Pasaporte al infierno
Por: Gustavo Páez Escobar
Lady Johanna Bárcenas Alzate nació en Pasto hace 27 años. Trasladada la familia a Cali, allí terminó el bachillerato. Vivía en una casa modesta del barrio Nápoles con su mamá y su hija, a quien tuvo a la edad de 15 años y sufría el síndrome de Down.
Ellas tres eran las integrantes de la familia y sufrían una difícil situación económica. Al no contar con la presencia del jefe del hogar, a Lady Johanna le tocó hacer el oficio del hombre, aunque de manera precaria, ya que no estaba preparada para ejercer una posición rentable. Con el tiempo se volvió vendedora de perfumes, oficio que aunque le dejaba algún rendimiento, no le proveía una subsistencia digna. En esta actividad conoció la miseria de las calles y sufrió hambres y tristezas.
Un día apareció con la noticia de que viajaba a China a traer mercancías. Lo cual parecía razonable. Esto fue en proximidades de la Semana Santa. No suministró mayores datos, pero se mostró optimista con el plan que traía entre manos. Dejó traslucir que ganaría buen dinero, ya que los productos chinos tenían mucha demanda y le permitían obtener buenas utilidades.
Lejos estaba Ana, su madre, de sospechar que su hija se había metido en negocios oscuros. A paso lento y cercada por las necesidades, la vendedora de perfumes había llegado a la mafia de las drogas. Esta se encargaba de entrevistar a mujeres que como ella, bajo el apremio económico y la ilusión de ganarse una buena cantidad de dinero, aceptaban cargar en sus cuerpos pequeñas remesas de cocaína y otras sustancias ilícitas. Así, ingresó a la triste condición de “mula”, halagada por el ofrecimiento de treinta millones de pesos que le hizo un ciudadano español, miembro de ‘Los Comba’, por transportar dos kilos de coca a China.
Él le garantizó que esa actividad era segura. Mientras tanto, la mujer repasaba su penuria, con una hija enferma y con necesidades agobiantes que no lograba atender. Y aceptó el papel de “mula”. Creyó que también ella, como otras que realizaban el mismo oficio, “coronaría” cada viaje con los jugosos pesos que le reportaría su labor.
Como primer paso, adquirió ropa interior dos tallas más grandes que las que usaba. Los miembros de la organización la asesoraron en el trámite del pasaporte y los otros requisitos del viaje. En Sao Paulo (Brasil) recibió unos pantis llenos de coca, la que no sería detectada debido a su recubrimiento con látex, según se lo explicó la persona que la contactó. Ella no entendía nada de eso, pero estaba tranquila. Y feliz por poder solucionar por ese medio sus ahogos económicos.
En China vino a abrir los ojos a la realidad, cuando la Policía sospechó que algo encubría, debido al poco equipaje que llevaba y a la insuficiencia de los 1.000 dólares que portaba para pagar la estadía de diez días en lujoso hotel cuya tarifa era de 325 dólares diarios. Una agente intuyó que cargaba droga y le ordenó quitarse el abrigo, lo que puso al descubierto los dos kilos de coca camuflada en su ropa íntima.
Llevada a la cárcel, argumentó que le llevaba un millón de pesos al dueño de la remesa. Esto le evitó la pena de muerte, pero fue condenada a cadena perpetua. En China el tráfico de narcóticos se castiga con medidas muy rígidas. Otras 67 colombianas estaban presas por el mismo delito. De ellas, varias serían ejecutadas, otras estaban sentenciadas a cadena perpetua y las demás pagarían cárcel entre 15 y 25 años.
Así terminó Lady Johanna su sueño y arruinó su existencia. Ojalá este caso dramático sirva para alertar a otras mujeres ingenuas que al igual que ella se dejan sugestionar por los espejismos de los paraísos artificiales y caen en los precipicios de la fatalidad.
El Espectador, Bogotá, 19-X-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 20-X-2012.
Eje 21, Manizales, 2º-X-2012.
Aristos Internacional, n.° 33, Alicante (España), julio/2020.
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Comentarios:
Es triste, es lastimoso, no por ella sino por su madre y su hija. Ella sabía lo que estaba haciendo y seguramente hizo caso omiso a los letreros que hay en los aeropuertos de entrada que advierten que el narcotráfico se castiga con la pena de muerte. Y pregunto: ¿por qué no implantamos estas leyes en Colombia? Si tanto nos preocupamos y queremos a nuestros hijos y nietos, sería la única forma de salvarlos. gato07 (correo a La Crónica del Quindío).
Esta no es la tragedia de unas pocas mujeres o personas, es la aberrante situación que genera la sociedad de esta republiqueta, la tercera más inequitativa del mundo, un sistema socioeconómico excluyente que condena a sus gentes humildes a la precariedad, al rebusque como forma de vida, a la informalidad laboral que impide acumulación de dignidad, de perspectivas y expectativas de vida, de ahorros para poder cimentar el futuro. Estetoscopio (correo a El Espectador).
Lástima que muchos quieran perder la ingenuidad a cambio de vivir en la desgracia. Sí, perder la ingenuidad por medios coercitivos, manipulaciones, ambiciones y demás: no ven, ni oyen, ni entienden las experiencias cotidianas, los pedidos del periodismo sano, los llamados de las autoridades, las sabidurías populares, como aquella: «de eso tan bueno no dan tanto». heliodoro escudero (correo a El Espectador.
Es por culpa de esta clase de personas que los colombianos estamos estigmatizados y en muchas ocasiones es una vergüenza presentar nuestro pasaporte en algunos aeropuertos del mundo. Yo ya he sido molestado no solo en aeropuertos internacionales sino igualmente al llegar y salir de Bogotá. He tenido que someterme a interrogatorios y a requisas que han lastimado mi ego. Álvaro León Pérez Franco, colombiano residente en París.
Con inmensa tristeza leí este artículo. Sobre todo porque mis ancestros son de tierra pastusa. Simplemente consideré esta tragedia como familiar. Sería interminable la lista de presos, tanto mujeres como hombres, por tráfico de drogas en todas las cárceles del mundo. Es muy fácil juzgar, pero nadie sabe con la sed que otro vive. Yo imagino a Lady Johanna en una cárcel de China, completamente aislada, sin entender nada y con una tristeza que parte el alma, pensando en la familia. ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué suceden estas cosas? A veces no hay respuestas para tragedias tan devastadoras para un ser humano. Luis Quijano, Houston (USA).