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Archivo para abril, 2019

Las valientes convicciones de Santos

martes, 30 de abril de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

El libro La batalla por la paz, de Juan Manuel Santos, está llamado a ser el mayor testimonio del proceso adelantado con las Farc. El prólogo, del expresidente del Gobierno de España Felipe González, se convierte en elocuente expresión de apoyo al líder colombiano que ha librado ingentes esfuerzos por la consolidación de la paz luego de más de medio siglo de turbulencia pública.

La subversión deja 220.000 muertos, más de 8 millones de víctimas y daños incalculables. Ante semejante panorama, cabe preguntar: ¿por qué ningún Gobierno había logrado ponerle fin a la guerra? Varios presidentes lo intentaron y ninguno lo consiguió. Solo Santos tuvo éxito gracias a  su labor titánica y el firme convencimiento de que mediante el diálogo podían lograrse el acercamiento y el consenso de ambas partes.

Si bien Santos había participado como ministro de Defensa de Uribe en los hechos bélicos que permitieron la eliminación de varios cabecillas imbatibles de las Farc, abrigaba la esperanza de hallar solución al conflicto en una mesa de negociación. La clave estaba en saber jugar las cartas, y él conocía muy bien el camino.

Sus dotes de prudencia, astucia, paciencia y firmeza le hicieron ganar el calificativo de jugador con que manejó momentos cruciales de su desempeño en la vida pública. Por supuesto, no ignoraba las artes del Buen Gobierno, rótulo asignado a la fundación en que debatía sus ideas. Y había escrito con Tony Blair, ex primer ministro británico, el libro La tercera vía, que contiene tesis estratégicas para la acción gubernamental que buscaba.

Al llegar a la Presidencia de la nación, su primera medida fue desmarcar su administración de la acometida guerrera adelantada por el gobierno anterior. Bien clara estaba su intención negociadora al anunciar en el acto de posesión: “La puerta del diálogo no está cerrada”. Al nombrar como ministros a Germán Vargas y Rafael Pardo, personas no gratas para Uribe, notificaba el propósito de implantar su sello personal, su completa autonomía. Esto no ha sucedido con Duque, que no ha logrado tomar las riendas del mando debido a la injerencia de su tutor político.

Santos le dijo al país que iniciaba un mandato independiente y con total libertad ejecutiva. Tal circunstancia le valió el inri de traidor con que Uribe y sus adeptos lo han perseguido en forma implacable. De no hacerlo, hubiera fallado frente a sus planes de buscar otra alternativa de poder. Siempre había sido hombre de convicciones. Sacarlas adelante, contra los grandes riesgos y tropiezos que tuvo que afrontar, significó su tabla de salvación. Y lo hizo merecedor del Premio Nóbel de la Paz.

Quería sacar al país de la barbarie. Ese estado de salvajismo lo muestra el estremecedor documental El testigo: Caín y Abel, dirigido por la productora británica Kate Horne y pasado por Caracol esta Semana Santa, en el que se recogen siete historias macabras que el fotógrafo e investigador Jesús Abad Colorado captó durante 20 años de incursión por la geografía colombiana. Esas imágenes de la guerra presentan a las víctimas del conflicto como evidencias desgarradoras de la crueldad humana. Y claman por la vida y el cese de las hostilidades. 

El país está cerca de conseguir la paz, posibilidad que respaldan la comunidad internacional y buena parte de los colombianos. Quienes apoyamos y valoramos la puesta en marcha de los acuerdos de La Habana nos dolemos al mismo tiempo de la pasión sectaria y la ola de  mentiras y maledicencia que han obstruido –aunque no destrozado– el programa de la concordia nacional. Hay que salvar la paz.

El Espectador, Bogotá, 27-IV-2019.
Eje 21, Manizales, 26-IV-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 28.IV-2019.
Aristos Internacional, n.° 23, septiembre de 2019, Torrevieja (Alicante, España).

Comentarios 

Santos consiguió su objetivo porque no estaba envenenado de odio y venganza como Uribe. Él  pensó en el bien del país cauterizando esa vena abierta de violencia irracional que no ha dejado prosperar a Colombia. Ojalá no logren «hacer trizas el acuerdo de paz» como es el deseo del Centro “Demoníaco”. William Piedrahíta González (colombiano residente en Estados Unidos).

