Los periodistas y la guerra
Por: Gustavo Páez Escobar
Daniel Esteban Hernández Vanegas, estudiante de Comunicación Social de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, me hace por internet la siguiente pregunta, dentro de un trabajo de periodismo que adelanta sobre la guerra de Irak: “¿Cuál es el papel que juegan los medios de comunicación en la formación de opinión pública en todo el mundo acerca de la guerra y cómo cree usted que fue el tratamiento periodístico?”. Y yo le respondo:
Lo primero que debe anotarse es que si no existieran sistemas informativos, el hombre se quedaría a oscuras sobre los sucesos de la humanidad. La libertad de expresión, por más defectuosa que sea -como a veces lo es, y no podremos evitarlo-, le permite al individuo identificar el curso de la historia y la contundencia de los hechos, para adaptar su mente y su conducta a las grandes perturbaciones sociales, económicas o políticas de los conflictos vesánicos -como son las guerras- que repercuten en todo el planeta y causan enormes destrozos materiales y morales.
En el caso de Irak, los medios modernos de comunicación fueron los canales indicados para que el mundo conociera lo que acontecía en el campo de batalla, a veces con precisión asombrosa, minuto a minuto. No siempre, sin embargo, las noticias eran claras, lo que, por lógica, creaba desorientación, pero esa circunstancia obedecía a la misma oscuridad y velocidad con que se presentaban algunos acontecimientos, en esta guerra movida por métodos tan sofisticados como los que se emplearon en Irak, tan diferentes a los de las otras guerras (sobre todo la primera y la segunda guerras mundiales, que tuvieron una duración de varios años y dejaron millones de muertos y daños incontables).
Las noticias confusas de Irak se clarificaban en corto tiempo, gracias al profesionalismo con que las grandes cadenas periodísticas se encargaron de contarle al mundo la verdad de los sucesos. Cuando ocurren estos embrollos de las noticias, tan comunes en cualquier actividad humana y sobre todo en casos vertiginosos, es a la propia persona a quien corresponde desenredar el ovillo, aguzando los sentidos y buscando precisión con cuanto recurso tenga a la mano. Muchos no se enteran bien, o se enteran con desfiguraciones peligrosas, porque no leen bien las noticias o no saben escoger el canal idóneo de información.
Además, hay que distinguir la precipitación y la ligereza con que algunos periodistas, con ánimo de protagonismo o carentes de responsabilidad, narraban los sucesos. Pero la mayoría de los enfoques fueron veraces y supieron transmitir los dramas que se vivían detrás de las balas y los misiles. Puede asegurarse que, en su conjunto, los medios de comunicación formaron opinión pública, y la siguen formando después de derrumbado el régimen de aquel país. ¿Qué habría pasado si los sistemas informativos no hubieran tenido libertad para transmitir sus despachos a todos los vientos de la opinión mundial?
Cuando no existe libertad de prensa, habrá opresión. Las dictaduras prosperan a la sombra del silencio y la mansedumbre de la opinión pública. De ahí que los tiranos le tengan tanto miedo al periodismo calificado y busquen, por los métodos represivos con que se sostienen en el poder, acallar a los periodistas libres, e incluso arrasarlos.
Por causas diversas, señor Hernández, catorce seguidores de la noble profesión que usted ha elegido pagaron con su vida una absurda cuota en esta guerra estúpida que marca otra demencia del hombre en su eterna carrera de destrucción, legada por Caín. El gobierno de Irak le ocultó al pueblo la realidad de lo que ocurría en los enfrentamientos con las fuerzas invasoras, al no permitir la transmisión de las noticias desfavorables, alentando falsas esperanzas.
Es preferible un periodismo defectuoso o imperfecto, a otro silenciado o arrodillado. El periodismo y la democracia caminan de la mano. Usted, señor Hernández, ha sabido escoger su destino. Recordemos, a propósito, estas palabras de Ángel Ganivet: “Un pueblo culto, es un pueblo libre; un pueblo salvaje, es un pueblo esclavo; y un pueblo instruido a la ligera, a paso de carga, es un pueblo ingobernable”.
El Espectador, Bogotá, 8 de mayo de 2003.