello artículo a la memoria de alguien que no alcanzó a tener memoria. Esta referencia a Arias Trujillo es aplicable a millones de anónimos que han ofrendado su existencia a la intolerancia de la sociedad, nombre moderno que se ha dado a la batalla que ha emprendido la mojigatería contra librepensadores, escritores, artistas, políticos y «gente rara». Las víctimas cobradas por esta sociedad solapada, cruel y perversa llegan a una cifra imposible de tabular, solo comparable con la cuantía de actos de atropello, crimen y corrupción que aplaude, sublimiza y enorgullece. Así es la vida en nuestra sociedad colombiana y para el caso de Arias Trujillo, la manizalita. Álvaro Buitrago.
Recio carácter debió de ser este compatriota Arias Trujillo. Habla a favor de su autenticidad el hecho de haber enfrentado la más pacata y troglodita sociedad parroquial de Colombia -después de la medellinense-, la manizalita, que si lo es al máximo hoy, cómo sería hace ochenta años. Al final, esa lucha desigual le hizo pagar el precio impagable, quebrándolo en su segunda juventud, como cita el columnista. Jakemate (correo a El Espectador).
Es importante este artículo toda vez que Arias Trujillo fue acogido literariamente mas ignorado por la sociedad azucena que en esas épocas ya maldecían tanto las preferencias sexuales como aberraciones y los espoleamientos de que se valían los grandes e insignes artistas y poetas para inspirarse o pasar desadvertidos en una sociedad mojigata como la que nos ha tocado sufrir. Ya Baudelaire, Gide, Wilde y acá en Colombia Llanos, Eduardo Castillo sobrellevaron en medio de sus paraísos artificiales, unos de sexo y pasión y otros de desconexión cósmica, la aberrante exclusión de la sociedad. Qué le vamos a hacer, y mientras tanto releamos Diccionario de emociones de Arias Trujillo, su Risaralda, su magistral obra Por los caminos de Sodoma y degustemos de su poesía inspirada en el eterno tabú la canción Roby Nelson… aquel que «conocí una noche y estaba yo borracho…en copas de champaña y sorbos de heroína…. Manueljosé Bedoya Escudero (correo a El Espectador).