Es lo que pensamos millones de colombianos, sin saber  cómo expresarlo, sin poder hacer nada, para salir de la situación actual del país. Leyendo el artículo, he sentido una especie de alivio para mis tristezas, por todo lo que está sucediendo, que parece llevarnos de nuevo a una guerra,  que creíamos superada. La persecución a personajes de la oposición, el asesinato de líderes sociales, ambientalistas y otros, más las retorcidas maniobras de políticos y dirigentes, pintan un oscuro panorama. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Gracias a Dios estamos matriculados en una noble cofradía: la de los que creemos en la paz negociada, la paz liberal, la paz cristiana, la paz humanitaria. José Jaramillo Mejía, Manizales.

Qué importantes «Las valientes convicciones de Santos». En mi humilde concepto, fue un acontecimiento magno en nuestra historia que nos puso a reflexionar sobre nuestro pasado marcado por la confrontación y el engaño, primero con la violencia partidista y luego con el tema guerrillero, que sirvió como escudo para dilatar y no enfrentar los verdaderos problemas que afronta el país. Lombardo Rueda Madrid.

Los colombianos debemos cerrar filas en torno a la paz. El personaje siniestro que dirige la gavilla contra el acuerdo de paz debe ser rechazado por los ciudadanos de bien que queremos un país con igualdad de oportunidades para todos. Las Fuerzas Armadas no pueden continuar siendo utilizadas para defender privilegios de unos pocos: ahí tenemos el ejemplo perverso de Venezuela. Gupinzón (correo a El Espectador).

Definitivamente, gobernar con autonomía e independencia hizo que Santos lograra la paz, muy a pesar de los agravios, groserías, ultrajes de Uribe. Muchos –la mayoría–  despertamos a un nuevo amanecer con gratitud hacia el presidente Santos. Hoy es doloroso ver que regresamos a las masacres, robos de tierras, desplazamiento forzado de campesinos e indígenas. Hay dolor de patria. maesni55 (correo a El Espectador).

Cartas de Germán Pardo a Carlos Pellicer

martes, 16 de abril de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

El 2 de febrero de 1931, a los 28 años de edad, Germán Pardo García se embarcó hacia Méjico, y llegó a su destino el 14 del mismo mes. Se fue tras la huella de Carlos Pellicer, a quien había conocido en Bogotá a finales de 1918 como agregado estudiantil de la embajada de su país ante el Gobierno colombiano.

Cuando el mejicano fue trasladado a Venezuela a principios de 1920, Pardo García sintió que se oscurecía el sol en su vida. E intentó seguirlo al país vecino. Pero sus recursos económicos no se lo permitieron. Por su simpatía y sus dotes intelectuales, Pellicer despertó en Bogotá alta fascinación entre grandes escritores que por aquellos días iniciaban su carrera literaria.

El más deslumbrado fue el futuro poeta de la angustia, huérfano de madre desde los 3 años de edad, víctima de mielopatía desde su nacimiento y que había sido puesto bajo el cuidado de una nodriza neurótica. Los días de su niñez y adolescencia transcurrieron en medio de la tristeza y el pavor del páramo. La llegada de Pellicer le dio el calor, el afecto y la ilusión de que carecía.

Tuvieron que pasar 12 años para volver a encontrarse en Méjico, en febrero de 1931, cuando Pardo García logró al fin viajar al país azteca. Allí residiría por el resto de su vida. Durante la ausencia se cruzaron cartas ardientes dictadas por el arraigado sentimiento mutuo. En ellas se contaban sus circunstancias cotidianas y se prometían permanecer leales en sus propósitos comunes.

El colombiano narraba sus faenas agrícolas, sus aventuras sensuales con muchachas de la tierra y su discurrir monótono en la incipiente aldea de Choachí. También, por supuesto, su embeleso ante los paisajes del entorno. Se mostraba obsesionado con Silva y con el tema de la muerte y no ocultaba sus fluctuantes estados de ánimo que unas veces le inyectaban desbordados momentos de regocijo y otras lo arrastraban al abatimiento. Conforme germinaban sus vocaciones literarias, se participaban sus hallazgos poéticos. Sus nombres alzaban vuelo hacia las cumbres de la fama. Ambos llegarían a ser figuras cimeras de la literatura.

La Universidad Autónoma de Nuevo León (Méjico) publicó hace poco, en 428 páginas, el libro titulado Un encanto extraño – Cartas de Germán Pardo García a Carlos Pellicer (1920-1970). En esta obra el doctor en letras hispánicas Serge I. Zaïtzeff recoge y analiza las cartas enviadas por el colombiano a Carlos Pellicer durante los años de la ausencia, junto con unas pocas posteriores a 1931.

