Motivos para el optimismo
Por: Gustavo Páez Escobar
Fueron muchas las voces de insatisfacción y protesta que se escucharon contra los planes de la reconstrucción de la zona cafetera a lo largo de este año que siguió al terremoto. Provenientes unas de la ciudadanía, otras de los líderes cívicos y de los políticos de la región, y otras de los medios de comunicación.
En su mayoría, los reclamos apuntaban hacia estos puntos neurálgicos: las obras no avanzaban, los dineros estaban enredados, se comentaba que había mala utilización de ellos, se ponía en duda la capacidad gerencial del doctor Villegas, se clamaba por los auxilios individuales para levantar las nuevas viviendas. Dicho en lenguaje expresivo, la gente rumoraba que se iban a robar el dinero, como puede ocurrir en tragedias de esta magnitud.
Entre tanto, grandes núcleos de población dormían en cambuches, carentes de servicios elementales y expuestos a toda clase de sacrificios. Hay que entender la desesperanza que significa para estas personas tan duro estado de estrechez, agudizado por la larga espera. Su protesta era y es comprensible, si bien no puede hablarse de desamparo, o de indolencia oficial, sino de una compleja situación de emergencia difícil de conjurar en corto tiempo.
Desde luego, la reconstrucción de Armenia (la mayor afectada por el desastre) no podía ser asunto de poca monta. Dicho en términos reales, no se trata de reconstruir la ciudad, sino de levantarla de nuevo. Esto exige planeación rigurosa y consistencia de los planes. El apresuramiento y la falta de una dirección bien cimentada son errores crasos que se pagan más adelante. Es preferible ir despacio, dentro de límites razonables, para luego no tener que lamentar errores protuberantes.
El señor Presidente de la República, con la solidaridad admirable de la primera dama, ha demostrado no sólo su honda sensibilidad social, carente de toda demagogia, sino su efectiva participación en los programas de rehabilitación. Y el doctor Luis Carlos Villegas, sobre quien cayeron toda suerte de palos y agravios, que él soportó con paciencia y firme voluntad, exhibe hoy resultados positivos que llevan en marcha lo que será un empeño ambicioso para la pujante comarca del mañana. Del mañana promisorio que no puede esperarse ni utópico ni lejano.
Puestas las cosas en orden, viene la tarea gigante de saber emplear bien los recursos. Se me dice, por opiniones respetables, que en el Quindío existen bases seguras para el futuro. Armenia está resurgiendo de las cenizas. Lo mismo acontece con las demás poblaciones. No se ven los despilfarros ni la ineptitud que predicaban los profetas del desastre.
En este esfuerzo ha estado comprometida no sólo la acción oficial, sino infinidad de voluntades aisladas que hacen hoy el milagro de la verdadera transformación.
La Crónica del Quindío, Armenia, 21-II-2000.