Fortaleza ante el dolor
Por: Gustavo Páez Escobar
Extraordinario ejemplo de valor y serenidad dio María Zulema Vélez ante la muerte trágica de su esposo, Juan Luis Londoño, ministro de Protección Social. El país presenció por televisión las imágenes que mostraban el reposado ambiente hogareño durante los días de la desaparición de la avioneta, y admiró el porte y el equilibrio admirables con que la distinguida dama, al igual que sus hijos y toda la familia, manejaron la tensión del hogar y su propia angustia, frente a la agobiante probabilidad del desastre aéreo. Cuando se conoció la noticia fatal, la esposa del ministro salió de su residencia, en forma espontánea, para contestar las preguntas de la prensa y agradecer los gestos de solidaridad de los colombianos.
En medio del dolor que la conmovía, la vimos y oímos ante las cámaras de televisión con rostro dulce y lenguaje sosegado. El llanto lo cambió por palabras gratas ante la suerte del matrimonio feliz que había tenido, y de exaltación del gran promotor de las principales reformas sociales realizadas en los últimos años:
“Yo soy una mujer extremadamente afortunada porque tuve la oportunidad de vivir con el hombre más maravilloso. La solidaridad que he tenido de parte del pueblo colombiano me enternece; me llena de alegría el saber que el paso de Juan Luis no fue en vano».
Ni su semblante ni sus palabras eran de tristeza, y acaso pudiera pensarse que nada siniestro había ocurrido. Ni una lágrima, ni un lamento, ni la voz quebrada por la emoción, ni la menor inconformidad con el destino cruel se manifestaron en esos instantes de suprema congoja.
Por el contrario, con sutil sonrisa –la misma sonrisa mágica con que el ministro encaraba todos los retos y nunca se dejó ganar por los contratiempos– María Zulema transmitió un mensaje de paz y optimismo, de energía moral, de afirmación de los valores, de confianza en el país y de aplauso a los buenos ciudadanos. La que debía estar más afligida, y sin duda lo estaba en la intimidad de su alma, mostraba ánimos para seguir trabajando por Colombia. Difícil encontrar mayor aplomo y lucidez en momentos de tanto desasosiego interior.
Mientras la mayoría de las viudas se silencian y se dejan abatir por la pena, María Zulema mantuvo el control absoluto de sus sentimientos y de su mente. Sus palabras cálidas por la radio y la televisión, lo mismo que su sorprendente compostura en los funerales, levantan el ánimo nacional en esta época de infortunio y luto que gravita sobre la vida colombiana. Su actitud fortificante le dice al país que, a pesar de la racha de terrorismo y de reveses continuos que sacuden la paz pública, no podemos detenernos ni rasgar las vestiduras.
Ministro estrella del actual gobierno, Juan Luis Londoño fue quien más avances populares había logrado. Su simpatía y poder de convicción le hicieron ganar reñidas batallas parlamentarias, en las que se pusieron en marcha los resortes para la generación de empleo, el nuevo régimen pensional y la ampliación de la cobertura de salud. Duele que la muerte súbita deje trunca esta brillante carrera de servicios al país, en el mejor momento de su producción. Pero tenemos que resignarnos ante los azares de la vida.
El ex ministro Luis Fernando Ramírez, quien junto con él sacó adelante la ley 100 de 1993, lo define de manera perfecta: «Era una combinación bonita del cerebro educado en Harvard, con el corazón de un niño». Talento excepcional: así se le califica en el campo académico y en las esferas oficiales.
Quienes más cerca estuvieron de él destacan los principales rasgos de su personalidad: risueño, informal, acelerado, creativo, trabajador incansable, luchador obstinado, alma sensible ante la suerte de los humildes.
Su carácter tiene ahora cabal prolongación en María Zulema, su privilegiada compañera de 22 años de unión matrimonial, y en Daniela, Juliana y Juan Felipe, sus hijos promisorios. El inmenso vacío que deja su ausencia lo llenará el recuerdo del ser prodigioso que sembró en los suyos la parábola del amor y la ternura. Al país le entregó el esfuerzo del trabajo creador y la esperanza de la solidaridad social.
A la viuda valerosa sólo se le vio enjugar una lágrima furtiva cuando salió a recibir el féretro en la cámara ardiente del Capitolio Nacional. No ignora ella que la muerte es parte de la vida y que Dios está por encima de la desesperación. Estas son palabras suyas de honda sabiduría: “Uno puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. Pero yo siempre trato de verlo medio lleno». Con esta clara actitud ante la vida, le dice al país: Hay que seguir viviendo. Hay que ayudar a Colombia. Hay que enarbolar las banderas sociales de Juan Luis Londoño.
El Espectador, Bogotá, 20-II-2003.