Ospina Pérez en la historia
Por: Gustavo Páez Escobar
La revuelta del 9 de abril tuvo un héroe indiscutible: el presidente Mariano Ospina Pérez. El ánimo sereno, la firmeza y el sentido patriótico permitieron al mandatario, fortalecido por el empuje y la solidaridad de su esposa, doña Bertha, vencer la subversión y salvar la democracia. Ni un titubeo, ni una sombra de debilidad, ni la menor concesión a la anarquía empañaron el ejercicio del mando, lo que fue determinante para recuperar la gobernabilidad del país en momentos de caos absoluto, cuando la barbarie arremetía por todas partes con sus hordas de destrucción y pánico. De no ser por esa actitud valerosa, la nación entera se hubiera incendiado.
Al cumplirse cincuenta años de la mayor hecatombe que haya sufrido Colombia en todos los tiempos, el escritor y académico Héctor Ocampo Marín escribe una excelente biografía del presidente Ospina, elaborada con rigor histórico y sustentada por fuentes serias de información, texto publicado por la Cámara de Comercio de Medellín. El exministro Rodrigo Llorente Martínez, prologuista de la obra e intérprete respetable de aquellas jornadas dantescas, dice que dicha biografía es “una de las más completas de este tramo de la historia política del país”.
Mariano Ospina Hernández, hijo del gobernante, recuerda la frase trascendental de su padre cuando los generales del Ejército le ofrecieron un tanque para salir de Palacio y un avión para ponerse a salvo con doña Bertha fuera del país: “Para la democracia colombiana vale más un Presidente muerto que un Presidente fugitivo”.
Ospina Pérez nace en Medellín en 1891. Su padre es el educador y sabio Tulio Ospina Vásquez, hermano de Pedro Nel, presidente de la República en 1922. Su abuelo es Mariano Ospina Rodríguez, presidente de la Confederación Granadina en 1857 y una de las figuras más destacadas en la organización del Partido Conservador. La dinastía Ospina se destaca en la vida nacional con rasgos comunes: personas laboriosas y forjadoras de progreso, formadas dentro de sólidos principios democráticos y religiosos, amantes de la legalidad y el orden, enemigos de los abusos y el despotismo.
Mariano Ospina, el abuelo, es en 1828 conspirador septembrino al rechazar la dictadura de Bolívar, y el general Mosquera lo encarcela y casi lo ejecuta por oponerse a su gobierno. Por su parte, Mariano Ospina, el nieto, termina enfrentado con su impulsor político y aliado de otros tiempos, Laureano Gómez, por no compartir sus métodos extremistas.
Desde joven, Ospina Pérez sobresale en su entorno hogareño y en la vida social de Medellín. En el Colegio de San Ignacio es uno de los mejores estudiantes. Pero su padre, debido a aguda crisis económica producida por la guerra, decide retirarlo del establecimiento por no tener capacidad de seguir atendiendo los gastos de la educación, ante lo cual el rector, en vista de la calidad del alumno, se opone en forma rotunda a su salida. Más tarde, cuando cambia la suerte, el padre paga al colegio la totalidad de la deuda.
De 17 años ingresa Ospina a la Escuela de Minas de Medellín, de la que fue rector su tío el presidente Pedro Nel, y la que está dirigida ahora por su padre don Tulio. Los tres, dentro de una brillante tradición familiar, ostentan el título de ingenieros. Luego, el promisorio estudiante adelanta especializaciones en las universidades de Lousiana y Winsconsin, y a su regreso se vincula como catedrático de la Escuela de Minas, de la que será rector al poco tiempo.
Su carrera pública la inicia como concejal de Medellín, y luego es diputado a la Asamblea de Antioquia. Después será superintendente del Ferrocarril de Antioquia y, de 33 años, senador de la República. Dos años después el presidente Abadía lo nombra ministro de Obras Públicas, y allí ejecuta evidentes realizaciones para el progreso nacional. En 1929 es designado gobernador de Antioquia, cargo que no acepta.
Luego ocupa la gerencia de la Federación Nacional de Cafeteros, donde cumple dinámica labor que redime las postradas finanzas del gremio e implanta programas de enorme beneficio para la población campesina, uno de los sectores más favorecidos por el futuro mandatario. En todas las posiciones por donde pasa deja huellas como hombre de empresa y de extraordinaria visión. Ese es el sello de su raza paisa y de su estirpe Ospina.
En 1946 llega a la Presidencia de la República. La opinión nacional, sabedora de sus capacidades ejecutivas, recibe su victoria con esperanza y muestras de simpatía. El mandatario nombra un gabinete de lujo e inicia una serie de obras de largo alcance, logradas a través de la creación de los Seguros Sociales, del Icetex, de la Empresa Siderúrgica de Paz del Río y de los Ministerios de Higiene y de Agricultura; de la capitalización del Instituto de Crédito Territorial y de la Caja Agraria; de la construcción de las represas del Sisga, Saldaña, Coello y Neusa, entre otras iniciativas que dinamizan la acción social de su gobierno.
La violencia detonada por el 9 de abril, que suele atribuirse al comunismo y cuya interpretación cabal no se ha conocido en medio siglo, y es posible que nunca se conozca, lanza a Colombia a la guerra civil. Pero al frente del Estado se encuentra el hombre prudente y enérgico que frena los disturbios y salva las instituciones. El asesinato de Gaitán, que comete un loco por motivos indescifrables, estremece al país con fuerza demoledora y pone a tambalear al Gobierno. Sin embargo, la mano firme y el recto criterio de Ospina Pérez, traducidos en la adopción de medidas sabias para el momento caótico, restablecen en pocos días el orden público.Y en medio de los escombros, el héroe del 9 de abril entra imperturbable y enaltecido a la Historia grande de Colombia.
El Espectador, Bogotá, 25 de octubre de 2001.
La República, Bogotá, 12 de noviembre de 2001.