Explosión de egoísmos
Por: Gustavo Páez Escobar
En Estados Unidos, luego de una elección presidencial, los candidatos perdedores no solo se apresuran a felicitar al ganador, sino que le ofrecen su apoyo para el buen éxito de su administración. Eso sucede en las democracias avanzadas del mundo: el bienestar del país está por encima de eventuales diferencias políticas.
Quedan entonces zanjadas las discordias surgidas en la etapa electoral, y al margen de ideologías, posiciones personales o banderas partidistas, todos piensan en el bienestar de la patria. Esto no significa que se renuncie a los propios principios, ni dejen de ejercerse los canales de la controversia y la oposición.
“Menos política y más administración”, clamó el presidente Reyes, acosado por los agudos obstáculos que frenaban el progreso de su gobierno. Ha pasado un siglo y la frase continúa teniendo la misma vigencia que tuvo en aquellos días.
En los recientes sufragios, fuera de la demora de los perdedores en aceptar el veredicto de las urnas, las palabras de dos de ellos –y de varios dirigentes políticos– carecieron de grandeza. No hubo gallardía para reconocer el triunfo abrumador de Uribe. En cambio, abundaron los dardos envenenados, las suspicacias malignas, las expresiones arrogantes de los malos perdedores.
Al decir Serpa, por ejemplo, que Uribe “venció, pero no convenció”, mostró tremendo desatino, aparte de abrupta soberbia. Esto es no saber perder. Y al ignorar la contundente realidad, le faltó nobleza para admitir la derrota y felicitar al contendor. Del mismo ex candidato es esta frase salida de tono: “Hitler también fue elegido por la mayoría”. Comparar a Uribe con Hitler es, por supuesto, un exabrupto que apenas cabe en la mente confundida.
Carlos Gaviria, cuya ubicación en el segundo puesto electoral lo lanza a un futuro promisorio (a él y a la izquierda), también fue mordaz y presuntuoso en su discurso triunfalista. Ambos discursos tuvieron tono desdeñoso: el de Gaviria (con el 22 por ciento de la votación) y el de Serpa (con el 12 por ciento), mientras la alocución de Uribe (con el 62 por ciento) mostró espíritu sereno, noble y conciliador. Antanas Mockus exhibió sensata compostura, con lo que puso en evidencia sus lecciones ciudadanas.
“Perdedores sin gallardía” es el título que le da Marcela Monroy Torres a su columna de El Espectador, días después de las elecciones. Es la voz más nítida que he leído como respuesta a las exaltaciones de ánimo que presenció el país. Un lector de El Tiempo, Carlos Castillo Cardona, manifiesta en la edición del 4 de junio: “Los que perdimos debemos evitar toda actitud agresiva o vengativa”. Queden estas dos manifestaciones como constancia de las actitudes sensatas.
Vivimos llenos de egoísmo. Con esta venda en los ojos es imposible reconocer, y menos tolerar, el mérito ajeno. El egoísmo, tan común en los predios de la política –y que también campea en ciertos espacios periodísticos–, es una ponzoña que carcome la vida nacional. Está bien ejercer la oposición, pero la oposición razonable, la crítica de altura.
El presidente Uribe ha ganado en franca lid. Su triunfo es inequívoco. No pueden ignorarse los aciertos que ha tenido en temas relevantes de su gobierno, como la seguridad pública, la economía y la recuperación de la imagen internacional.
Bajo esa captación, la inmensa mayoría de los colombianos respaldó los resultados de este cuatrienio, a pesar de las dolencias que subsisten en varios terrenos cruciales, y le abrió margen de confianza para que en el próximo período se ejecuten mayores realizaciones, sobre todo en el terreno de la seguridad social.
Qué fácil es destruir y qué difícil construir. Cuando todo se ve negativo, o nebuloso, o catastrófico, no hay espacio para la mesura y el buen juicio. Los profetas del desastre encuentran tempestades por todas partes y pretenden que solo sus ideas o sus líderes son los valederos: el resto no cuenta. Este mar de egoísmos y vanidades tiene ahogado al país.
La ceguera de la pasión sectaria no deja ver el camino. Todo lo obstruye y todo lo arrasa. Y Colombia necesita avanzar. Ahora, lo importante es facilitarle al Presidente el desarrollo de la misión a que se ha comprometido. Si frustra la esperanza nacional, el mismo pueblo que lo reeligió será su juez implacable.
El Espectador, Bogotá, 13 de junio de 2006.