Los demonios de Vargas Vila
Por: Gustavo Páez Escobar
Ningún escritor tan odiado y tan admirado como José María Vargas Vila. Mientras muchos lo denostaban por sus escritos urticantes, otros lo aplaudían por su estilo desenfadado y su verbo demoledor. Fue el censor implacable de las tiranías tropicales, bien desde sus artículos en periódicos y revistas o bien desde sus libros, unos y otros huracanados. Nunca cedió en su posición crítica, por más persecuciones que se desataron en su contra. Su furioso anticlericalismo le valió el veto de la Iglesia Católica y la prohibición para los fieles, bajo advertencia de excomunión, de que leyeran sus obras.
No necesitó mucho tiempo para ingresar a la lista de los escritores “malditos”. Con él se inicia en nuestro país esa histórica clasificación, nacida en Francia con Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé, los cuatro principales poetas del simbolismo, que marcaron toda una época por su genialidad y rebeldía. Sin ser bohemio como ellos, Vargas Vila se convirtió en el mayor espíritu enjuiciador de la sociedad y los gobernantes y, al igual que los poetas franceses, dio muestras de acendrada independencia y temible capacidad de combate y sarcasmo, hasta el punto de ser catalogado como monstruo luciferino.
El escritor boyacense Eduardo Torres Quintero lo denominó el “gigantesco paranoico” y con esas palabras definió el ambiente que en parte de la sociedad irradiaba Vargas Vila por su arrogancia y su carácter panfletario. En el otro extremo de la opinión pública, el poeta Valencia lo calificó como el “divino”, y así pasaría a la historia. Título apropiado para un ser salido de lo común, que parecía irreal y causaba arrebato en la multitud. Arrebato que lo mismo podía provenir de su instinto diabólico que de sus destellos fulgurantes. Personaje casi indefinible, que puede situarse entre ángel y demonio.
Mario H. Perico Ramírez es autor de la estupenda biografía de Vargas Vila titulada ¿Las uñas de Satanás?, que lleva tres ediciones y ha entrado en nueva circulación en estos días. Dentro de su peculiar estilo de presentar a sus biografiados en primera persona, con la técnica del monólogo interior y el recurso de toques originales (como lo ha hecho, entre otros, con Bolívar, Santander, Núñez, Reyes, Mosquera y Manuelita Sáenz), Perico Ramírez se mete en el alma y en el cuero de sus personajes y los pone a actuar en su momento y sus circunstancias con exactitud histórica.
Su intuitiva facultad de interpretar el carácter de la gente, apoyado por hondas lecturas y su fecunda imaginación, permite al escritor boyacense elaborar novedosos estudios críticos sobre etapas de la vida colombiana que giran alrededor de los protagonistas de la historia. Se aparta de la regla académica de ofrecer los relatos con la engorrosa enumeración de fechas y circunstancias triviales que poco o nada aportan para el conocimiento genuino de las personas, y emplea la penetración sicológica para definir los hechos y las épocas y desentrañar los rasgos individuales.
A Vargas Vila lo analiza como ser angustiado desde la niñez, que queda huérfano de padre a los cuatro años y debe soportar la estrechez económica a que se ve sometida su madre, que con grandes dificultades sobrevive con una pensión insuficiente. Los estudios del futuro libelista son precarios, pero su vocación autodidacta le permitirá obtener sólidos conocimientos. Apenas adolescente, se enrola en la milicia y se compromete con afanes partidistas que dejarán un rastro perturbador en su espíritu, en medio de las grandes conmociones públicas que afectan la vida nacional.
Luego ejerce como maestro de escuela en diferentes pueblos. Suspende esa actividad cuando estalla la revolución de 1885 y toma partido en uno de los bandos en conflicto. Derrotado su ejército, se refugia en los Llanos y caen sobre él duros tiempos de persecución. Su vida queda marcada por la borrascosa época de agitación política y de enormes sinsabores que incidirá en el carácter rebelde que nunca lo abandonará.
Viaja por distintos países, ejerce el periodismo, funda revistas. Arremete contra los tiranos de Colombia y Venezuela y cada vez sus luchas se vuelven más radicales y más intransigentes. Ingresa a la diplomacia, y su nombre, ya célebre por el éxito y el escándalo de sus libros, resuena con estrépito y admiración en todas partes. Adquiere destreza impresionante para escribir libros de choque ideológico y de pasiones sentimentales, que causan revuelo en el continente e incluso en España, a donde ha llegado su prestigio y donde reside por largos años, hasta su muerte.
Cada obra suscita polémica, rechazo, protesta, adhesión, delirio. Son sentimientos encontrados que crean el mito. Los públicos, que unas veces lo aplauden y otras lo detestan, lo proclaman, de todas maneras, como el “divino Vargas Vila”, rótulo en el que va incluida la imagen del ángel perverso. Sí: Vargas Vila es lucifer, el príncipe de los ángeles rebeldes. Destruye reputaciones con fulminante poder de condena y así mismo despedaza los ídolos de barro. Su ímpetu jupiterino no tolera los abusos de poder ni la injusticia social. Por eso se le idolatra, se le respeta y se le teme.
Perico Ramírez, otro rebelde de las letras y polémico con sus escritos, diseña a la perfección la figura controvertida de Vargas Vila. Sabe dibujarlo en la distancia de los años y lo trae a nuestros días con cierta duda (que asiste a la mayoría de escritores) sobre la verdadera esencia del personaje. De ahí el título de su libro: ¿Las uñas de Satanás? Sobre lo que no existe duda es sobre la trascendencia histórica y literaria de este colosal panfletario, de difícil repetición.
El Espectador, Bogotá, 7 de abril de 2005.