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Un ala histórica

jueves, 31 de octubre de 2013

Gustavo Páez Escobar

Hace cuarenta años sucedió el primer accidente aéreo en Armenia. Es el único que ha ocurrido allí. En aquella época sólo volaban en la región avionetas de Aerotaxi, de capacidad muy reducida.

Yo debía viajar a Bogotá, con mi esposa y los tres hijos, en la avioneta accidentada,  para asistir al día siguiente (17 de diciembre de 1971) al matrimonio de un hermano mío. Y había adquirido los tiquetes con suficiente anticipación. De pronto, por una de esas corazonadas que a veces suelo sentir, me dio por adelantar un día la fecha del viaje.

El gerente de Avianca me manifestó que eso era muy difícil, ya que todos los vuelos estaban copados. De todas maneras, me avisaría si a última hora alguien cancelaba el viaje. La llamada se produjo faltando pocos minutos para las seis de la tarde. Me volvió entonces el alma al cuerpo (presionado como estaba por aquel presentimiento que me tenía intranquilo): un viajero acababa de dejar disponibles los puestos precisos para que toda mi familia pudiera viajar un día antes.

Desde Bogotá llamé por teléfono a mi secretaria, y al otro lado de la línea escuché un grito prolongado e indefinible. En medio de mi desconcierto, no acertaba a saber qué sucedía. Mi secretaria, llena de terror, balbuceaba palabras inconexas. Cuando al fin logré que se serenara –y con dificultad se convenció de que no hablaba con un muerto–, me contó que momentos antes se había accidentado la avioneta y habían perecido todos sus ocupantes.

A esa hora mi nombre y los de mi familia corrían de boca en boca por toda la ciudad. Las emisoras no cesaban de transmitir la trágica noticia. Sin embargo, nosotros éramos los únicos que nos habíamos salvado de la lista siniestra, donde figurábamos a pesar de la cancelación de los cupos para aquel día.

Después se sabrían varias historias insólitas. En la misma nave pensaban viajar Ómar Giraldo Ramírez, exalcalde de Armenia, junto con Óscar Jaramillo, José Mejía y otros conocidos hombres de negocios, a las exequias de Mario Jaramillo Uribe en Bogotá. Al no obtener cupo en Aerotaxi, contrataron una avioneta expresa, y también se salvaron.

El comerciante bogotano Jaime Francisco Velilla, de visita en Armenia, iba a viajar esa noche por el aeropuerto de Pereira, atendido por modernos aviones jet, pero como le urgía llegar a Bogotá, lo hizo por el de Armenia y encontró la muerte. Un joven de Sevilla, hijo de un carpintero, estaba feliz con el regalo del tiquete aéreo que con esfuerzo le había prometido su padre para cuando obtuviera el grado de bachiller. Era el primer viaje que hacía por avión, y la muerte le truncó la dicha.

Inés de Hincapié tomaba clases de pintura con mi esposa, y se alegró al saber que viajarían las dos en el mismo vuelo. Iba acompañada de su hijo, el arquitecto Carlos Hernando Hincapié, a quien su novia se quedó esperando en Bogotá para la ceremonia del compromiso matrimonial. La ironía del destino determinó que en  la autopista que conduce a la zona de los cementerios del norte, nos cruzáramos, mi esposa y yo, con el cortejo fúnebre del capitán Sánchez Roa, piloto de la nave.

La frágil avioneta se accidentó a dos minutos del aeropuerto El Edén y cayó sobre la hacienda El Cabrero, célebre en la región. Al tratar de buscar la pista debido a la falla de un motor, la nave perdió el equilibrio y se precipitó a tierra. Un ala salió disparada por el aire y llegó hasta el Club Campestre, situado a corta distancia del aeropuerto. Allí se levantó un monumento con el ala mirando al cielo, que evoca  esta página luctuosa en la historia del Quindío.

Dentro de los designios inescrutables de la muerte, toda una familia se salvó de milagro, gracias a Dios, aquel 16 de diciembre. Días atrás había publicado mi primer libro, Destinos cruzados, y me faltaba mucho camino por recorrer en el campo de las letras. Mi hijo varón tenía diez meses, y las dos hijas eran unas niñas que despertaban a la vida. Todo un semillero de esperanzas, como los verdes campos del Quindío con sus cosechas en flor y sus agraciadas chapoleras.

La muerte es un visitante repentino e insospechado, que llega cuando menos se espera y clausura a veces los mejores sueños. El destino anda en contravía es el título de un libro del escritor quindiano Euclides Jaramillo Arango. Por su parte, Julio Flórez anota: “Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!”.

El Espectador, Bogotá, 9-VI-2012.
Eje 21, Manizales, 8-VI-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 9-VI-2012.

* * *

Comentarios:

Magnífico relato. Me acuerdo además que en ese viaje pereció la esposa del dueño del almacén Don Mario, quien ese día se ganó la lotería de Manizales, hecho que dio lugar a que el ingenio maligno de algunos paisanos hiciera circular chistes macabros. Óscar Jiménez Leal, Bogotá.

Tremendo, impresionante testimonio. Yo me salvé de la misma manera, pues iba a viajar en el vuelo de Avianca que terminó trágicamente cerca del aeropuerto de Madrid, a finales de 1983. En ese accidente murieron muchos valiosos intelectuales latinoamericanos, entre ellos Ángel Rama, Martha Traba y Manuel Scorza. Yo me quedé en París y a la mañana siguiente me llamó un amigo para darme la espantosa noticia. Carlos Vidales, Estocolmo, Suecia.

Me quedo sorprendida por los hechos que narras. Sí, tienes razón: al corazón hay que ponerle atención, muchas cosas se pueden o se podrían evitar si las personas escucháramos esa voz interior o premonición que anuncia, por lo general, cosas no muy buenas. Gracias a tu intuición salvaste la familia y el futuro de todos. Inés Blanco, Bogotá.

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