Chaves
Por: Gustavo Páez Escobar
El lector que vea el titular de esta columna puede pensar que se trata del presidente de Venezuela. Pero no: se refiere a una novela del escritor argentino Eduardo Mallea, cuyo protagonista lleva el nombre de Chaves.
Entre ambos personajes hay enormes diferencias. La primera está en la grafía: el apellido de nuestro vecino belicoso es Chávez (con zeta y con tilde). Es hombre atildado, no ya por lo pulcro y elegante, cuanto por llevar consigo el levantado signo ortográfico que parece imprimirle arrogancia a su figura soberbia. En cambio, el Chaves de Eduardo Mallea es hombre raso, oscuro, del montón, carente de atavíos y caminante con la cabeza baja. No tiene ninguna tilde que le haga subir la mirada, ni el tono.
Otra gran diferencia reside en sus temperamentos opuestos. El Chaves de Mallea no habla, y cuando lo hace, casi no se le entiende. Es callado, aunque observador y analítico. Humilde, anodino, pero reflexivo. No habla, pero con su silencio pone a la gente a pensar. En el otro extremo, el Chávez de Venezuela es locuaz, agresivo, teatral, armador de guerras. Habla duro, a veces con voz de trueno, y otras, de histrión consumado.
Esta bipolaridad resulta desconcertante, y por lo mismo, poco confiable. De tanto hablar, se traba, se resbala y levanta polvaredas. Son, los dos, personajes como el agua y el aceite. El uno, déspota, el otro, plebeyo. Me quedo con el plebeyo.
Mucho tiempo duré preguntando por la novela en librerías bogotanas sin lograr conseguirla. Hasta que una mano afectuosa me la trajo de Buenos Aires. Había recorrido todas las librerías de Corrientes, y muchas más: en ninguna la encontró. Cosa extraña, tratándose de una obra maestra, agotada en el propio país del autor. Como último recurso, acudió a las ventas por internet y localizó un ejemplar, único, en población distante de la capital. Aquí lo tengo, y con él me he solazado.
Ejemplar añejo y oloroso a fragancias, como el buen vino. Tiene el lomo maltrecho y las páginas comienzan a amarillear, vestigios del medio siglo de travesía llevado de la mano de lectores ignaros –pienso yo– que no tuvieron la noción de conocer su linaje. Creo que este ejemplar ha recorrido muchos caminos inhóspitos. Una firma ilegible indica que alguien quiso retenerlo, pero lo dejó escapar. Quizá lo vio desnutrido. Esta ignorancia permitió que el texto llegara a mis manos bajo el sortilegio de la internet.
Pertenece mi nuevo huésped a la primera edición de la obra (1953), de Editorial Losada. Sobre Chaves, el libro (prometo no volver a hablar del dictador, para que no se me malogre el artículo), dijo Jorge Luis Borges que la consideraba la mejor novela de Mallea. El concepto perdura 56 años después de editada la novela.
En su carrera narrativa se destacan, entre otros, los títulos Cuentos para una inglesa desesperada, La barca de hielo, Fiesta en noviembre, La bahía del silencio, Todo verdor perecerá, La ciudad junto al río inmóvil. El ensayo Historia de una pasión argentina, colmado de amor por su país, y de amargura ante la decadencia de la nacionalidad, es su obra más representativa. Me sirvió de compañera en viaje a la Argentina hace pocos años.
Este Chaves insignificante, que deambula por los campos y las ciudades en busca del esquivo sustento de los pobres, se convierte en actor gigante del mundo de la miseria que ignoran los de arriba. Encarna al actor de la vida desastrada que languidece a merced de los poderosos. Y se mete, con su silencio helado, en los callejones de la desesperanza y de la crueldad social.
Perenne realidad tratada por los novelistas a través de los tiempos. Por lo tanto, no habría nada nuevo en esta novela mínima. Lo nuevo está en la fuerza dramática de las cien páginas maestras que estremecen y deslumbran. Novela de brevedad alucinante, como Pedro Páramo. Densa crónica de silencios donde las pocas palabras muerden la conciencia y dignifican el sufrimiento.
Palabras precisas, rotundas, fulminantes, unas llenas de colorido y belleza, y otras, de dolor y perplejidad, con las que Eduardo Mallea ha retratado el universo sombrío –acentuado en su Argentina invisible– que el hombre no quiere mirar.
El Espectador, Bogotá, 14 de octubre de 2009.
Eje 21, Manizales, 14 de octubre de 2009.
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Comentarios:
Excelente artículo literario de corte ensayístico. Lo he leído con placer. No conocía esta novela de Mallea con título para el acertado paralelo que haces, fomentando la lectura de otros enfoques chavistas. Ramiro Lagos, Greensbore (Estados Unidos).
Me ha hecho recordar a Mallea y su prodigiosa novela que leí apenas salía de la adolescencia. Mil gracias por ese placer. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.
Me encantó el artículo. Muchas gracias por los agradecimientos que me corresponden, lo hice con mucho gusto, y lo que más satisfacción me da es saber que lo leíste y lo disfrutaste tanto. Con esa descripción que haces, dan ganas de leerlo. Diana Muñoz, Bogotá. .
Después de leer tu nota sobre Chaves, busqué mi edición de la obra, que es la segunda, con fecha del 25 de marzo de 1968, perteneciente a la colección Biblioteca Clásica y Contemporánea de Losada. Tras sucesivas purgas -o policías- a la biblioteca, la conservo entre mi tesoro de novelas cortas del mundo. Conocí a Mallea en plena juventud, gracias a Federico Ospina, director de Bolsilibros Bedout y mi gran maestro editorial, que había estudiado artes gráficas en Buenos Aires. Baltasar Gracián acertó cuando dijo: «Lo bueno si breve dos veces bueno». Hernando García Mejía, Medellín.