Ante todo, la patria
Por: Gustavo Páez Escobar
El ex presidente Andrés Pastrana, uno de los opositores más pugnaces del Gobierno, línea que se proponía fortalecer en estos días, ha dado un viraje sorpresivo al aceptar la Embajada de Washington. Cae de perlas la frase de Talleyrand: «La oposición es el arte de estar en contra tan hábilmente que, luego, se pueda estar a favor».
Este acontecer político ha provocado un terremoto en la opinión pública Los que están a favor y los que están en contra podrían medirse por partes iguales. La noticia, por tanto, ha polarizado a Colombia. Los críticos de Pastrana (entre quienes hoy se cuentan antiguos amigos suyos) no entienden cómo el líder conservador pasa de repente a las filas gubernamentales, cuando el día anterior se oponía a la reelección inmediata y a la política hacia los paramilitares
En cuanto al primer punto, Pastrana aduce que su manera de pensar no va a cambiar por el hecho de hacer parte del Gobierno. Así se lo expresó a Uribe como condición para asumir el cargo, y él aceptó esa actitud. En cambio, como embajador le corresponde buscar respaldo para la Ley de Justicia y Paz, con la que se pretende desmovilizar a los paras y reinsertarlos a la vida civil.
Ahora debe apoyar lo que antes reprobaba. Debe convencer a las autoridades de Estados Unidos, a bancadas adversas del Congreso, a la prensa y las Ong de que el mecanismo es bueno. Hay muchos ojos puestos en este estatuto que despierta dudas y suspicacias en diversos sectores de Colombia y del mundo. Hoy el terrorismo es un fenómeno universal, y así se le trata para defensa de toda la humanidad.
En política todo es cambiante. Nada es fijo. Esto lo saben muy bien los políticos, expertos en toda clase de maniobras. Por eso, no debería existir tanta sorpresa cuando se salta de un extremo al otro, como ha ocurrido en este caso. Ahora las reglas de juego son diferentes: se han movido en otra dirección las fichas del ajedrez. Es preciso concebir jugadas audaces para seguir en el tablero y no perder el partido.
Pastrana, que no ignora los tejemanejes del poder y los intríngulis de la condición humana, ha sabido enfrentarse al toro bravo de la oposición, que ahora lo embiste a él. Y ha procurado dar explicaciones sensatas para que se entienda su actitud patriótica. Ciertos periodistas y políticos obsesivos, con buena memoria para no olvidarse de algunos episodios nublosos, le reprochan su tolerancia con la guerrilla y el avance de la subversión.
De las declaraciones que el ex presidente ha formulado, la que debería ser la más valedera es quizá la que menos se ha tenido en cuenta: que su intención es prestarle un servicio útil a Colombia en el campo de la diplomacia, que es el que más domina, y en el que ha dado pruebas fehacientes de hábil estratega. Manifiesta que con esa mira piensa ante todo en la patria. ¿Por qué no creer en sus palabras?
La patria está por encima de los partidos. En eso deberíamos pensar los colombianos en momentos como los actuales que requieren la presencia de alguien calificado para remplazar a Luis Alberto Moreno, funcionario que cumplió imponderable tarea como embajador ante la Casa Blanca, gracias a cuyo desempeño ha conquistado la presidencia del BID.
No es sino retroceder unos años y nos encontramos con el sensible deterioro de nuestra credibilidad ante Estados Unidos, debido a la infiltración de dineros corruptos en la campaña del ex presidente Samper. Resquebrajadas por ese hecho las relaciones con nuestro aliado más importante, los perjuicios que recibió Colombia fueron considerables. El país perdió mucho terreno con esa coyuntura desastrosa, y recuperarlo no fue asunto de poca monta.
Fue Andrés Pastrana quien logró el rescate de la imagen nacional, primero con el nombramiento de Moreno en la Embajada y luego con la adopción de una serie de medidas y acciones de alta diplomacia, que hicieron reconquistar con creces el camino perdido. ¿Por qué, entonces, poner en duda que el mismo artífice de esa destreza puede cumplir brillante papel, a la altura de su antecesor, en tan delicado encargo?
En lugar de darle garrote al ex presidente Pastrana con críticas acerbas, lo que se necesita es darle la mano. Una cosa es el Caguán y otra la diplomacia internacional. Limar odios y pasiones sectarias, cuando de lo que se trata es de mantener en alto el nombre de Colombia ante la mayor potencia del mundo, debería ser la consigna de la hora.
El Espectador, Bogotá, 9-VIII-2005.