Grupos de odio
Por: Gustavo Páez Escobar
La guerra biológica que se ha desatado contra Estados Unidos y el mundo occidental tras la destrucción de las Torres Gemelas, acude al ántrax como arma mortífera contra la vida humana. No bastó el sacrificio de seis mil seres inocentes, sino que el estallido del odio se esparce por el planeta en un polvillo arrasador que siembra pánico en todas las naciones y abre las puertas del Apocalipsis.
Hay sospechas de que la bacteria patógena no proviene de Osama bin Laden, a quien se señala como el destructor de las torres, sino de grupos extremistas residentes en los Estados Unidos, animados por una sed insaciable de rencores acumulados contra el pueblo norteamericano. Se habla de 600 grupos de odio (bate groups) formados a través del tiempo como hordas de la muerte, con propósitos comunes: oponerse a la autoridad, atacar al Gobierno y la democracia, implantar el neonazismo , sembrar el caos como sistema de poder.
En esta olla explosiva existen fanatismos religiosos y políticos, herencias hitlerianas, alianzas de separatistas negros de origen musulmán, adeptos del antisemitismo y la discriminación, y todos cuentan con células extendidas por todo el país. Como se supone que el ántrax sale de ellos mismos, su objetivo no puede ser más claro: exterminar al enemigo. Y el enemigo es la civilización.
Por eso, cualquier habitante de Estados Unidos está condenado a muerte, no importan sus creencias ni su condición social, económica o religiosa. La guerra es contra el país y el sistema, contra un conjunto de países, contra todo el mundo. Es la humanidad entera la que está amenazada de muerte.
Sin embargo, la situación no es nueva. Desde sus orígenes, el hombre aborrece a su hermano. Nació con odio en el alma. Este estigma, recibido de Caín, es el mayor castigo que pesa sobre la naturaleza humana.
Todas las guerras del mundo, las mundiales y las domésticas, las santas y las fanáticas, han sido provocadas por el odio. Nadie quiere ceder y todos buscan triunfar. La Biblia recoge esta tremenda profecía, en palabras de Cristo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares, hambres y pestes; y habrá terror y grandes señales en el cielo. Pero todo será apenas el principio de los dolores».
El ántrax ha existido siempre como sinónimo de odio y destrucción. Se encuentra en la propia Biblia. Las pestes de la Edad Media, que mataron a 20 millones de habitantes de los 60 que tenía Europa en 1348, causaron la peor época de pánico en aquellas naciones y se atribuyen a castigo divino. De tiempo en tiempo, y cuando el hombre se vuelve más perverso, Dios lo castiga con pestes, guerras, caída de torres y ántrax. Leo en alguna parte esta frase terrible: «Si no le temes a Dios, témeles a las bacterias».
En Colombia vivimos bajo el imperio del miedo desde hace mucho tiempo. Los grupos guerrilleros no solo se destrozan entre sí mismos –de hermano a hermano, como en el capítulo de Caín y Abel–, sino que tienen aterrorizada a la población con una guerra peor que la del ántrax: la vida no vale nada en los espacios urbanos ni en los rurales. No se puede andar por calles ni por carreteras, ni tener una casa de descanso y ni siquiera un humilde capital. No se puede expresar el libre pensamiento. El odio está regado contra todo el mundo.
Esta explosión de los peores instintos del hombre, configurada en Estados Unidos con la existencia de 600 grupos de odio, y en Colombia con otro número considerable de legionarios de la muerte, la define muy bien Benavente: «Hoy se unen los hombres para compartir un mismo odio, que para compartir un mismo amor».
El Espectador, Bogotá, 11-XI-2001.