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Entre la música y el sueño

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Por: Gustavo Páez Escobar 

Leí en estos días dos obras que me impactaron: Otto, el vendedor de música, y La alegoría del sueño, de Mauricio Botero Montoya, editadas por La Serpiente Emplumada, que dirige Carmen Cecilia Suárez, cuyo nombre adquirió notoriedad hace varios años con el libro de cuentos Un vestido rojo para bailar boleros (1988). El primero de los títulos de Botero Montoya va por la cuarta edición y además fue traducido al alemán.

El autor nació en Bogotá y estuvo vinculado al servicio diplomático. En Buenos Aires fue amigo cercano de Jorge Luis Borges, cuyo pensamiento ha influido en su obra. Ha sido profesor,  periodista y conferencista en diversos países. Y ha escrito otros libros, entre ellos Cóncavo y convexo, El baile de los árboles y No vi otro refugio.

Al libro de Otto le agregó más tarde el texto Un hombre que se va, que es la despedida del vendedor de música al cerrar su negocio, o mejor, al irse del mundo. Despedida anticipada y simbólica, ya que este simpático personaje, erudito en música clásica y gran intérprete de la sociedad que pasa por su tienda musical (con interlocutores como León de Greiff), no desaparece en las páginas del libro, aunque sí anuncia su familiaridad con la muerte y deja su testamento en las 144 páginas de la obra. Y hasta se idea este posible epitafio para su tumba: “Perdonen si no me levanto”.

Otto –que es el alter ego del autor– no hace otra cosa que filosofar con los compradores de los discos y trasmitir a los lectores las graciosas conversaciones que tiene con su clientela en el negocio que lleva por nombre Caja de Música, al frente de la iglesia de Lourdes en Chapinero. Otto, por supuesto, es el mismo Mauricio Botero Montoya. Está hecho a su medida exacta. El alma del escritor queda plasmada en esta obra escrita con fino sentido del humor, la risa y la ironía, y que contiene incisiva penetración en los menudos y grandes sucesos de la cotidianidad.

Es un libro curioso, cuyo género no es fácil definir. Está ubicado entre el cuento y la crónica, quizás la autobiografía, y cabe pensar que el escritor no se detuvo en cánones literarios para decir su palabra libre y expresiva, la que llega al público diverso que entra a una venta de música. Por allí desfilan adultos y jóvenes, mujeres atractivas, viejos enamorados, viudas sin rumbo, intelectuales ociosos, filósofos andariegos… El gancho es la música. En el capítulo de Vivaldi, la pelipintada pregunta por discos de Julio Iglesias, y Otto, el vendedor de mente perspicaz, le responde que no los tiene porque el médico le prohibió el dulce.

La alegoría del sueño tiene el carácter de diario. Enfoca la condición humana. El hombre es el gran protagonista. Como tal, los problemas que caben en el ser humano se ventilan en esta obra genial, breve en páginas y densa en raciocinio, divagaciones, perplejidades y asombros, en la que hay lugar para todo: la política, la música, la religión, la literatura, la ciencia, la guerra, la pintura, e incluso la logia (ya que una legión de masones no cesa de viajar por todos los escenarios con su verbo reflexivo, el mismo verbo del escritor del diario).

El fondo de este prontuario de citas célebres es el derecho a soñar. “Estás hecho de la misma materia que los sueños”, dijo Shakespeare. Son deslumbrantes los destellos de este libro. A veces me parece escuchar a Fernando González, el brujo de Otraparte.

Copio al vuelo estos pensamientos de la obra: “La juventud es un gran defecto cuando no se es joven”. “Al final no me preguntarán si fui creyente, sino si fui creíble”. “En los negocios, los hambrientos no quieren a los sedientos”. “El primer requisito de la brevedad es no quedar corta; el segundo, no alargarse”. “Demasiados autores redactan como si escribieran en un idioma extranjero, trasmiten sin expresarse”. “La risa, el buen humor del cuerpo, es un canto de alondra sobre la llanura prosaica”. “Trabajar no es trajinar, para eso están los robots. Ninguna velocidad suple la calmada rapidez del pensamiento”.

El Espectador, Bogotá, 8-XII-2018.
Eje 21, Manizales, 7-XII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 9-XII-2018.

Comentarios 

Se me antojan esos dos libros como un dulce y delicado bocado, ya con respecto al vendedor de música Otto, quien hace las delicias en su despacho como expendedor del arte sonoro, o ya en los sueños del alquimista donde entrega frases magistrales que parecen un merengue filosófico que se deshace en la boca, con una lectura que llena los sentidos de verdadero placer estético, risueño y afortunado. Inés Blanco, Bogotá.

Artículo ameno, interesante e ilustrativo. Me encantaron los pensamientos del autor Botero Montoya. Ellos solo pueden salir de una mente brillante y aguzado sentido del humor. El que más me gustó: «Trabajar no es trajinar, para eso están los robots. Ninguna velocidad suple la calmada rapidez del pensamiento». Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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