En cambio, las de Pellicer a Pardo García desaparecieron en su totalidad, ya que su costumbre  fue siempre la de destruir la correspondencia y no conservar papeles. Cuando yo lo visité en 1988, me causó extrañeza no hallar en su apartamento de Coyoacán ni biblioteca ni archivos. Los dos únicos libros que guardaba eran Apolo Pankrátor (acopio de su poesía entre 1915 y 1975) y un diccionario griego. La austeridad del recinto era pasmosa, y por allí se sentía el soplo de un alma en pena que se movía entre el silencio y la soledad. Este ambiente de sombra y misterio lo describo en mi libro Biografía de una angustia (Instituto Caro y Cuervo, 1994). 

En estas cartas salen a flote la atracción y admiración que ellos se profesaban, sentimiento que puede situarse en el campo del amor platónico. Esto no obstaba para que gozaran de las mujeres, e incluso les dieran el título de novias (las más nombradas: Esperanza Nieto en el caso de Pellicer, y Dolly Garson en el de Pardo García).

En carta de 1995, una poetisa mejicana me decía: “El grande y único amor de Germán Pardo García fue Carlos Pellicer”. Ahora bien, Aristomeno Porras, su amigo más cercano durante largo tiempo, me reveló: “Desde que lo conocí vi su inclinación hacia las mujeres. Hablaba mucho de ciertas aventuras con mujeres de la vida galante, una de ellas en Bogotá y varias en México”.

Carlos Pellicer, cuya condición homosexual era bien conocida, elaboró entre agosto de 1930 y enero de 1931 parte del poema que publicaría en 1941 con el rótulo Recinto y otras imágenes, el primer poema homoerótico escrito en Méjico. Según conjeturas, dicha obra estaba dedicada al poeta colombiano.

Termino la lectura de estas cartas con la sensación de que la amistad entre los dos poetas representa un verdadero enigma, al estilo de Pardo García, un espíritu al mismo tiempo  atormentado y luminoso. De ahí nace el título del libro que comento: Un encanto extraño. ¿Hasta cuándo llegó esta relación? Hasta el 23 de diciembre de 1956, cuando Pardo García escribió esta carta tajante a quien había sido su amigo del alma (a raíz de la colaboración prestada por Pellicer a una persona considerada indigna para Colombia):

“La aceptación tuya a tal invitación, contra todos los deseos de mi espíritu pone término para siempre a la amistad que durante más de cuarenta años nos unió (…) El nuevo año me encontrará sin tu amistad, perdida para siempre, pero leal a la dignidad de Colombia”. 

El Espectador, Bogotá, 13-IV-2019.
Eje 21, Manizales, 12-IV-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-IV-2019.

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Revuelo ha causado esta afortunada columna, no en el sentido «curioso» del tema, sino por el sufrimiento y desolación de almas que en la oscuridad del silencio fueron muy próximas. Gran pérdida no tener las cartas del poeta Pellicer. Inés Blanco, Bogotá. 

Pardo García sigue siendo una incógnita (aun imaginando que fuese bisexual) a quien todavía, a pesar de tus esfuerzos, debe ser remirado en su obra más que en sus pedazos biográficos. Jaime Lopera, Armenia.

Personaje exótico de mente atormentada, seguramente por los ingratos recuerdos de una niñez sometida a las rigideces de su nodriza y de las tétricas historias que en los retiros espirituales los curas solían contar sobre el infierno y demás castigos divinos. Además, la tortura de su mielopatía tuvo que ser permanente motivo de tristeza. Al final del artículo queda un fino toque de intriga al referir la drástica terminación de una prolongada amistad con Pellicer, por haberle aceptado este una invitación a una persona indigna para Colombia. ¿Quién fue esta persona? Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Respuesta. El colombiano Hugo Latorre Cabal, que trabajaba como redactor del diario Excélsior de Méjico, invitó a Pellicer a vincularse a su espacio periodístico. Corría el mes de diciembre de 1956, época en que imperaba en Colombia la dictadura de Rojas Pinilla. Y Pellicer aceptó dicha invitación. Con estas palabras enjuició Pardo García el acto de su amigo en la carta que cito en mi artículo:

Pero hay algo grave en lo que acabas de hacer: mientras mis grandes amigos colombianos, doctor Eduardo Santos y Roberto García y mi casa colombiana de El Tiempo se ven amenazados en sus vidas, en su independencia, en su dignidad, por la dictadura, tú aceptas colaborar con el funesto individuo a quien se considera en Colombia como uno de los mayores traidores a la libertad de una patria que es también la tuya.

