El triunfo de la esperanza
Por: Gustavo Páez Escobar
El voto que la mayoría de los colombianos, con claridad inequívoca, depositó por el doctor Álvaro Uribe Vélez en las pasadas elecciones, es un voto de esperanza por la rehabilitación del país. Hastiados del odio entre hermanos y del deterioro social nacido de la pasión sectaria, esta vez los colombianos antepusieron el bien de la República a la supervivencia de los partidos. Por eso elegimos al doctor Uribe Vélez, una carta de salvación con la cual nos jugamos, quizá, la última posibilidad que aún nos queda para salir del naufragio.
En el subconsciente más oculto del optimismo nacional, que permanecía dormido como consecuencia del embrutecimiento gradual a que nos ha arrastrado la politiquería, surgió la misma voz desesperada que clamó en el pasado: «No más política y más administración». Por desgracia, a esos gritos de la razón no suele hacérseles caso a tiempo, tal vez porque el colombiano es por ancestro un animal político.
En medio de la gran frustración que sufre el país a merced de un gobierno débil como el actual, cercado por las guerrillas y cada vez más impotente para conseguir la tranquilidad pública y remediar el sinfín de calamidades sociales que nos agobian, se escuchó una voz patriótica y serena, aislada de ataduras políticas, que proponía un mandato de autoridad con «mano firme y corazón grande». El pueblo creyó en él y por eso lo buscó como su redentor.
Cuando el futuro Presidente comenzó a surgir en el juego de las probabilidades electorales, apenas lo conocía un cuatro por ciento de la opinión pública. Esto no fue motivo para desalentarse, y de ahí en adelante, en contacto diario con la gente y las urgencias sociales, le tomó el pulso al alma nacional y supo cómo orientar sus pasos para que el pueblo creyera en sus propuestas.
A medida que auscultaba las dolencias crónicas y ofrecía remedios adecuados, más crecía el índice de credibilidad en su palabra. Su pasado de hombre trabajador y gobernante idóneo, cuyos logros fueron evidentes en un departamento azotado por implacable ola de terrorismo, como era Antioquia, le hacía ganar adhesiones en todo el país. Y creció la audiencia nacional.
Su lema de «trabajar, trabajar y trabajar», sumado a la sensación cada vez más creíble de que se trataba de un dinámico hombre de metas y principios, capaz de guardar distancia prudente con la clase política y de gobernar, por lo tanto, con independencia y alejado de maquinarias y corruptelas, fueron factores determinantes para la caudalosa votación que lo llevó al poder. Había surgido el hombre ideal para manejar el tema de la guerra, y con esa certeza se volvió arrollador el lenguaje de las urnas.
Los combates que al nuevo Presidente le tocará librar no serán pocos ni fáciles de resolver. Habrá de chocar con muchos intereses creados, con muchos vicios incrustados en el ambiente, con mucho personaje siniestro de la vieja politiquería.
Su mensaje de reformas ha tenido en el país un eco esperanzado para que entremos por otros rumbos, y por eso es mucho lo que se espera del nuevo gobierno. Más que hechos milagrosos, se confía en que se despejen dudas sobre el manejo de la encrucijada actual, sobre todo las que tienen que ver con el terrorismo, el desempleo y la corrupción. De este viraje dependerá la suerte de la nueva administración.
Por fortuna, el país sabe distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo. Entre el funcionario recto y el corrupto. Entre el eficaz y el pirata. Y confía en que las dotes que adornan la personalidad del doctor Uribe Vélez: seriedad, rectitud, equilibrio, decisión, laboriosidad, austeridad, sensatez, convicción, transformen en poco tiempo la desesperanza nacional. ¡No nos defraude, señor Presidente!
El Espectador, Bogotá, 22-III-2002.
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Misiva:
Agradezco inmensamente el artículo de su autoría, publicado en El Espectador. Tengo toda la decisión para que el periodo que se inicia sea útil a nuestros compatriotas. Reciba un cordial saludo, Álvaro Uribe Vélez.