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Periodista de alta fidelidad

martes, 20 de julio de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

Conservo una foto memorable donde varios amigos compartíamos con Arturo Abella el vino ofrecido dentro de la realización de un acto académico. Ahora, al conocer la muerte del ilustre historiador y periodista, busqué mi álbum de recuerdos para repasar aquel momento grato, que no creía tan remoto. Sin embargo, habían corrido 18 años.

Con esta mención, quiero hacer notar el paso veloz del tiempo y el declive inexorable de la vida. Arturo Abella, en aquel entonces de 72 años, aparece en el registro fotográfico lleno de vitalidad y exhibiendo su exquisito don de gentes. Siempre se distinguió como el perfecto caballero, obsequioso con las damas y dueño de trato amable con todo el mundo. Era el auténtico “cachaco”, de porte sereno y reposado y sonrisa espontánea, que exhibía el sello aristocrático de los caballeros de antaño.

De aquella estampa vital, frente al estado de postración física de sus últimos días, permanecía el ser superior que soportaba en silencio, lleno de dignidad y fortaleza, la amputación de una pierna y sentía en su soledad las ráfagas del abandono y el olvido. Del brillante comentarista de los años 60 y 70, pionero de los noticieros de televisión y que marcó una época en el periodismo político del país, poco quedaba. Pero lo sostenía la fe. En medio de los avatares de su destino cruel, nunca perdió el humor ni dejó de sonreír.

El senador Enrique Gómez Hurtado, uno de sus amigos más preciados, que lo visitaba con frecuencia y con él discutía los sucesos nacionales, dice que siempre salía fortalecido al encontrarlo eufórico, dotado de mente reflexiva y rebosante de chispa, como en sus mejores días. En el año 2001, amputada la pierna para salvarle la vida, llamó por teléfono a su hija María Mercedes y le dijo: “Perdí una pierna pero no la cabeza”.

A finales de los 60, Arturo Abella  adquirió gran popularidad con el famoso Telediario 7 en punto, espacio que manejó durante ocho años en compañía de Juan Álvaro Castellanos y las Teresitas (apelativo cariñoso asignado a las simpáticas damas): Teresa Macía y María Teresa del Castillo. El periodista creó una frase ingeniosa para dar las chivas que había obtenido de los personajes del gobierno o la política: “Una fuente de alta fidelidad contó…”

Telediario se convirtió en termómetro de la vida colombiana. El televidente no sólo quedaba bien enterado de los últimos sucesos, sino que recibía recta orientación gracias a los ponderados editoriales con que el director expresaba sus puntos de vista y glosaba el acontecer nacional. Riguroso con las noticias, recomendaba a sus colaboradores no dejarse manejar por el afán ni por los rumores, e investigar, en cambio, la veracidad y el color de los hechos.

En otras palabras, les decía que no debían “tragar entero”, sino digerir los detalles y presentar el caso con objetividad y en buen castellano. El equilibrio, información y seriedad, ejes donde reposaba su fuerza profesional, le crearon una atmósfera de respeto y confianza. “El periodismo hay que ejercerlo –dijo una vez– con guantes de seda y oído de violinista”.

Elegido miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, se convirtió en uno de los pregoneros más conspicuos del bien decir. No sólo enriquecía sus propios conocimientos mediante lecturas selectas, sino que era una cátedra erudita y amena: en la televisión dirigió el programa Diga… y no diga, donde corregía yerros gramaticales e irradiaba sabias lecciones.

Su bagaje intelectual provenía de sus estudios de filosofía y letras en la Universidad Javeriana. Editó 11 libros, la mayoría de historia, entre ellos, El florero de Llorente, Don Dinero en la Independencia, Melo, Biografía de Núñez, Así fue el 9 de abril. Fue columnista de El Siglo, El Colombiano, El Tiempo y El Nuevo Siglo (periódico donde escribió hasta última hora), así como de diversas revistas.

Al preguntársele cómo quería que lo recordaran: como periodista, historiador o filólogo, no dudó en responder: “¡Como periodista!, que ha sido mi gran pasión”. Y vaticinó que moriría siendo periodista. Ya deteriorada su salud en forma severa, su hijo Andrés lo ayudó a sacar en limpio sus dos últimos artículos para el Nuevo Siglo, que él le dictaba. De este modo, se repetía la misma historia de Teófilo Gautier, que en sus días postreros, carente de fuerzas para seguir escribiendo, se empeñaba en hacerlo; cuando no podía escribir, dictaba. Y murió con la pluma en los dedos.

La referencia que hacía el periodista sobre sus fuentes de alta fidelidad, es aplicable a su propia vida. La lealtad fue norma inquebrantable de su espíritu: primero, con sus principios y creencias; luego, con sus amigos, y en tercer lugar, con la política, campo en que mantuvo estrecha amistad con Laureano Gómez y su familia. Nunca fue sectario. Su mente abierta no le permitía serlo.

Todas las lealtades ocuparon sitio eminente en el carácter de Arturo Abella. Pero el periodismo fue su más alta fidelidad.

El Espectador, Bogotá, 25 de febrero de 2006.

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Comentarios:

Retrato fidelísimo de Arturo Abella, inolvidable periodista del buen decir, a cuya memoria dedicas uno de tus mejores artículos, que lo retrata psicológica y físicamente con gran maestría. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

 Como estudiante de periodismo aquí en La Sabana es de suma importancia conocer el legado del señor Abella como periodista. Siempre escuché de los abuelos de los insuperables momentos de “7 en punto” en los 60 y 70, y ahora me encargo de su conocimiento por medio de sus libros y escritos. Trabajo para el periódico de la facultad y compuse una pequeña nota necrológica a propósito de su muerte, presenciando su inhumación el pasado 20 de febrero en el Cementerio Central. Para mi tristeza fui el único medio presente allí y noté también la ausencia de sus “amigos” de la política con los cuales siempre se codeó. Carlos A. García R., Sala de Redacción del periódico Indirecto, Universidad de La Sabana, Bogotá.

Lo felicito por la columna en El Espectador sobre ese gran hombre y periodista don Arturo Abella. Es un homenaje póstumo para ese gran señor de las letras y del buen castellano. Tuve el honor de conocer a don Arturo Abella y fue para mí piedra fundamental para encarrilarme en el periodismo. José Linares Suárez, Miami.

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