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Una vida entre libros

jueves, 4 de abril de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Vicente Pérez Silva sintió la presencia y el aroma de los libros desde corta edad. Su padre mantenía consigo una vieja edición del Quijote, cuyos episodios repasaba con placer en el sosiego del predio campestre que poseía en La Cruz (Nariño). Allí nació, el 25 de enero de 1929, el nuevo miembro de la familia, que de pocos meses ya se entretenía con las hojas que contaban la vida y los milagros del ilustre andariego de caminos.

La devoción que su padre tenía por don Quijote se le pegó a la piel como marca indeleble. Y de la piel le pasó al corazón. Corridos los años, Pérez Silva acentuaría el significado perfecto del personaje: “Luz y espejo de lo caballeroso, guía y antorcha del ideal, arrimo y reparo de los tristes, consuelo de los afligidos, alivio de los menesterosos, hartura de los mendigos, sostén de los pobres, faro de los caminantes y guía de hombres y de pueblos”.

Tres de los libros de Pérez Silva están dedicados al ingenioso hidalgo de la Mancha, que no obstante la distancia que lo separaba del municipio colombiano de La Cruz –La Cruz del Mayo, en su exacta denominación– un día llegó hasta allí en el tomo que acariciaba su padre en la tierra edénica. Tales libros son: Quijotes y quijotadas, Travesuras y fantasías quijotescas y Don Quijote en la poesía colombiana.

Quedan de esta manera definidos el alma y el carácter del esclarecido escritor nariñense cuya vida no puede desligarse de la propia vida de don Quijote. Su obra se aproxima a los 30 volúmenes. Dice “que lo importante no es haber escrito un libro; lo importante es haberlo vivido”. Le pregunto por el número de obras publicadas, y me responde que mejor le pregunte por las que le faltan por publicar.

Con motivo de la celebración de sus 90 años de vida, ha dado a la estampa el que llama El libro de mis libros, salido de los talleres gráficos del Grupo Editorial Ibáñez. En él hace memoria de su carrera de escritor mediante el repaso de los títulos y las portadas que enriquecen su quehacer literario.

Entre ese estructurado acopio bibliográfico están Raíces históricas de La vorágine, La picaresca judicial en Colombia, Anécdotas de la historia colombiana, Aurelio Arturo en el corazón de las palabras, Bolívar en el bronce y la elocuencia, Código del amor, Libro de los nocturnos, Anécdotas y curiosidades alrededor del libro en Colombia… En fin, su vida puede sintetizarse en un libro continuo bajo la mirada cómplice de don Quijote.

Dejo la parte final de esta nota para evocar el día en que me conocí con Vicente Pérez Silva. Fue en Armenia, ciudad en la que ejercía el cargo de gerente del Banco Popular. Él, como abogado laboralista de la casa matriz, había viajado a mi sede a revisar un litigio judicial. Recién abierto el despacho, me llamó desde el hotel donde se hospedaba y con voz solemne me dijo estas palabras pausadas, que sonaron como una contraseña para iniciar el diálogo: La muerte de una golondrina.

Ese día había sido publicada en El Espectador la columna sobre la golondrina, uno de los textos que más quiero de mi labor literaria. Él lo había leído en la pieza del hotel. Minutos después llegó a mi oficina, ágil y efusivo. Abrió su cartera de negocios y puso en mis manos un libro que me llevaba de obsequio. Aquel 10 de diciembre de 1980 nació entre los dos la amistad franca y cordial que ha perdurado durante 38 años.

El Espectador, Bogotá, 30-III-2019
Eje 21, Manizales, 29-III-2019
La Crónica del Quindío, Armenia, 31-III-2019

Comentarios 

Hermosa y entrañable columna. Con ese aprecio que nos transfieres, es bello leer en un sábado temprano una nota tan rica y exacta sobre la vida de Vicente Pérez Silva. Guiomar Cuesta, Bogotá.

Deseo agradecer en nombre de mi familia y el mío estas palabras elogiosas para con mi padre. Hemos tenido la fortuna de acompañarlo a lo largo de los años  en su carrera como escritor y como comandante de esta gran familia, que conformo con su Dulcinea Carmencita, quien ha sido la inspiradora de sus aventuras quijotescas. Lo que más nos impresiona es su vitalidad. Vicente Pérez Quimbaya, Bogotá.