Vicente Landínez (1922–2013)
Gustavo Páez Escobar
Las letras de Boyacá están de duelo con la muerte súbita de Vicente Landínez Castro, ocurrida en Duitama el pasado 28 de septiembre. Se aproximaba a los 92 años de edad. Su vida transcurrió entre Villa de Leiva, lugar de su nacimiento; Tunja, donde ejerció durante largo tiempo brillante labor cultural; Barichara, adonde se trasladó en busca de reposo y meditación, y Duitama, donde pasó sus últimos años.
Al incorporar hace poco a mi página web la correspondencia que me he cruzado con mis amigos, le envié a Duitama por una mensajería (sabedor de que él no usaba el computador) la circular en que informaba dicha noticia. Vicente fue uno de mis corresponsales más preciados, y sus cartas enriquecen el espacio que dedico, con honores, al género epistolar. Me hallaba fuera de Bogotá cuando sucedió su muerte, y a mi regreso me encontré con la respuesta inmediata que daba a mi correo, un día antes de su deceso. Fue la última carta que escribió en su vida.
Maestro en diversas facetas del arte literario, lo fue con excelencia en el quehacer de escribir cartas, que él hacía con deleite intelectual, rigor estilístico y exquisitas dotes de gallardía y efusión humana. Las numerosas cartas que salieron de su pluma son preciosos ensayos literarios y filosóficos, y hoy darían lugar a no pocos volúmenes si algún editor supiera utilizar esta riqueza inapreciable.
Hace años lo visité en Barichara. En la entrada de la casona colonial, una placa de piedra identificaba el lugar con esta leyenda: “Villa Laura” (el nombre de su esposa, a quien, como cabeza de su distinguida familia, expreso mi hondo pesar por la ida del entrañable amigo de siempre). En el frontis de su ilustrada y copiosa biblioteca se leía esta inscripción: “Remedios del alma”. El universo de los libros era su refugio más seguro y más apetecido.
Con él se va el último de los grandes estilistas boyacenses, hermanado con ese otro prohombre –cantor perenne de la tierra, el paisaje y las virtudes de la comarca– que fue Eduardo Torres Quintero. Fueron dos almas gemelas que vivieron en función de la cultura, la creación artística y la apología de los valores literarios. Sus nombres integran la nómina más valiosa que ha tenido Boyacá, como ensayistas, críticos, poetas, catedráticos, historiadores y prosistas de castiza y diáfana expresión.
Vicente era miembro de la Academia Boyacense de Historia, Academia Colombiana de la Lengua, Academia Colombiana de Historia y de las Academias de Historia de Santander, Norte de Santander, Cundinamarca y Táchira (Venezuela). La Universidad Nacional de Panamá lo condecoró con la medalla Octavio Méndez Pereira por la “efectividad de su apoyo a la cultura del continente”.
En 1958 publicó su primer libro, Almas de dos mundos, al que seguirían diversos títulos, como Primera antología de la poesía boyacense, Testigos del tiempo, El lector boyacense, Novelando la historia, Estampas, Miradas y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez, Bocetos y vivencias, Síntesis panorámica de la literatura boyacense.
Su vida plena estuvo dedicada a la literatura, la cátedra y la cultura. Gran señor de las letras, las dejó plasmadas lo mismo en sus libros que en sus incontables cartas. Yo las llamo cartas-ensayo, y sobrada razón me asiste. “Hasta donde yo conozco –dijo Germán Arciniegas en su columna de El Tiempo–, no hay otro colombiano que escriba un castellano más perfecto, expresivo, elegante y jugoso como el suyo”.
El Espectador, Bogotá, 4-X-2013.
Eje 21, Manizales, 4-X-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 5-X-2013.
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Comentarios:
Permítame expresarle, en nombre de todos y cada uno de los miembros de la familia Landínez Lara, el infinito agradecimiento que sentimos por la silueta que con aprecio fraterno realizó de nuestro baluarte familiar, en el diario El Espectador, con ocasión de su súbito deceso. Supo usted, como ningún otro, comprender las dos razones de su existencia: su familia y la literatura. Con la misma delicadeza que siempre mostró en el trato a sus amigos, nos enseñó a volar, también a soñar y al mismo tiempo el valor de la palabra, haciéndonos comprender que ella es símbolo eterno de la vida y nutriente sustancia del hombre. También nos incitó a vivir y es por ello que en cada vida y sueño nuestro perdurará por siempre la huella del camino que nos enseñó. Su forma de morir fue digna y justa, lo que nos llena de gran consuelo. Vicente Landínez Lara, Medellín.
Lamento mucho el fallecimiento de Vicente Landínez Castro. Trabajé en ese grupo de Extensión Cultural de Boyacá durante los años 1964-1965 y pude conocerlo de cerca. No era solamente una pluma pulcra, sino un caballero de una gran nobleza y de una extraordinaria sencillez. Con todo lo que sabía, jamás vi que quisiera hacer sentir mal a quien no estuviese a la altura de sus conocimientos. Yo lo admiraba y lo estimaba de verdad. Jorge Mora Forero, colombiano residente en Weston (USA).
Parece que la súbita muerte, no obstante su larga trayectoria vital, es para un hombre aquilatado de méritos, como seguramente lo fue Vicente Landínez Castro, el mejor premio al que se puede aspirar y con el cual esa misma vida premia a sus mejores mortales. Gustavo Valencia García, Armenia.
Qué efímera es la vida: con menos, quizá, de veinticuatro horas de haber firmado su última carta, Vicente ya no está. Pero el color y el matiz de sus palabras también nos obligan a sentir, frente a lo efímero del tiempo cronológico, cuán maravillosa es la vida y qué importante no postergar los deseos… No postergó su respuesta, hubiera sido demasiado tarde. Marta Nalús Feres, Bogotá.
Una gran pérdida para las letras. Se va un caballero y un amigo, y nos deja su grandiosa calidad como escritor, su sencillez y una alta cifra en la amistad. Te dejó para tu alegría el regalo de la última carta escrita, muy bella como toda su obra y como su excelente correspondencia. Inés Blanco, Bogotá.