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En tierra derecha

martes, 19 de octubre de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

No conocía yo en Colombia (y creo que no existe) una novela que se desarrolle en el terreno de la hípica. Esa novela acaba de publicarse y tiene como escenario el viejo Hipódromo de Techo, que tanta figuración tuvo a mediados del siglo pasado, y que cerró sus puertas, luego de una progresiva etapa de decadencia, en la década del 80. La obra, escrita en Miami, tiene dos autores: Alfredo Arango y Guillermo “el Mago” Dávila. La publicó en Bogotá Rodríguez Quito Editores.

La primera curiosidad que asaltará al lector de estas líneas es saber por qué figuran dos autores, hecho muy escaso en la novelística. (En mis lecturas, sólo recuerdo el binomio conformado por Dominique Lapierre y Larry Collins, quienes se  conocieron cuando prestaban el servicio militar y más tarde se unieron para investigar temas históricos, lo que les permitió producir varios renombrados best sellers: Arde París, O llevarás luto por mí, Oh, Jerusalén, Esta noche, la libertad, El quinto jinete). El caso de la novela colombiana es el siguiente:

Alfredo Arango, abogado, profesor, periodista y escritor, que se fue a vivir a Estados Unidos hace 25 años, siempre tuvo en mente escribir una novela sobre las carreras de caballos, aguijoneado por sus propias emociones como aficionado en el hipódromo bogotano. La idea le daba vueltas en la cabeza, pero le faltaba mayor información sobre el mundo interno que se mueve en este deporte.

Hasta que de repente conoció a la persona precisa: Guillermo Dávila, compatriota que pasaba vacaciones en Miami y que en los viejos tiempos, tan añorados por Arango, había sido periodista hípico, publicista y linotipista, y por añadidura, mago. Conocerlo y proponerle que escribieran la novela a cuatro manos fue la fórmula inmediata para rescatar en un libro las historias ocultas en el estadio clausurado dos décadas atrás.

Sin embargo, Dávila objetó el hecho de no ser escritor. Ante lo cual, Arango le propuso que su participación consistiría en aportar recuerdos y experiencias como narrador hípico de aquella época memorable, cuota tan valiosa como el mismo arte de la escritura. Para eso, el viejo periodista debía desencamar las crónicas suyas que dormían cubiertas por la pátina del tiempo.

Ya en Bogotá, Dávila se dio a la tarea de revolver carpetas olvidadas en busca de las páginas más significativas de su oficio, las que poco a poco remitía a su interlocutor en Miami. Por el correo electrónico, que permite en la era moderna la comunicación al instante, el par de amigos estableció un coloquio dinámico gracias al cual las historias y los personajes se iban encarnando en la vida novelada que les imprimía el escritor lejano. Así se gestó y vio la luz la novela En tierra derecha.

García Márquez, en su libro de memorias Vivir para contarla, recuerda a Guillermo Dávila por los días en que los dos se conocieron en Cartagena hace medio siglo. En uno de aquellos amaneceres bohemios frente al mar, Dávila, que hacía parte del grupo de “tipógrafos cultos”, como los llama Gabo, le contó el proyecto que tenía de hacer el periódico más pequeño del mundo, de 24 por 24 –media cuartilla–, que repartiría gratis a la hora de cierre del comercio local.

A García Márquez le sonó la idea y se comprometió a escribir el periódico, tarea que cumplía en una hora, a las once de la mañana. Luego, en dos horas, Dávila –que ya era mago fabuloso–, lo armaba, lo imprimía y lo ponía en circulación. Lo llamaron Comprimido y tuvo vida ardorosa, pero efímera: tres números en tres días. Si no lo cierran, se quiebran. Desde entonces, el socio literario de Arango llevaba en la sangre la fiebre editorial, y en la presente ocasión hizo también uso de la magia para incorporarse en una novela sugestiva y de larga proyección.

Alfredo Arango es autor de otras dos novelas, dos libros de cuentos y frecuentes artículos en periódicos y revistas. Recién graduado de abogado ejerció la judicatura en Colombia y en tal carácter conoció de cerca la problemática social del país. En  Miami escribe una columna donde ventila casos enigmáticos dentro del ambiente judicial o policíaco, para que el lector los descifre y los resuelva.

Aunque la novela en comentario no tiene el exacto carácter policíaco, se urden en ella situaciones de intriga, suspenso y tensión bajo el influjo febril, a veces turbulento, de los intereses que giran alrededor del dinero. El hecho de que se jueguen grandes sumas en esta ruleta de la suerte –muy parecida a las mesas de los casinos–, permite que se desencadenen ambiciones, maniobras y lances ocultos que pasan inadvertidos para el común de los apostadores.

El dios dinero incita en el hombre el ansia de poder y riqueza, que en ocasiones se vuelve perversa y desenfrenada. A los hipódromos se va a ganar. Bajo esa atmósfera, no faltan las mentes siniestras que compran en secreto la voluntad de los jinetes y acuden a diversas tretas para desviar a su favor la brújula de la fortuna. En el mundo revuelto de las apuestas hípicas, que la novela presenta con veracidad y dramatismo, se teje toda una urdimbre en torno al sexo, la tragedia amorosa, la trampa, la corrupción, el comercio de la conciencia. Quizá, por eso, el Hipódromo de Techo conoció hace veinte años su derrumbe inevitable.

La novela rescata la imagen hoy difusa de la hípica nacional e incorpora personas reales vinculadas al llamado “deporte de reyes”. Hay exceso de personajes, muchos de los cuales surgen y desaparecen sin mayor significado: podría pensarse que de esta manera se representa el torbellino de las multitudes amorfas que colman los estadios. En cambio, perduran hasta el final del libro figuras estelares que le dan encanto a la narración, como el caballo Perseguido, símbolo de ternura y nobleza, y Margarita, heroína del sacrificio.

El Espectador, Bogotá, 5 de diciembre de 2007.

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Comentarios:

Me alegra tanto que te haya gustado la novela, que hayas tomado el tiempo para leerla y escribir sobre ella. Das en tus comentarios información muy valiosa acerca del proceder de escritura a cuatro manos y bastantes datos sobre nosotros los autores. Alfredo Arango, Miami.

Cada vez que escribes me entero de algo nuevo, ignorado por mis casi cincuenta años de estar fuera del patio literario colombiano. Nunca me imaginé que hubiese alguien que escribiera una novela sobre algo relacionado con el hipódromo como marco de referencia. Ramiro Lagos, Greensbore (Estados Unidos).

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