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Creo en Colombia

sábado, 28 de septiembre de 2024

Gustavo Páez Escobar

Creo en Colombia a pesar de que muchos colombianos no creen en ella. Creo en Colombia por encima de los odios, de las balas, de los secuestros, de las masacres de todos los días, de la ola de corrupción, de la angustia de todas las horas. Y me digo: algún día cesará la horrible noche y alumbrará una luz en la alborada. ¿Cuándo? Quizá mañana, quizá el año entrante, quizá… Un quizá que se diluye en la incertidumbre y parece que nunca quisiera permitir la llegada de la paz, el progreso y la convivencia. Pero llegarán.

Creo en Colombia porque la ilusión no se ha perdido, ni los líderes han desfallecido, ni los guerrilleros han triunfado, ni la paz se ha vuelto imposible, ni las instituciones han debilitado su espíritu de lucha. Aún nos queda un pedazo de Colombia –un soplo del alma–, y esto equivale a tener una patria grande que resurgirá de las cenizas como el ave fénix. Esto no es optimismo ciego: es un acto de fe en Dios y en la vida, una carta confiada al futuro, un no rotundo al pasado desestabilizador (y al presente caótico).

Colombia gime, luego existe. Sus malos hijos la tienen postrada en la opresión, y su sollozo se escucha en todos los confines. El país entero llora el sacrificio infame de vidas inocentes, el secuestro feroz que no respeta ni a ricos ni a pobres, el atentado cobarde contra pueblos indefensos, la destrucción demencial de la riqueza pública. Por eso gime la patria: porque la barbarie y la ceguera de unos pocos nos mantienen a todos torturados bajo la peor maquinaria de ineptitud y disolución.

Ante este horizonte sombrío, miles de colombianos prefieren abandonar el suelo nativo, vencidos por la desesperación, sin alegría en el alma ni derroteros a la vista. Yo no creo en esos éxodos de derrotados que todos los días madrugan a hacer filas interminables, en trámites torturantes de pasaportes y visas escapistas, porque en tierra extraña van a ser más infelices que en la propia. La mayoría de ellos sabrá más tarde, allende las fronteras, que el pan sabe allá amargo.

Cuánto orgullo sentí con la conducta de mi hijo Gustavo, que hace más de dos décadas se fue a estudiar al exterior y prefirió volver a su patria a pesar de los signos funestos que gravitaban entonces sobre la vida colombiana, aunque menos confusos que los actuales. Mientras otros profesionales de su edad eran seducidos por la moda de abandonar el país, mi hijo hacía esta manifestación que constituye un acto de valor civil y solidaridad nacional:

“El conocer y aprender de un país como Canadá, que ha sido catalogado por cinco años consecutivos como el número uno en el mundo en calidad de vida, y al que semanalmente llegan cinco familias colombianas, me reafirma sobre cuál es mi misión como profesional en Colombia: seguir preparándome y trabajar por mi país. Yo pienso que si queremos salir adelante, la solución no es huir y darle la espalda a un problema que es de todos”.

Creo en Colombia como la mejor tierra del mundo. Creo en el patriotismo y la sensatez de los colombianos positivos y emprendedores que no permitirán que naufrague la esperanza.

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Nueva Crónica del Quindío, Armenia,22-IX-2024. Eje 21, Manizales, 22-IX-2024.  El Quindiano, Armenia, 23-IX.2024.

Comentarios

 He leído tu artículo con admiración y te felicito por tus palabras y por el amor que reflejas hacia nuestro país. Es un mensaje de esperanza y convicción que tanto necesitamos en estos tiempos difíciles. Tu fe en Colombia, a pesar de tantas adversidades, me inspira a seguir creyendo en el potencial de nuestra nación y en la capacidad de los colombianos para superar los grandes obstáculos que nos han mantenido en la sombra. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Qué sentida columna. Es verdad: todos los días nos invade la desesperanza de ver nuestro país llevado por el desgobierno. Ojalá pronto cambie esta situación tan amarga para todos. Raquel Martínez Aguirre, Armenia.

Me encantó este artículo, lleno de fe y optimismo, sobre nuestra amada Colombia. No debemos abandonarla: es como abandonar a alguien porque está enfermo o agobiado. Es en esos momentos cuando más ayuda y atención requiere. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Este bello artículo nos llena de esperanza y orgullo por nuestra patria querida. Muchas emociones a flor de piel. Nos motivas a saber que algún día veremos la luz. María Susana Molano Mendoza, Bogotá.

Yo también creo en Colombia. Aquí no han progresado las dictaduras que sí han sufrido otros países latinoamericanos: México, Honduras, Venezuela, Argentina, Chile… Aquí los dictadores, como el general Rafael Reyes y el general Rojas Pinilla, se han ido sin chistar al convencerse de que no tienen el respaldo del pueblo. Reyes a los cinco años de gobierno y Rojas Pinilla a los cuatro. La dictadura de José María Melo solo duró un año porque se le vinieron encima las armas del pueblo. Colombia tiene gran vocación democrática.                Mercedes Medina de Pacheco, Bogotá.

El sentimiento patriótico de muchos colombianos se encuentra lacerado por el pesimismo al ver cómo las fuerzas malévolas han adquirido poder y con él quieren destruir lo construido durante muchos años de lucha y esfuerzo. No tenemos el país ideal que muchos quisiéramos, porque esas grandes lacras llamadas corrupción y narcotráfico han penetrado en casi todos los estamentos de la sociedad. Tenemos un país rico, hermoso y variado, gente valiosa y trabajadora, recursos naturales en abundancia. ¿Pero nos están ganando la maldad y el vicio? Participo de tu fe en Colombia, pero te confieso que no con mucho entusiasmo. Por supuesto que en el fondo, como en la caja de Pandora, me queda el recurso de la esperanza. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Muy bella y propicia tu página para estos tiempos difíciles que vivimos. Yo también confío en que las personas ilustres que ahora miran, desde el balcón y en silencio, cómo se desmorona el país, levanten su voz el próximo año. Petro es hombre  malévolo, su mente está orientada al mal, al daño. Lo más extraño es que subsistan en el petrismo personas que uno creía medianamente cultas. Todos sentimos gran incertidumbre, pero estoy matriculada en la tarea de impedir que el país naufrague. Esperanza Jaramillo, Armenia.

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