Honores al novelista de Tuluá
Por: Gustavo Páez Escobar
Gustavo Álvarez Gardeazábal está en la edad de recibir honores. Su obra consta de veinte libros y más de mil artículos de prensa o ensayos. El género que más lo distingue es el de la novela, en el que ha publicado trece títulos.
A los 65 años de edad y a los 40 de la publicación de Cóndores no entierran todos los días –su novela más destacada–, la Universidad del Valle le otorga el doctorado honoris causa en Literatura que le será entregado el 14 de mayo en el salón Rentería del Hotel Guadalajara de Buga.
Antes de dicho evento, la misma Universidad del Valle organizó en su sede de Buga un coloquio sobre los 40 años de Cóndores, con presencia del autor. Este, por otra parte, ha recibido en su finca El Porce a estudiantes de las universidades Javeriana y Católica para intercambiar puntos de vista sobre su obra cumbre. Si León María Lozano, jefe de los “pájaros” y el cóndor mayor de la violencia en el Valle, estuviera vivo, se sentiría honrado con que alrededor de su memoria se realizaran estos actos académicos.
Pensará León María, en su hondísima tumba (si es que todavía existe), que él no nació para los alamares de su paisano el escritor, sino para ser matón en la violencia tenebrosa de los años 50, pero aun así se sentirá grato con quien se ha encargado de perpetuar su nombre siniestro en el recuerdo de las futuras generaciones.
Además, la Editorial Grijalbo publicará dicha novela en edición de lujo y con patrocinio de Compensar, Comfenalco Valle, Interaseo y Electra. Que no será superior –pienso yo– a la bella publicación que poseo de Ediciones Destino (Barcelona) con la que se divulgaba esta obra ganadora, en 1971, del Premio Manacor, hecho que llevó al novelista, que apenas contaba 25 años, a las cimas de la fama.
En esta serie de homenajes a Álvarez Gardeazábal se suma el de la Editorial Panamericana, que le reeditará El bazar de los idiotas, y el de la Universidad del Valle, que hará lo mismo con La tara del Papa. Obras que desde ya despiertan el interés de los asistentes a la Feria Internacional del Libro que está próxima a abrir sus puertas en Bogotá.
Con toda razón mi ilustre amigo, a quien el mundo se le vino encima con esta profusión de agasajos, me escribe lo siguiente: “Aunque cuando lleguen esos homenajes uno comienza a oler a gladiolo, aspiro a sobrevivir a tanto honor”. Claro que pasará la prueba de esta que pudiera llamarse una encerrona de la fama. Son de esos sucesos laudatorios en la vida del escritor de renombre que este no puede rehusar, ya que es autor de su propio destino en el camino que escogió de las letras, que ya no puede abandonar por más que quisiera.
Con este bagaje literario, Álvarez Gardeazábal ha llegado no tanto a la que algunos llaman con eufemismo la edad dorada (sinónimo de vejez), sino a la cumbre de su obra combativa y valiosa. Cóndores es fiel retrato de la violencia colombiana en aquellos años nefastos y como tal se encuentra unida a este memorable proceso histórico. Todas sus novelas son de denuncia y contienen aguda certeza para combatir a los gamonales de los pueblos y desenmascarar las taras sociales o los excesos religiosos. Bien se merece el novelista estos reconocimientos que por lo pronto lo desquician, pero que habrán de fortalecer su espíritu luchador y creativo para nuevas realizaciones.
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Un esquivo honoris causa. Este caso me hace recordar el honor que hace ya largo tiempo me otorgó el rector de la Universidad del Quindío al anunciarme que me había sido conferido el mismo título que ostentará mi tocayo: doctor honoris causa en Literatura. Muerto de la pena, le rogué que me dispensara de aceptar la distinción debido a los nexos estrechos que mantenía con la Universidad como gerente del Banco Popular. Era cuestión de ética en mi ejercicio bancario. El rector me entendió. Y yo casi soy doctor.
Eje 21, Manizales, 16-IV-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 16-IV-2011.
El Espectador, Bogotá, 17-IV-2011.
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Comentarios:
La bellísima nota que has escrito sobre mi jubileo me abruma como a niñito de escuela recibiendo medallas y felicitaciones. Gardeazábal, Tuluá.
Cóndores es una de esas lecturas que impactan y que por ello permanece incólume su recuerdo, con mayor razón cuando a nuestra generación le correspondió vivir esa violencia de la nefasta década de los años 50 y el estertor de los 40. Los merecidos homenajes que recibirá el maestro Gardeazábal son consecuencia de una vida dedicada a su arte literario, que impregna de ese valor civil que se destaca en su personalidad, de hombre franco y valeroso. Gustavo Valencia G., Armenia.
Qué bueno ese doctorado honoris causa para GAG, y qué buena tu crónica. Rescato sobre todo de ella la escueta y preñada narración de por qué no eres tú también doctor honoris causa, qué concepto tan ético de la vida el que ahí se revela. Te cuento que yo pasé por una experiencia no homologable, pero sí parecida, en el 2006, estando de vacaciones en mi ciudad natal. Te copio los dos fragmentos de mi diario que relatan el hecho. Ricardo Bada, Colonia (Alemania).