De Armenia a París
Por: Gustavo Páez Escobar
Me encanta la gente sencilla que triunfa en la lucha de la vida. Los caminos del triunfo están abiertos a todos, pero el éxito verdadero solo se consigue con el esfuerzo cotidiano, el sacrificio a veces desgarrador y una gran paciencia. Son luchadores secretos que no se arredran ante las dificultades y prosiguen la marcha a pesar de las caídas y las inequidades del destino.
Esta es la historia de Álvaro Pérez Franco, un colombiano residente en París hace 24 años. Cuando yo era gerente del Banco Popular en Armenia, Álvaro ingresó a la institución con el cargo de mensajero, como debían hacerlo los empleados nuevos, quienes además debían ser bachilleres. Se trataba de un muchacho despierto, analítico y con excelente ánimo laboral.
De entrada demostró idoneidad, y más adelante obtuvo el primer ascenso. Gracias al rendimiento que ofrecía, en poco tiempo llegó a niveles superiores. Un día se salió del montón y ocupó su primera jefatura de sección. Hallándome ya en Bogotá, supe que el eficiente colaborador se había retirado de la entidad, con cerca de 20 años de servicios, y se había vinculado con una empresa de Pereira.
Hace un año vine a conocer su ubicación en París. Él mismo me escribió a raíz de un artículo mío que leyó en El Espectador, y por él supe de la serie de penalidades que había tenido que sufrir para lograr su residencia en Francia. Pienso que el antiguo empleado de la banca habría escalado posiciones más importantes si no le hubiera puesto fin a su carrera. Lo hizo en busca de mejores horizontes. A esto se sumaba su separación conyugal, que le abatió el ánimo.
Se echó al bolsillo algunos ahorros y se embarcó para París. Siempre había soñado con la Ciudad Luz y creyó que llegaba el momento de conocerla y forjarse allí su porvenir. Propósito atrevido y azaroso, si ignoraba el idioma, carecía de amistades y no tenía ningún vínculo laboral en aquel país. Para ganarse la vida, tuvo que lavar platos en restaurantes, asear oficinas y desempeñar otros oficios menores.
Esto no lo atemorizó. Lo importante era comenzar. Se decía que algún día triunfaría. Allanó la barrera del idioma con un diccionario de francés debajo del brazo, en incesantes jornadas por las calles parisienses, donde consultaba cuanta palabra leía en los avisos comerciales. Por las noches, se dormía escuchando la radio: así afinó el oído hacia la lengua extraña. Después hizo un curso de francés.
Progresaba a marchas forzadas, pero sus compañeros de labores le decían que no conseguiría un cargo administrativo, ya que estos estaban reservados para los franceses, y le aconsejaban que aprendiera a pintar casas, pegar ladrillos y levantar muros, como fórmula para salir de los oficios humildes que desempeñaba y ganar más dinero. Pero él no había nacido para ser maestro de construcción.
Pasaron los años de la lucha más atroz que había conocido jamás, y un día logró la primera oportunidad para acceder a un cargo administrativo. Alguien se fijó en sus capacidades y le facilitó la llegada a la vida empresarial. Ese día se emocionó con lágrimas de alegría, al saber que su meta iba a realizarse. El círculo de sus amigos había crecido, se había vuelto lector infatigable, escribía artículos para las redes virtuales. Y en secreto elaboraba poemas, que algún día recogerá en un libro.
Mi antiguo colaborador de la banca se desempeña, desde hace diez años, como agente administrativo en el hospital de Montreuil, en la zona metropolitana de París. Historia edificante la suya. Dio el gran salto que pocos dan –de Armenia a París–, y así coronó su sueño ideal. Hoy, a sus 64 años, vive feliz en la urbe fantástica. En poco tiempo saldrá jubilado de la vida laboral francesa. Como cruel ironía, no ha conseguido que el Seguro Social de Colombia le reconozca la pensión de jubilación por más de 20 años trabajados en el país, ya que no aparece registro de sus cotizaciones, la gran mayoría efectuadas por conducto del Banco Popular. Esto no lo entiendo.
“Tuve que buscar la superación –me confiesa–, y gracias a mi sentido de lucha personal he saboreado innumerables satisfacciones”.
El Espectador, Bogotá, 7-XII-2012.
Eje 21, Manizales, 8-XII-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 8-XII-2012.
El Velero, Cooperativa del Banco Popular, edición 35, junio/2014.
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Comentarios:
Buena nota sobre Álvaro, persona que conocí en Armenia. Su perfomance parece la de un personaje de la novela de Santiago Gamboa: «El síndrome de Ulises», que retrata la vida de colombianos en los años sesenta en París. Alpher Rojas, Bogotá.
Conmovedora e ilustrativa vida de Álvaro Pérez Franco. Mis más sinceras felicitaciones a su pluma, sensible escritor. Esteban Quiroz, Perú.
Maravilloso sentido de superación, y mejor aún es la divulgación de esa vida admirable. Eso es lo que debe hacerse conocer. Humberto Escobar Molano, Villa de Leiva.
Es admirable la lucha de este colombiano, y lo más lindo es el reconocimiento que le hace la columna. Estas personas son héroes de la vida, de la lucha diaria que se triplica cuando se va a otro país, con otra lengua y otras costumbres. Cuando se tiene que volver a empezar de cero. Héroes, porque no botan la toalla y se devuelven, porque tienen casta y se enfrentan al toro que es ese otro mundo, esa otra cultura, esa otra gente. Colombia Páez, columnista de El Nuevo Herald, Miami.