Crónicas quindianas
Por: Gustavo Páez Escobar
Después de mi regreso de Armenia a la ciudad de Bogotá, que cumple 28 años, han surgido diferentes figuras en el campo de las letras quindianas, que poco a poco he venido asimilando a través de los libros que me llegan de la región. Una de esas figuras es Libaniel Marulanda Velásquez, natural de Calarcá, quien a través de perseverante labor ha ganado sólido prestigio en los géneros del cuento y la crónica. Por otra parte, es gran aficionado a la música y como compositor ha escrito numerosas canciones que le dan renombre en el repertorio quindiano.
Esta combinación de las letras y la música resulta en verdad fascinante para el creador imaginativo que es Libaniel Marulanda, y que vive en función del arte para ennoblecer y dulcificar la existencia. El año pasado publicó el libro que lleva por título Crónicas quindianas, compuesto por 36 trabajos de grato sabor sobre personajes de la región salidos de diferentes actividades y capas sociales, que dibujan una semblanza de la tierra cafetera. A través de la gente se retrata el alma de los pueblos, y esto es lo que hace Libaniel Marulanda con estos prototipos de la sociedad, situados sobre todo en los municipios de Armenia y Calarcá.
Prosas ágiles y atractivas las suyas, que cumplen con el requisito de la esmerada factura gramatical y el buen estilo. Ellas tienen la virtud de rescatar con gracia y penetración sicológica episodios memorables movidos por protagonistas singulares. Por estas páginas desfila gente de las letras, la radio, la música, el periodismo, la ciencia o la política, y también seres comunes que han dejado rastros perdurables en el proceso histórico de la comarca. Sin embargo, solo el ojo avizor del buen escritor –oficio que Libaniel Marulanda cumple a cabalidad– logra salvar del olvido o la abulia estos capítulos dignos de pasar a la historia.
Cumple el autor con la tarea de convertirse en historiador del tiempo. Esa es la misión y el compromiso del escritor. En este caso, no solo están las amenas crónicas perfiladas al paso de los días (y varias de ellas publicadas como trabajos periodísticos en La Crónica del Quindío), sino los atinados cuentos donde recupera, a través de lo que puede llamarse la ficción histórica, perfiles memorables de la vida parroquial. El cuento es, o debe ser, recurso inapreciable que, partiendo de la microhistoria, puede convertirse en eslabón para plasmar la historia de los pueblos.
Cronista y cuentista se entrelazan aquí para trasladar a otras generaciones lo que ha acontecido en el Quindío en la segunda parte del siglo XX y comienzos del XXI. Los lectores del mañana encontrarán en estas Crónicas quindianas, lo mismo que en la obra Al son que me canten cuento (para solo referirme a los dos últimos libros de Libaniel Marulanda) perfiles agudos sobre personas destacadas o actores pintorescos de la región.
El volumen de crónicas adquiere mayor notoriedad con la serie de caricaturas que adornan cada uno de los capítulos de la obra. Rasgos que aparte de definir al personaje en forma precisa –casi como si se tratara de una foto al natural– ofrecen novedosos enfoques sobre ciertas señales externas que se convierten en distintivos personales de la gente reseñada. Observo que en Calarcá existe una magnífica escuela de comunicación gráfica –Taller Dos– de la que hacen parte Jairo Álvarez, Carlos Cardona, Iván Felipe Gutiérrez y Felissa Baena, plumas maestras que le dan realce a las crónicas del escritor.
Y al libro se le ha puesto música. Es la música, a ritmo de acordeón, que el cronista Marulanda lleva en el alma para ambientar los paisajes externos e interiores de sus personajes. Todo está concatenado en forma admirable para forjar este exquisito libro sobre el menudo o gran acontecer quindiano, que vivimos todos los días y en las más variadas circunstancias, y no siempre sabemos apreciar.
Bogotá, 28-VII-2011