El humor de Alan Jara
Por: Gustavo Páez Escobar
Nunca se había visto un secuestrado que saliera tan eufórico de la selva como Alan Jara. A pesar de su aspecto demacrado, donde se notaban las huellas de las enfermedades que lo aquejaban y de los maltratos que recibió de la guerrilla, cualquiera diría que volvía de una excursión y no de un cautiverio.
Una vez descendió del avión en el aeropuerto de Villavicencio, derramó copiosas lágrimas al abrazarse con su esposa y con su hijo Alan Felipe, a quien ya no conocía, pues lo había dejado de ocho años y ahora lo encontraba de quince. Además, fue inmensa su emoción al saludar a sus paisanos y recibir el primer aire de la libertad en la tierra donde había sido gobernador en dos ocasiones.
Superado el duro impacto inicial, su ánimo se fue serenando. Luego lo vimos reír y sonreír con espíritu jovial y caminar con paso ágil, en medio de las dificultades propias de su penosa situación, durante el trayecto que lo condujo hasta el vehículo que lo llevaría al centro de la ciudad. Para quienes no lo conocíamos en persona, las cámaras de televisión nos mostraron una imagen grata, e incluso fresca, sobre este personaje que se ha caracterizado por su talante alegre, muy dado al gracejo, y que regresaba a la vida haciendo gala de su proverbial sentido del humor.
En la extensa rueda de prensa que concedió para narrar sus desventuras en la selva, se le vio de nuevo con el rostro agotado y el espíritu abierto para responder a las inquietudes que le formulaban los periodistas, y precisar detalles sorprendentes sobre su cautiverio. Lo que mayor impresión me causó fue la nitidez con que recordó a un buen número de sus compañeros de infortunio, con nombres y apellidos y una serie de datos familiares.
Sus declaraciones estuvieron matizadas de fino humor, y no se dio tregua para el descanso. Contó, por ejemplo, que al capitán Murillo lo llamaban ‘champion’ –así como suena, en inglés–, para destacar en plena selva, tan ajena a los títulos, su condición de campeón nacional de esgrima.
En referencia a los largos trayectos que tenían que realizar por los montes (y que en sus siete años de cautiverio fueron numerosos y agotadores), le envía este mensaje al profesor que ha recorrido el país entero pidiendo la liberación de su hijo, prisionero de las Farc: “Profesor Moncayo, allá sí que es verraca la vaina de caminar”.
Con increíble exactitud puntualiza que esos siete años largos suman 2.760 días de ausencia de sus lares. ¿Cómo haría –me pregunto– para llevar esta cuenta rigurosa? “Yo descansé siete años y medio, tengo todo el tiempo libre” –anota con ironía, como indicación de que gozaba de buen estado de ánimo para atender todas las inquietudes de los periodistas–.
En relación con el tipo de comida que le daban, dice que era “una dieta muy rica en harinas: arroz y arvejas. Al día siguiente, fríjol y arroz. Al día siguiente, arveja y arroz. En la tarde varía: arroz y pasta, arroz y lenteja, arroz y pasta, arroz y lenteja. Pero cuando las condiciones lo permitían, se cazaba carne de monte… Comí hasta mico”.
Hace mención de la entrevista que tuvo con el Mono Jojoy, en la que este le comentó que la guerrilla iba por los parlamentarios para tomarlos como objeto de negociación. Ante lo cual, Alan Jara repuso que él no era parlamentario. “Pero iba a serlo”, contestó el guerrillero. “Y aquí estoy, siete años y medio después –manifiesta el político que subsiste en el personaje recién liberado, como si estuviera hablando de frente con el Mono Jojoy–. Ojalá esas palabras fueran premonitorias”. Lo son, en efecto, ya que después de la rueda de prensa transmitida al país, no queda duda de que el ex gobernador desea volver a la arena política.
En el campo de la política, donde Alan Jara se movió como pez en el agua, sus declaraciones fueron movidas por la verbosidad, que tal vez es característica de su manera de ser. Es posible que su facilidad para el gracejo lo hiciera incurrir en excesos verbales, en persona que como él, al salir a la libertad después de 2.760 días de prisión selvática, no tiene la percepción cabal de lo que sucedía más allá de su encierro.
De ahí las numerosas críticas que ha recibido por sus expresiones fuera de tono acerca de la seguridad democrática adoptada por el presidente Uribe. Clamar por el canje de prisioneros, que todos deseamos, es muy distinto a manifestar que “el Presidente no ha ayudado para nada a que se produzca el intercambio humanitario”. Ignorar lo que esa política ha logrado en la búsqueda de la paz, y lo que por razones de Estado no puede conceder cuando tratan de imponerse condiciones inaceptables, es salirse de la realidad, doctor Jara.
En el grueso de la opinión pública ha quedado la sensación de que el recién liberado traía un libreto mental que lo hizo hablar más de la cuenta. Cierta complacencia hacia los sistemas practicados por sus captores hace pensar en el síndrome de Estocolmo. Es usual que suceda este desenfoque frente a la realidad, después de siete años de cautiverio.
Sea como fuere, nada resulta tan deseable como que el doctor Jara, luego de serenado el espíritu, y analizando el panorama nacional con mejores luces que las que tuvo el primer día de ibertad, se incorpore a la vida ciudadana como el líder político que es en su tierra.
Y ojalá maneje su humor habitual como elemento para conjurar, en el plano político, los tremendos dilemas que enturbian la paz de la nación.
El Espectador, Bogotá, 5 de febrero de 2009.
Eje 21, Manizales, 6 de febrero de 2009.