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Archivo para mayo, 2017

El Club de los Suicidas

martes, 30 de mayo de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando yo vivía en el Quindío (años 70 y 80 del siglo pasado), la ola de suicidios  estremecía a la sociedad quindiana de manera dramática. Quienes éramos miembros del Consejo de la Policía hablábamos sobre la frecuencia de este hecho y las causas que lo originaban, tratando de determinar los correctivos que debían aplicarse. Por desgracia, nunca ha habido una respuesta certera que explique y solucione este fenómeno traumático.

En mi novela La noche de Zamira (1998), que se mueve en el ambiente social que caracterizaba el discurrir de la comarca, hay una pareja de enamorados, menores de  20 años, que se suicidan en un parque emblemático. Lo hicieron movidos por la desadaptación familiar y social, y la consiguiente depresión, que agobiaban sus vidas. El Quindío es una de las regiones con mayor índice de suicidas en el país.

La revista Semana recordaba hace poco la existencia en Armenia, en los años 30 del siglo pasado, del Club de los Suicidas. Se trataba de una entidad macabra a la que pertenecían hombres y mujeres de la clase alta, por lo general adolescentes desencantados de la vida y presas fáciles, por eso mismo, para dispararse una bala en el cerebro o tomarse un veneno. Los dos personajes de mi novela son seres errátiles, vacíos de motivaciones y esperanzas y desarraigados en su propio entorno.

Los socios se matriculaban en este organismo con todos los requisitos de un club social: debían pagar cuota de admisión y mantenimiento y acreditar condiciones de seriedad. Y se les tomaba este juramento: “¿Jura usted y empeña su palabra de caballero y de hombre, sin protestar ni perder prórroga alguna en el plazo fijado, para terminar con su vida cuando aparezca su nombre en el sorteo de rigor?”.

Estos aliados de la muerte frecuentaban el ambiente sórdido de los burdeles, y bajo el estímulo del aguardiente buscaban el frenesí en canciones de arrabal como “Cicatrices”, “Suplicio”, “Cómo se adora el sol”, “Desesperación”, “Triste domingo”, “Muy pronto es mi partida”, “Desde que te marchaste”.

Entre trago y trago realizaban el pacto suicida. A quien correspondía el turno le llegaba una notificación acompañada de una bala, para que cumpliera su palabra. Si no lo hacía, era asesinado. Se calcula que más de 100 personas se suicidaron  entonces, en un poblado muy pequeño como lo era Armenia en los años 30.

En la época actual, subsiste en el Quindío el mismo Club de los Suicidas, en forma invisible pero contundente. Nada ha cambiado, ni en el ambiente ni en los desvíos mentales de la gente perturbada por esta grave calamidad. Hoy se habla de unos 50 suicidios anuales. Han fracasado, pues, todos los intentos para frenar esta tendencia espeluznante.

Año por año, las noticias de prensa repiten las mismas estadísticas, y la sociedad se estremece –o deja ya de estremecerse, por tratarse de una situación rutinaria–ante cada nuevo suicidio. Se trata, claro, de un delicado asunto de salud pública que se ha escapado al control de las autoridades.

El mal está arraigado en la región desde hace cerca de un siglo  como hierba maldita. Como reto sin respuesta. Es una voz vigorosa que clama en la conciencia colectiva.

El Espectador, Bogotá, 25-V-2017.
Eje 21, Manizales, 26-V-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 28-V-2017.

Comentarios

Este tema requiere especial atención de la familia, de los colegios y universidades, de la sociedad en general y, por supuesto, del Estado. La salud mental es muy importante para la humanidad. Escritos como este contribuyen a fortalecer la conciencia sobre esta necesidad. Ramiro Borja Ávila, Bogotá.

Si un hogar tiene ausencias en afecto, carencias económicas, entre otros aspectos, es muy complicado sobrevivir. Desde niño siempre investigué por qué varios de mis primos habían decidido suicidarse. Uno tomó la decisión porque su núcleo familiar estaba oprimido por la pobreza. Yo también pasé necesidades, pero por mi cabeza jamás ha pasado ese deseo. Mi padre perdió toda su fortuna jugando dado. Pensé que se iba a suicidar, y sin embargo buscó otras alternativas para ganar dinero y volvió a su estado natural. Murió feliz. Si Dios nos dio la vida, es el único que la puede quitar. Yo pertenezco al club de los sobrevivientes y de ahí no saldré. Cesáreo Herrera Castro, Armenia.

A medida que iba leyendo el artículo crecía mi asombro. No tenía ni idea de la existencia de tan peculiar club y su macabra finalidad. Como que se niega uno a creer que existan personas que programen su suicidio de esa forma y que el fin de sus vidas dependa de un funesto sorteo que las pueda «favorecer» en cualquier momento. Buen argumento para una ópera. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.  

