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Dabeiba

miércoles, 9 de octubre de 2024

Gustavo Páez Escobar

Cuando comencé a leer la novela Dabeiba de Gustavo Álvarez Gardeazábal supuse que él había residido alguna vez en esa población. Solo al final de la lectura me enteré de que nunca la ha conocido. La idea del libro se la transmitió el desborde del río que había formado una represa gigantesca donde estaban estancados más de ocho millones de metros cúbicos, la cual, en caso de reventarse, destruiría a Dabeiba.

A esa circunstancia se sumaba el recuerdo que tenía del municipio a raíz de la lectura que, años atrás, había hecho de la autobiografía de la madre Laura, obra que su padre conservaba en su biblioteca como libro sobrecogedor. La religiosa narra la dura vivencia en Dabeiba cuando viajaba por aquellos lugares inhóspitos en la labor de adoctrinar a los indígenas. Así pues, al novelista se le alborotaron la sangre y la imaginación, y durante días y noches febriles se entregó a la tarea de forjar un pueblo literario que le diera salida al torrente de inquietudes que le punzaban la mente.

Eso es Dabeiba, la novela: un sentimiento, una desazón, un hallazgo y, ante todo, un reto para el escritor que daba sus primeros pasos en el arte de novelar y crear mundos. En aquella época, hace medio siglo, apareció Cóndores no entierran todos los días, cuya fama opacó a Dabeiba. La destreza y el vigor con que Álvarez Gardeazábal dibuja el pueblo imaginado reflejan el impulso innato con que movería el resto de sus novelas.

Dabeiba es el molde de cualquier población y representa la comedia humana que se vive en todas partes. Los personajes son singulares, exóticos, pintorescos, estrafalarios. Son típicos de toda sociedad, pero están manejados con la gracia, el ingenio y la ironía que son característicos del autor. En aquel enjambre municipal, al lector le queda a veces difícil distinguir las personas que brotan como por arte de magia y luego desaparecen.

Todas aportan algo, así sea su carácter insustancial en el discurrir pueblerino. Y vienen otras a remplazarlas, para luego desaparecer sin pena ni gloria. Quienes subsisten y en realidad dejan huella son los notables de la vida local, como Mélida Cruz, la enfermera sorda, cuyo oficio es ir de casa en casa poniendo inyecciones (ella no oye, pero se sabe las historias de todo el mundo); o la exalcadesa Gertrudis Potes, joyera jubilada que ha preferido permanecer soltera por no haber encontrado el varón perfecto; o el millonario Gumersindo Rentería, enamorado de Mélida, sin que ella haya sentido por él pasión alguna.

En el campo pecaminoso sobresale Baltazar Vallejo, dueño de un almacén de telas y autor de perversiones bochornosas. En el ámbito religioso está el padre Ocampo, párroco durante medio siglo, que exorciza a todo el pueblo. En la casa cural vive María Luisa, a quien se cita en la obra, sin duda con malicia, como la sobrina del párroco, y que es la mujer más odiada de Dabeiba. Tampoco pueden faltar los adivinos, ni el usurero, ni el poeta adiposo, ni las rameras inevitables, ni el bobo tradicional, ni las lluvias eternas. “De todo hay en la viña del Señor”, asegura el refrán. Es una novela bien tramada, mordaz y divertida. A la postre, la represa no explotó.

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El Quindiano, Armenia, 4-X-2024. Eje 21, Manizales, 4-X-2024. Nueva Crónica del Quindío, 6-X-2024.

Comentarios

Acabo de leer, enviada por alguno de nuestros comunes amigos, el texto de la reseña sobre Dabeiba. Lo estoy reenviando a mis 7 mil suscriptores de wasap y colgándolo en las redes donde acumulo seguidores. Tanta generosidad me va a llevar a ser un ícono. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

De Dabeiba conocía yo su importancia por las minas de oro de las cuales nuestros aborígenes del noroccidente se abastecían, mientras que los del suroccidente obtenían el precioso metal por el sistema del mazamorreo de los ríos con arenas auríferas. Y los pueblos aborígenes que no tenían oro, como es el caso de los muiscas, lo adquirían por canje con sal, mantas y esmeraldas, tanto del oro de filón como el de aluvión. Mercedes Medina de Pacheco, Bogotá.

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