Martínez Mutis
Por: Gustavo Páez Escobar
La amnesia de los tiempos permite que las nuevas generaciones ignoren importantes personajes que en su época fueron honra y prez de la patria. Tal el caso de Aurelio Martínez Mutis, nacido en Bucaramanga en 1884 y muerto en París 70 años después. Está catalogado como una de las figuras más notables de la lírica colombiana, que se ganó el título de “poeta de las epopeyas” por el acento con que forjó grandes páginas de su producción magistral.
La epopeya del cóndor fue ganadora de un concurso patrocinado en París por Rubén Darío, en competencia con más de 500 participantes. En igual forma, son sobresalientes La epopeya de la espiga, La esfera conquistada, La Religión y la Independencia, Salve, España gloriosa, entre muchos otros poemas que enaltecen su obra perdurable.
Sin embargo, poco es lo que se sabe hoy de este bardo trascendental. Otros afanes y otros estilos dominan hoy la actividad cultural del país. En este terreno, suele acontecer que lo clásico se cambie por lo aparente, lo frívolo o lo ostentoso. Perduran, por fortuna, mentes inquietas y creadoras, como la del escritor y académico Antonio Cacua Prada, que cuidan la Historia y rescatan valores que no pueden quedar sepultados en el silencio.
En la amplia bibliografía de Cacua Prada son dignos de elogio los volúmenes dedicados a la valoración de insignes personalidades del pasado. Ahora, con el patrocinio de la Universidad Central y en preciosa edición de dos tomos, el escritor recoge la obra dispersa de su paisano Martínez Mutis -quien va a cumplir 50 años de muerto- y la entrega a las nuevas generaciones para afianzar el patrimonio cultural de la patria.
Leyendo estos poemas, me he acordado de un episodio memorable que menciono en mi recién terminada biografía de Laura Victoria. Tanto Martínez Mutis como Laura Victoria, que no se conocían personalmente, ocupaban la atención de los colombianos por sus brillantes carreras líricas. Ambos tenían renombre internacional y recibían calurosos aplausos de los públicos de América. Corrían los años 30.
En el cuarto de un hotel de Barranquilla, una guitarra trasnochadora no cesa de gemir sus notas sentimentales, y ya empieza la madrugada. La poetisa envía a su hijo Mario, de cortos años de edad, a tocar en la puerta del incómodo pasajero que, bajo la inspiración de las musas nocturnas, le saca tonalidades a su guitarra viajera, sin importarle en absoluto la paz del vecindario.
“Vengo de parte de mi mamá a decirle que nos deje dormir”, balbuce el pequeño. “Dígale a su mamá que soy el poeta Martínez Mutis”, responde el cantante. “Pues ha de saber usted que mi mamá es la poetisa Laura Victoria”, responde el niño con gesto ufano y categórico.
Asunto concluido. El poeta-guitarrista traslada sus instrumentos a otra parte: el propio cuarto de la vecina. Solo una pared separaba a dos grandes de la poesía que desde tiempo atrás deseaban conocerse. El destino caprichoso permite que esto suceda en una fría pieza de hotel, donde amanecen enhebrando ensueños. “Así conocí a este inmenso poeta santandereano que desde ese momento fue uno de mis mejores amigos”, recuerda Laura Victoria.
El Espectador, Bogotá, 20 de julio de 2001.