Por: Gustavo Páez Escobar
Ya se ha perdido la cuenta de las veces que el presidente Petro ha dejado de asistir a actos agendados. Esto nunca había ocurrido con ningún otro presidente. El hecho se ha repetido una y otra vez, incluso en ocasiones solemnes. Al respecto, el Palacio de Nariño, cuando no el propio mandatario, han dado explicaciones que se apartan de la lógica.
Frente a esta situación reiterativa –e irrespetuosa de los cánones establecidos–, el país piensa que Petro no está en sus cabales. No es aceptable que él desprecie de esta manera la dignidad de las personas y de las instituciones. Y creció el rumor de que padece alguna enfermedad incontrolable. María Jimena Duzán puso el dedo en la llaga al sugerirle que si tenía alguna adicción, como los hechos parecían indicarlo, “debería sincerarse, primero con usted mismo, y luego con el país que lo eligió”.
Y agregó: “Los adictos, sin darse cuenta, crean un mundo mitomaniaco que niega su condición, que los obliga a mentir y que les hace mantener un patrón de conducta en el que aparecen los retrasos, las desapariciones repentinas y en el que la persona asume un comportamiento errático”. Por toda respuesta, él manifestó: “La única adicción que tengo es al café por las mañanas”. Esto suena a evasiva. Y tiene tono arrogante.
La salud del Presidente es un asunto de interés público. De ella depende el buen manejo del Estado. En la historia del país existen varios casos notables que vale la pena recordar. Manuel Antonio Sanclemente, el mandatario de mayor edad en la historia colombiana –84 años–, y que tenía contextura frágil y enfermiza, gobernó –si esto es gobernar– entre 1898 y 1900. Lo apoyaba Miguel Antonio Caro, que estaba interesado en que más tarde asumiera el mando el vicepresidente José Manuel Marroquín. El presidente titular no pudo asistir al acto de su posesión por motivos de salud, y después gobernó desde Villeta por el mismo motivo. Y fue derrocado por su vicepresidente.
Laureano Gómez fue elegido presidente para el periodo 1950-1954, pero solo gobernó entre 1950 y 1951, pues llegó con salud deteriorada tras ardua lucha política, lo que le ocasionó un síncope cardiaco, o un derrame cerebral (no hay seguridad al respecto). En su reemplazo se desempeñó el designado Roberto Urdaneta Arbeláez. Y vino el 13 de junio, cuando Gómez se reintegró al poder, pero el general Rojas Pinilla lo depuso mediante un golpe de Estado.
El presidente Barco (1986-1990) ya poseía signos de demencia cuando llegó al poder. El mal fue avanzando, y esto desembocó en el hecho de que, como lo afirmó Semana, Germán Montoya, el secretario general, fue “quien realmente tomaba las grandes decisiones en Palacio”, según lo afirmaban varios opositores.
Caso ejemplar el de Juan Manuel Santos, que con franqueza anunció que le había sido pronosticado un cáncer de próstata, hecho que debía conocer la opinión pública. La cirugía resultó exitosa, y de esta manera siguió en ejercicio de su cargo.
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Eje 21, Manizales, 16-XI-2023. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 19-XI-2023.
Comentarios
Excelente columna. Sin salud física, mental o emocional es imposible gobernar bien. Y buen recuento histórico. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.
La salud puede tambalear en cualquier momento y no tiene edad establecida para hacerlo. Las adicciones son también una enfermedad. El presidente decidió hacer lo contrario: esconderse, y al no dar la cara en sus malas acciones, está permitiendo que salgan muchas versiones de las diferentes posibilidades y todas apuntan a mala salud, que puede ser física o mental. Estar en manos de una persona con estas características “mitomaniacas” es un peligro para nuestro país. Liliana Páez Silva, Bogotá.
Muy oportuna nota recordando a los presidentes que durante su mandato sufrieron desórdenes de salud, afectando la capacidad para gobernar. La alusión que se hace del caso de Petro está sobre el tapete hoy día a raíz de sus frecuentes desplantes e incoherencias que ponen en duda la plenitud de su capacidad mental para dirigir el país, como bien lo insinuó María Jimena Duzán. Veremos qué sucede. De lo que sí estoy seguro es de su megalomanía. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.
Muy ilustrativo comentario. La duda se acrecienta cada vez que Petro debe manifestarse, porque lo de hoy, sobre el nuevo presidente de Argentina, primero augurando un porvenir oscuro para esa nación y horas más tarde felicitando al nuevo mandatario, no parece tener la sindéresis de un dirigente de la nación que siempre ha mostrado un maravilloso uso del lenguaje. Josué López Jaramillo, Bogotá.