El impulso de Medellín
Gustavo Páez Escobar
Grato placer experimenta el turista al visitar Medellín, la ciudad más innovadora del mundo según el concurso organizado por The Wall Street Journal y Citigroup. Esta evidencia, que causa admiración y sana envidia, salta a la vista desde que el viajero pisa la primera calle y comienza a ver la urbe esplendorosa, ordenada, limpia y cubierta de árboles (con tres árboles por habitante).
Quienes vivimos el caos de Bogotá tenemos que inclinarnos ante el portento de la capital antioqueña, que tiene al hombre y a la naturaleza como los primeros objetivos de la vida civilizada. Así tiene que ser. Pero no lo es en muchos municipios del país.
El conductor que nos traslada desde el aeropuerto de Rionegro nos revela este hecho increíble, que luego apreciamos en todos los recorridos por la ciudad: en la malla vial no se encuentra un solo hueco. “Con tu ayuda tendremos la mejor malla vial del país”, pregonan las autoridades, al tiempo que invitan a que los habitantes reporten los huecos, para proceder a repararlos. También en Bogotá se pueden denunciar los infinitos cráteres que hacen desesperante el tránsito vehicular, pero su arreglo, cuando se cuenta con buena suerte, demora dos años.
Hay en Medellín sistemas efectivos de prevención y control que brindan grandes beneficios. Uno de ellos consiste en la construcción de obstáculos ornamentales en la parte central de las vías más transitadas, para impedir que los viandantes transiten por allí y puedan ser atropellados por los vehículos. Las cebras cumplen su oficio de facilitar el paso de la gente, y los conductores le dan preferencia al peatón. Nadie abusa del pito del vehículo: de hecho, casi no se escuchan pitos en Medellín.
La máxima velocidad permitida es de 60 kilómetros por hora en la generalidad de las vías, y de 80 en las autopistas. El carro que viole esta norma se somete a ser detectado por las cámaras electrónicas instaladas a lo largo de las vías. El infractor recibirá en su vivienda el respectivo parte, sin manera de eludir su culpa. Estas reglas rigurosas son las que forman la conciencia ciudadana.
El metro inició operaciones en 1995 y se convirtió en poderoso motor de avance social, del que carece la capital del país. Medellín no se conformó con el metro, sino que años después construyó el metrocable, sistema que llega a una de las zonas más escarpadas y marginadas, la comuna noroccidental, y se integra con el metro; además, tiene en ejecución el metroplús y el tranvía, ideados para recorrer sectores estratégicos e impulsar, entre todos, la movilidad masiva de esta urbe pujante que pasa de 2´500.000 habitantes, y de 3’500.000 con su área metropolitana.
Ahora bien, el vigor de la ciudad, nacido del propio empuje de la raza antioqueña, contrasta con el índice de pobreza que se vive en algunos sectores de la población. Duele decir que Medellín es un centro de agudas diferencias sociales. Por otra parte, subsisten aún focos de violencia que no se logran extirpar a pesar del empeño de las autoridades. Estos lunares afean la cara amable de la urbe prodigiosa.
En otro sentido, no queda duda sobre el premio que ha obtenido como la ciudad más innovadora del mundo. Medellín no se detiene, y todos los días se inventa nuevos mecanismos de desarrollo. Su sentido del progreso y la creatividad, la amabilidad de su gente, la belleza de sus paisajes, la delicia de su clima y los hitos de su cultura ancestral (expuestos en numerosos museos, bibliotecas, universidades, teatros, parques y obras históricas) impregnan el ambiente de esa sustancia mágica que hace grata la estadía e invita al viajero a regresar.
El Espectador, Bogotá, 23-VIII-2013.
Eje 21, Manizales, 23-VIII-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 24-VIII-2013.
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Comentarios:
Medellín es una ciudad ampliamente discriminada, quizá la mayor en ese sentido en Colombia. Del sur hacia el centro es arbolado y muy bonito (la parte de los ricos), del centro hacia el norte es pobre y marginal (la parte de los menos favorecidos). Las montañas ocupan una población inmensa en la que la pobreza avanza de manera dramática. Sergio Almirón.
Tuve la necesidad de asistir a una cita médica en el hospital Pablo Tobón Uribe, y durante mi estadía vi aterrada cómo al metro de Medellín, orgullo paisa, le quedaron debiendo algún medio para subir ese mundo de escaleras. En su lugar encontré el hospital de lujo Pablo Tobón Uribe. Consultorios hermosos, una cafetería de lujo, y lo mejor, un personaje de talla mayor, el hepatólogo Juan Carlos Restrepo Gutiérrez. Qué gran persona, de condiciones humanas envidiables. Yanira Araque.
¿Por qué no se da una pasada por las zonas más abandonadas y deprimidas, violentas e inseguras, esas que no salen en las publicaciones de autopromoción? Estas oleadas de elogios y aplausos no le sirven a la ciudad. Por el contrario, engordan un ego paisa ya de por sí bastante inflado, y ocultan cada vez más en el fondo una realidad que los políticos de turno no quieren dejar ver, para su beneficio. Novecientoscuatro (correo a El Espectador).
Aunque el orgullo paisa a veces se confunde con un narcicismo regionalista, las palabras de este artículo son inspiradoras y un descanso hacia tantos comentarios negativos que leo en los foros y en la red, donde se ve un odio que me entristece, por parte de personas de otras regiones, especialmente de Bogotá. Franz Santiago Suárez Lopera.
Medellín hace todo el esfuerzo por salir adelante. A pesar de las dificultades que nunca faltan, el progreso se nota día a día y cada vez se avanza más. Jaimeur (correo a El Espectador).