El Club de los Suicidas me ha sorprendido. Parece un tema de telenovela  o de ficción. Es de locos formar un club para  tomar un turno y matarse. Increíble. Y de paso no tenían vuelta atrás, porque igualmente serían asesinados. Qué cosas tan extrañas pasan en el país y duran tanto tiempo y nadie hace nada por sanear los cuerpos y las mentes de los posibles suicidas. Inés Blanco, Bogotá.

Terrible esta historia, similar a la actual de La Ballena Azul. Incentivar a un grupo de personas a un suicidio es macabro. Son historias de las regiones que gracias a este artículo se dan a conocer a generaciones que desconocíamos que esto pasó y pasa en nuestro amado Quindío. Liliana Páez Silva, Bogotá.

El maestro Raúl Borja Ávila

jueves, 18 de mayo de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A los 10 años, Raúl Borja Ávila, nacido en Tunja el 10 de abril de 1944 y que  residía en Zipaquirá, ya mostraba afición por el ajedrez. Vocación estimulada por las enseñanzas recibidas de Victoria Ávila de Borja, su madre, e  impulsada por su padre, Abraham Borja Rubio, brillante maestro de ajedrez, que además cumplió exitosa carrera en el poder judicial. El “archiduque” lo llamaban sus amigos en el ambiente ajedrecístico.

Como dato curioso, Raúl nació el día en que sus padres cumplían un año de matrimonio. Este hecho resulta premonitorio de la alta figuración que tendría como protagonista del juego soberano, que requiere altas dosis de inteligencia y que es movido por la táctica, la estrategia y la lógica.

Según el ajedrecista ruso Anatoli Kárpov, “El ajedrez lo es todo: arte, ciencia y deporte”. Y según Benjamin Franklin, «La vida es como el ajedrez, con lucha, competición y eventos buenos y malos». Estas premisas, que parecen desprenderse del tablero de 64 escaques y 16 piezas enfrentadas en buena lid,  movieron el tránsito por el mundo de los dos Borja maestros del ajedrez –padre e hijo– y guían la conducta de los otros hermanos Borja Ávila practicantes de dicho deporte.

El niño de 10 años que en 1954 sentía en Zipaquirá el ardor de su afición precoz,  impresionó al hermano Arturo, promotor de ajedrez en el colegio La Salle de Zipaquirá. Tiempo después Raúl ingresó al seminario de Tuta (Boyacá). Pero no fue sacerdote, sino ajedrecista profesional. Esa era su verdadera vocación.

Fue campeón en Zipaquirá en 1962; en el departamento de Cundinamarca, en 1963 y 1965; en Ávila (España), en el 2000; en Guadalajara (España), en 2001; en el primer y tercer torneos interclubes (club El Nogal), en 2007 y 2009; en el torneo nacional Sénior Máster de Manizales, en el 2008; en el campeonato nacional Sénior Máster de Armenia, en el 2011.

Y obtuvo otros títulos como subcampeón, entre ellos el continental Sénior Máster de Mar del Plata (Argentina), en 2012. En 1975, en torneo magistral, ganó la partida al maestro Miguel Cuéllar Gacharná. Al tiempo con este ejercicio, era profesor de ajedrez en la Policía, en colegios y otras entidades. Esa era su función vital.

En mi época juvenil, un grupo de amigos fundamos en Tunja el Club Social Capablanca, en honor del genio cubano de ajedrez José Raúl Capablanca. Allí organizábamos campeonatos “caseros” de ajedrez y cumplíamos activas tertulias literarias. Ya ausente de Tunja, no volví a saber nada de la pretenciosa asociación surgida alrededor del ajedrez y que nos despertó la mente hacia la inquietud intelectual.

Abraham Borja Rubio, el padre y maestro del personaje reseñado en estas líneas,  murió en el año 2001. En honor suyo, sus hijos crearon la fundación que lleva su nombre. A esta fundación ingresa, por supuesto, el nombre de Raúl, cuyo paso por la vida concluyó el pasado 15 de abril. Dolor que comparto con su familia.

Con fecha 31 de marzo de 2014, la Federación Colombiana de Ajedrez otorgó el título de “maestro nacional” a Raúl Borja Ávila, al acreditar los requisitos fijados por la entidad dos años atrás. El mundo del deporte, donde vibra el alma de la patria, se enaltece con esta dinastía de ajedrecistas.

El Espectador, Bogotá, 12-V-2017.
Eje 21, Manizales, 12-V-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-V-2017.

Comentarios

Estamos muy complacidos y muy agradecidos por el cálido y afectuoso homenaje tributado a mi hermano Raúl, a propósito de su reciente paso al Oriente Eterno, y también a mi padre Abraham, que ciertamente fue nuestro maestro, no sólo en el juego de los escaques sino también en el de la vida, con su ejemplo y su ilustración. Ramiro Borja Ávila, Bogotá.

