Un tal Pastrano
Por: Gustavo Páez Escobar
En 1932 –hace 91 años–, la editorial Cromos publicó la novela picaresca Memorias de un tal Pastrano, de Dionisio Arango Vélez, la cual, por deseo del autor, solo llegó a manos de un reducido número de amigos y allegados. Así pues, la obra quedó ignorada en los propios días de su nacimiento. Hoy nadie la conoce, con excepción de Vicente Pérez Silva, que algún día tuvo la suerte de recibirla como obsequio de Carlos Arango Vélez, hermano del autor, quien había sido candidato presidencial en 1942, en oposición a Alfonso López Pumarejo, ganador de las elecciones.
Se ignora cuál fue el motivo para que el autor la condenara al cuarto de san Alejo, donde permanecería escondida casi un siglo, hasta que Pérez Silva decidió reimprimirla en edición facsimilar que acaba de ver la luz en los talleres de Armando de J. Serna Giraldo, en Guatapé, Antioquia. Es una verdadera rareza bibliográfica.
Podría pensarse que Dionisio Arango Vélez impidió la circulación de su libro por algún motivo familiar. En efecto, su hermano Carlos Arango Vélez fue el suegro del presidente Misael Pastrana Borrero, y acaso el Pastrano de la novela encerraba alguna referencia sobre el dirigente político. El adjetivo pastrano significa “burdo o mal hecho”, y si se le antepone el “tal” (Un tal Pastrano), podría contener una mención despectiva. Sin embargo, esto no es así, ya que Pastrana Borrero conoció a María Cristina Arango en 1951 y se casó con ella al año siguiente –hechos sucedidos dos décadas después de la publicación de la novela–.
Queda en el misterio el motivo que tuvo el novelista para frenar la difusión de la obra, la cual fue escrita en España y se basa en algún hecho que llamó la atención del autor. Su mérito está en el uso magistral del lenguaje, a la usanza de la famosa narrativa picaresca que siglos atrás inmortalizó España en títulos como La Celestina, La vida del Lazarillo de Tormes, La vida del buscón, Guzmán de Alfarache. Dionisio Arango Vélez, que además es autor de otros libros, creó en su novela un simpático actor, Lucas Pastrano y Villamarquí, nacido en la desventura, y lo puso a recorrer los caminos colombianos en busca de mejor suerte.
En su adolescencia, el personaje se dedicó al servicio doméstico en casas opulentas. Pasados los años, le dio por estudiar abogacía, y se volvió monje. Y además, periodista. Acrecentada su fama, fue nombrado gobernador de la provincia –al igual que Sancho Panza lo fue de la ínsula Barataria–, y con tal motivo su pueblo le rindió sonado homenaje. Como amplio conocedor que era de su gente, dictó un decreto en el que destituía al alcalde, el juez y demás autoridades por ser funcionarios corruptos, y nombró en su reemplazo a una selecta nómina de vecinos honrados. Es una novela de fino humor que cae de perillas en Colombia, tan necesitada de encontrar un presidente como el tal Lucas Pastrano.
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Eje 21, Manizales, 10-VIII-2023. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 13-VIII-2023.
Comentarios
Me abriste el apetito por la lectura de la novela del tal Pastrano. Debería publicarse en grande. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.
Muy curioso el episodio que «desentierras» acerca de Memorias de un tal Pastrano. Yo lo desconocía y como citas a Vicente Pérez Silva, quien la reimprimió, busqué en su libro Anécdotas y curiosidades alrededor del libro en Colombia, para ver si allí el autor hacía referencia, pero no aparece. De todas formas, es intrigante el hecho de que Dionisio Arango Vélez hubiese optado por condenarlo al cuarto de san Alejo. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.