Sangre de periodista
Por: Gustavo Páez Escobar
La muerte de Guillermo Cano me sorprendió en Cúcuta, aquel 17 de diciembre de 1986. Al día siguiente, con mi esposa y mis tres hijos penetré en Venezuela, en vacaciones de dos semanas, en las que la imagen del mártir permaneció en el cerebro y en el alma como la visión tenebrosa de esta Colombia ensangrentada, en la peor época del narcotráfico.
Antes de ingresar a Venezuela, dirigí a El Espectador el siguiente mensaje: “Con su propia sangre, escribió Guillermo Cano su supremo editorial sobre moral, valentía y patriotismo que ojalá haga reaccionar al país en esta larga noche de horrores. Perplejo y adolorido expreso mi solidaridad con los Cano y mi fe en Colombia”. Días después, desde la Isla de Margarita, enviaba al periódico mi artículo Sangre de periodista, que me sigue estremeciendo el sentimiento, veinte años después.
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El 12 de diciembre, la víspera de salir en viaje de vacaciones, dejé en mano de don Guillermo Cano unas colaboraciones para El Espectador, con estas palabras: “Salgo en plan de descanso a Venezuela. Pero Salpicón (mi columna de entonces) se queda: él no tiene vacaciones. Le dejo estas notas anticipadas, y con ellas mis votos muy cordiales por su felicidad y la de los suyos en 1987”. Cinco días después el valiente periodista caía abatido por oscuros criminales a su salida de las instalaciones de El Espectador.
Una descarga fatal, que estremeció al país y continuará para siempre repercutiendo en el alma de este pueblo bueno e indefenso que los malhechores quieren destruir, cortaba de un tajo una de las existencias más valiosas de la patria en estos tiempos de bandidaje y de disolución social. La felicidad que yo le había deseado no llegó para él ni para los suyos, y las balas asesinas –¡ironía del destino!–, que siempre se agazapan en la sombra porque le tienen miedo a la claridad, no le permitieron siquiera presenciar el amanecer de 1987, año en que El Espectador cumplirá su centenario de vida batalladora y edificante.
Suceso que don Guillermo Cano preparaba con especial diligencia y entrañable sentimiento. Por más muerto que haya quedado a bordo de la nave, la efeméride será grandiosa y suscitará mayor solemnidad y emoción con la presencia del mártir, que hace más respetable, ya con la sangre del héroe, la recia estirpe de los Cano.
Ignoran los asesinos que las balas, por más mortíferas que sean, no lograrán jamás silenciar el imperio de la palabra. Son balas que se vuelven contra ellos mismos, porque en los pueblos libres que como Colombia cuentan con una prensa digna y vigilante, la sangre de los periodistas, y sobre todo de periodistas de las dimensiones humanas e intelectuales de quien acaba de caer atacando la inmoralidad y defendiendo sus rectos principios, abona mejor el terreno de las causas justas.
Detrás de cada periodista eminente marcha una legión de seguidores. El país se identifica con el apostolado de la denuncia pública. Y Colombia, que sobresale en el continente como modelo de periodismo valeroso, combativo y de firmes estructuras, ha dado múltiples demostraciones, en medio de las peores turbulencias, de que no es posible amordazar el pensamiento.
Nuestra prensa, de tan meritoria tradición y tan dignamente capitaneada en todos los tiempos, es el eco de la Nación. En los periódicos está encarnada el alma popular, con sus angustias, sus clamores, sus esperanzas. Cuando se mata a un periodista se conmueve el país. Por eso las balas que terminaron con la existencia de don Guillermo Cano fueron lanzadas contra el pueblo. Crimen de lesa patria que los matones nunca podrán borrarse de la conciencia. A todas partes los seguirá una luz enjuiciadora que les cobrará el execrable delito. Ese es su castigo.
Don Guillermo Cano era un hombre bueno. Ciudadano ejemplar, esposo y padre bondadoso, periodista íntegro. Nunca transigió con la deshonestidad y fue censor implacable del narcotráfico y de las corrupciones públicas. Era el fiscal de la Nación. En su Libreta de Apuntes denunciaba, con meridiana claridad y sin igual arrojo, los desvíos públicos y los peligros de los revoltosos y de los traficantes de la droga.
Siempre se guió por la verdad, por la razón, por la justicia. Conciencias como la suya, movida por sólidas convicciones, son como murallas que se levantan contra el avance de las deshonestidades, cualesquiera que ellas sean. Por eso lo asesinaron. Lo mató la sinrazón.
Con su propia sangre escribió su mejor editorial. Su célebre Libreta no se ha cerrado. Al revés, ahora quedará más abierta que nunca. En ella habrán de repasarse los códigos sobre moral pública, sobre periodismo constructivo, sobre comportamiento social, sobre hermosura idiomática, escritos por el agudo crítico y el formidable humanista, cuya sombra crece entre el fragor de las balas y los horrores de esta Colombia vilipendiada. El país reflexionará sobre la sangre del periodista pulquérrimo y es posible que aparezcan soluciones para tantos atropellos.
Dejo una flor sobre la Libreta de Apuntes, como discreto homenaje de quien, perplejo y adolorido, sabe sin embargo que su amigo y su maestro –que hace 15 años le abrió con generosidad inigualable las puertas de El Espectador– seguirá vivo con su ejemplo y su palabra inmarchitables. Una flor que llevarán también, en el alma, su esposa y sus hijos y la familia toda que pertenece a la casa periodística. Una flor que hará brotar esperanzas sobre el desolado panorama de Colombia, porque la sangre de los justos es la que nos salvará de la hecatombe.
El Espectador, Bogotá, 8 de enero de 1987 y 17 de diciembre de 2006.
Revista Vía, Nueva York, abril de 1987.
Eje 21, Manizales, 30 de octubre de 2016.
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Comentarios:
Excelente evocación y magnífica calidad literaria de la nota, admirado Gustavo. Alpher Rojas Carvajal, Bogotá.
Muy conmovedor el artículo. Evoca de muy buena forma lo que ocurrió ese 17 de diciembre de 1986, y lo que ha seguido pasando después de la muerte de Guillermo Cano, que no es muy diferente a la situación de aquella época. Fabiola Páez Silva, Bogotá.
Gracias por tu bella página sobre el doloroso y nunca redimido golpe a la vida, a los derechos humanos, a la familia, a Colombia, a la sociedad, en fin, al corazón de todos, por el vil asesinato de la palabra en la persona del distinguido periodista don Guillermo Cano. En medio de tanta impotencia, se alza la voz adolorida del amigo y el colega. He llorado de indignación con tu página. Cómo nos duele la patria, la familia y el hecho de que no pase nada ante atrocidades de esta magnitud, de esta miseria humana de la que se nutren los vampiros del alma. Inés Blanco, Bogotá.
Reafirmo mis votos porque tu inteligencia honda y penetrante siga recordando iniciativas útiles a la comunidad y a los amigos. En este campo como en el de las letras has iniciado y concluido en este año una vasta tarea que sería grandioso que se repitiera para el próximo año. Héctor Ocampo Marín, Bogotá, 23 de diciembre de 2006.
Muy hermoso e impecable testimonio a la memoria de Guillermo Cano. Muchísimos colombianos lamentamos el inaudito asesinato de este periodista íntegro y ejemplar y rechazamos las oscuras fuerzas que en esa época hicieron de nuestro país una gran tumba. Ojalá no vuelva a repetirse esa historia. Eduardo Lozano Torres, Bogotá, 31 de octubre de 2016.