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Matilde Espinosa y la causa social

lunes, 30 de noviembre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

En Luis Carlos Pérez, distinguido jurisconsulto y primer rector marxista de la Universidad Nacional, encontró Matilde Espinosa la fórmula precisa para armonizar su vida sentimental y compartir sus ideas de izquierda, luego de la ruptura de su primer matrimonio. A la edad de 18 años se había casado con el pintor Efraim Martínez, con quien se fue a vivir a París y tuvo sus dos hijos, hoy fallecidos. Allí le sirvió al artista de modelo e inspiración –dada su exquisita belleza– para los cuadros de desnudos elaborados durante los siete años de residencia en París.

El matrimonio se separó, por el carácter irascible de él, según lo manifiesta Matilde, y ésta se trasladó a vivir a Cali con sus hijos, circunstancia determinante para que fuera demandada por abandono del hogar  y rapto de los menores. Por poco termina en la cárcel. Este mismo caso se había presentado poco tiempo antes en el matrimonio de la poetisa Laura Victoria, que también fue demandada por abandono del hogar y tuvo que huir a Méjico para proteger a sus hijos. Ambas mujeres son símbolos de la liberación femenina y cumplieron destacados papeles en las letras nacionales. Laura Victoria falleció en Méjico en mayo del año pasado.

Matilde Espinosa contrató los servicios del penalista Luis Carlos Pérez, quien, fuera de hacerle ganar la causa judicial, se enamoró de ella. En 1948 se casaron por lo civil en Ecuador, y convivieron en absoluta felicidad hasta la muerte de Luis Carlos Pérez, ocurrida en 1998. El deceso de su compañero durante 50 años le produjo profunda conmoción, y su poesía adquirió otros acentos líricos.

En febrero de 2004, en vibrantes versos, exclama: “Nada más cierto / que tu ausencia / y este incansable viento. / Revestido de sombras / el color de los días / se recoge en silencio / los tuyos y los míos / y toco tu pensamiento”. Las palabras “viento” y “sombra” tienen en su producción especiales connotaciones y están incorporadas a los títulos de cuatro de sus trece libros publicados:  Pasa el viento, Memoria del viento, Señales en la sombra, La sombra en el muro.

Matilde Espinosa nació en un caserío de Tierradentro, Cauca, donde su madre ejercía el oficio de maestra. Allí permaneció hasta los seis años. Luego se trasladó a Santander de Quilichao y después a Popayán. Siendo apenas una adolescente sintió el despertar de las ideas sociales y se comprometió con la suerte de los humildes. Sus libros de poesía están orientados, en su mayoría, hacia las reivindicaciones sociales y los derechos femeninos, temas que la han apasionado y han puesto un tinte de lucha a su obra y a su itinerario humano. Comenzó siendo comunista y agitadora, y en los años 50 se le bautizó como la “camarada Ternura”.

Pasados los años, y luego de haber conocido los países comunistas, de los que se desencantó, abandonó la militancia activa y se situó en otro terreno: el de la mujer intelectual, de ideas liberadas y claras convicciones, que mediante el ejercicio de la palabra podía librar eficaces combates a favor de los desequilibrios de la sociedad. En la órbita comunista descubrió que el hombre había perdido la libertad, y se dijo que sin ella no podía existir felicidad ni justicia. Se volvió librepensadora al lado de su segundo esposo, aunque quizá esta disposición la llevaba latente desde la juventud y vino a manifestarse con mayor fuerza al hallar la pareja ideal.

Comenzando la segunda parte del siglo XX se rebeló contra ciertos moldes tradicionales de las letras, como treinta años atrás lo había hecho Luis Vidales, y adquirió su propio estilo. Se apartó de la métrica y se fue por los caminos del verso libre, y su poesía se caracterizó por la solidaridad con el dolor de la gente marginada y el amor por la humanidad. No manejó en sus poemas el tema romántico, a pesar de las dosis de sensibilidad que se evidencian en su obra, y prefirió, en cambio, adoptar una postura de denuncia ante la miseria, los atropellos y las injusticias. Ha sido defensora vigorosa de los valores fundamentales de la vida y ha repudiado la disolución de las costumbres y el imperio de la superficialidad, tan comunes en nuestros días.

De cierto tiempo para acá su tono se ha vuelto intimista, y de esta manera ha explayado su mundo afectivo, el de las emociones y las nostalgias, sin incurrir en la queja o el abatimiento, sino animada por la esperanza y la firmeza del espíritu. No se ha dejado hundir en los desiertos de la soledad y la congoja, que a veces son propios del avance de los años, sino que se ha detenido ante las maravillas del agua, del árbol y la nube y ha decantado los efluvios de la naturaleza y los sonidos vivificantes del otoño.

Matilde Espinosa es figura brillante de nuestra poesía. Así se lo han testimoniado el Ministerio de Cultura, la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer y el Encuentro de Escritoras, en el homenaje que acaban de rendirle en el Museo Nacional.

El Espectador, Bogotá, 17 de marzo de 2005.

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