Salvemos la paz
Por: Gustavo Páez Escobar
Dice Eduardo Lozano Torres, lector de mi columna: “No se pueden echar por la borda cuatro años de conversaciones serias y desperdiciar una oportunidad excepcional para desarmar a la guerrilla más vieja y feroz que hemos tenido, para iniciar una etapa nueva de este país que no merece la suerte de seguir derramando sangre inocente, destruyendo familias, tierras, hogares y patria”.
En esta frase está sintetizado el pensamiento de millones de colombianos que ven con ojos de esperanza el camino recorrido en el gobierno de Santos para lograr la paz. Ha sido un camino tortuoso, sembrado de patrañas, mentiras y enredos, urdidos por quienes prefieren alimentar los bajos instintos de la venganza y la pasión sectaria, antes que mirar hacia el bien de Colombia y de sus familias.
Ellos no se detienen a pensar –y si lo piensan no lo dicen– que nunca el país había avanzado tanto en el camino de la reconciliación. Ningún presidente había conseguido llegar tan lejos en los acuerdos con las Farc.
La guerra se volvió una costumbre. Nos gusta jugar a la guerra, como si fuera una diversión. ¿Ya se olvidaron los 220.000 muertos y los 8 millones de víctimas causados por la violencia? ¿Se olvidaron el millón y medio de niños y adolescentes sacrificados?
Dijo Santos en su posesión que traía en el bolsillo la llave de la paz, y no la iba a botar al mar. Quizás para muchos descreídos, y digamos, mejor, para la mayoría del país, era una frase retórica, falaz, de las tantas pronunciadas por sus antecesores. (El mismo Santos ofreció a los pensionados rectificar la cuota injusta que pagan para la salud, y luego se desentendió del asunto, sin importarle esa masa superior a 2 millones de personas).
Los propios guerrilleros tomarían la metáfora de la llave como una entelequia. Pero no: esta vez sí era una intención seria, estructurada, obsesiva, en la que el Presidente meditaba desde tiempo atrás. Llegó al poder a jugársela por la paz. Y se la ha jugado a fondo, incluso con el alto costo de su capital político.
Miremos estos datos: han pasado 1.497 días sin tomas de poblaciones, 692 sin hostigamientos y 499 sin secuestros. Entre 2015 y 2016, el número de soldados heridos en combate disminuyó en el hospital Militar de Bogotá un 72%, al pasar de 131 a 36 heridos. La comisión de la ONU y las Farc han identificado y registrado cerca de 7.000 armas, y 140 ya han sido entregadas a la ONU. La próxima entrega será de otras 1.000. Las Farc tienen listos 1.500 guerrilleros para apoyar el desminado en el país.
Todo esto significa un avance significativo. El cronograma se cumple, no obstante algunos problemas iniciales. Mientras tanto, el país está dividido y corren por las redes mensajes alarmantes y perniciosos que atentan contra la paz.
Las fuerzas opositoras arremeten contra la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), cuando lo sensato es buscar mecanismos, con espíritu patriótico, para enderezar lo que es susceptible de mejorarse. Crecen las ofensas y las diatribas, avivadas por una mescolanza de odios, falsedades, heridas sin curar, doble moral.
Salvemos la paz. Colombia no puede regresar al pasado violento. La intolerancia y la insensatez deben vencerse con el raciocinio y el instinto de salvación.
El Espectador, Bogotá, 14-IV-2017.
Eje 21, Manizales, 13-IV-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 16-IV-2017.
Comentarios
Estupenda reflexión. La comparto plenamente y me duele que este país no aprecie los avances en esta materia. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.
Me parece injusto que en la bolsa de los «enemigos de la paz» quedemos los que hemos criticado los acuerdos desde el punto de vista económico, jurídico, constitucional y social; que en el comentario quedemos como gente de guerra quienes pedimos una paz con justicia social que no se ve por ninguna parte en los acuerdos, empezando porque lo que sigue enhiesto es el modelo neoliberal dentro del cual la paz con justicia social es un imposible lógico, ideológico y político. Octavio Quintero, director del periódico virtual El Satélite.
Respuesta a Octavio Quintero:
El derecho a disentir es uno de los mayores privilegios de la democracia. El modo de pensar, tanto de quienes defienden una idea como de quienes la atacan, es respetable. Lo malo son las posiciones ciegas, inflexible, apasionadas, extremistas. Nadie es dueño de la verdad absoluta. Ningún valor es inmutable. Por encima de todo, debe prevalecer el bien general. La violencia no ha traído sino odio, resentimiento, exterminio y muerte. Gustavo Páez Escobar.