Qué buen artículo sobre Raúl. Resume muy bien los aspectos básicos de su vida y sus logros ajedrecísticos. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

No conocía a los ajedrecistas Borja. Cada uno tiene un destino que por más que desee desviarlo, siempre gana la batalla. Eso le sucedió al señor Raúl Borja en el juego ciencia: encontró su ruta y su meta. Quizás los hijos (y nietos) sigan sus pasos por la ruta de la sangre. Inés Blanco, Bogotá.

Excelente columna. Es el tipo de información que no puede pasar desapercibida en los medios. Gustavo Valencia García, Armenia.

Salvemos la paz

miércoles, 3 de mayo de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Dice Eduardo Lozano Torres, lector de mi columna: “No se pueden echar por la borda cuatro años de conversaciones serias y desperdiciar una oportunidad excepcional para desarmar a la guerrilla más vieja y feroz que hemos tenido, para iniciar una etapa nueva de este país que no merece la suerte de seguir derramando sangre inocente, destruyendo familias, tierras, hogares y patria”.

En esta frase está sintetizado el pensamiento de millones de colombianos que ven con ojos de esperanza el camino recorrido en el gobierno de Santos para lograr la paz. Ha sido un camino tortuoso, sembrado de patrañas, mentiras y enredos, urdidos por quienes prefieren alimentar los bajos instintos de la venganza y la pasión sectaria, antes que mirar hacia el bien de Colombia y de sus familias.

Ellos no se detienen a pensar –y si lo piensan no lo dicen– que nunca el país había avanzado tanto en el camino de la reconciliación. Ningún presidente había conseguido llegar tan  lejos en los acuerdos con las Farc.

La guerra se volvió una costumbre. Nos gusta jugar a la guerra, como si fuera una diversión. ¿Ya se olvidaron los 220.000 muertos y los 8 millones de víctimas causados por la violencia? ¿Se olvidaron el millón y medio de niños y adolescentes sacrificados?

Dijo Santos en su posesión que traía en el bolsillo la llave de la paz, y no la iba a botar al mar. Quizás para muchos descreídos, y digamos, mejor, para la mayoría del país, era una frase retórica, falaz, de las tantas pronunciadas por sus antecesores. (El mismo Santos ofreció a los pensionados rectificar la cuota injusta que pagan para la salud, y luego se desentendió del asunto, sin importarle esa masa superior a 2 millones de personas).

Los propios guerrilleros tomarían la metáfora de la llave como una entelequia.  Pero no: esta vez sí era una intención seria, estructurada, obsesiva, en la que el Presidente meditaba desde tiempo atrás. Llegó al poder a jugársela por la paz. Y se la ha jugado a fondo, incluso con el alto costo de su capital político.

Miremos estos datos: han pasado 1.497 días sin tomas de poblaciones, 692 sin hostigamientos y 499 sin secuestros. Entre 2015 y 2016, el número de soldados heridos en combate disminuyó en el hospital Militar de Bogotá un 72%, al pasar de 131 a 36 heridos. La comisión de la ONU y las Farc han identificado y registrado cerca de 7.000 armas, y 140 ya han sido entregadas a la ONU. La próxima entrega será de otras 1.000. Las Farc tienen listos 1.500 guerrilleros para apoyar el desminado en el país.

Todo esto significa un avance significativo. El cronograma se cumple, no obstante algunos problemas iniciales. Mientras tanto, el país está dividido y corren por las redes mensajes alarmantes y perniciosos que atentan contra la paz.

Las fuerzas opositoras arremeten contra la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), cuando lo sensato es buscar mecanismos, con espíritu patriótico, para enderezar lo que es susceptible de mejorarse. Crecen las ofensas y las diatribas, avivadas por una mescolanza de odios, falsedades, heridas sin curar, doble moral.

Salvemos la paz. Colombia no puede regresar al pasado violento. La intolerancia y la insensatez deben vencerse con el raciocinio y el instinto de salvación.

El Espectador, Bogotá, 14-IV-2017.
Eje 21, Manizales, 13-IV-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 16-IV-2017.

Comentarios

Estupenda reflexión. La comparto plenamente y me duele que este país no aprecie los avances en esta materia. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Me parece injusto que en la bolsa de los «enemigos de la paz» quedemos los que hemos criticado los acuerdos desde el punto de vista económico, jurídico, constitucional y social; que en el comentario quedemos como gente de guerra quienes pedimos una paz con justicia social que no se ve por ninguna parte en los acuerdos, empezando porque lo que sigue enhiesto es el modelo neoliberal dentro del cual la paz con justicia social es un imposible lógico, ideológico y político. Octavio Quintero, director del periódico virtual El Satélite.

Respuesta a Octavio Quintero:
El derecho a disentir es uno de los mayores privilegios de la democracia. El modo de pensar, tanto de quienes defienden una idea como de quienes la atacan, es respetable. Lo malo son las posiciones ciegas, inflexible, apasionadas, extremistas. Nadie es dueño de la verdad absoluta. Ningún valor es inmutable. Por encima de todo, debe prevalecer el bien general. La violencia no ha traído sino odio, resentimiento, exterminio y muerte. Gustavo Páez Escobar. 

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